Sandra Lorenzano
28/11/2021 - 12:03 am
Te quiero, Almudena Grandes
“Volviendo a sus ‘Episodios’, podríamos decir que Almudena no sólo tiene una mirada desde el presente hacia el pasado, con la conciencia de quien sabe que la memoria transforma el hoy, y en muchos casos lo determina, sino que tiene esa mirada oblicua de la que hablan las feministas y que le permite poder observar al mismo tiempo el caleidoscopio de cosas con que la rodea la realidad”.
Yo creo que la literatura es vida de más: emociones de más, risa de más, experiencia de más…, A.G.
(Poco antes de entregar el artículo de este domingo me llegó la noticia de la muerte de Almudena; quisiera que fuera falsa, quisiera seguir escuchándola hablar y reír, quisiera leer un nuevo libro suyo cada año, quisiera seguir encontrándola en las calles de Oaxaca, de Guadalajara o de Madrid. Almudena era pura energía. Es impensable que ya no esté aquí. Hace exactamente cuatro años, el 28 de noviembre de 2017, la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara le rindió un homenaje en el marco de la Feria Internacional del Libro. Tuve el enorme privilegio y la enorme felicidad de presentarla. Comparto con ustedes el texto que entonces leí, como modo de volver a decirle: Gracias por tus libros, gracias por haber hecho de éste un mundo mejor, querida y ya extrañada Almudena. Van estas líneas con el más profundo de los abrazos para ella, para Luis y para sus hijos, y mi enorme cariño, siempre)
No sé si ustedes han sufrido alguna vez de síndrome de abstinencia.
Dice la enciclopedia que el síndrome de abstinencia es “la unión de reacciones físicas o corporales que ocurren cuando una persona deja de consumir sustancias a las que es adicta”. ¿Saben de lo que hablo, verdad? Sudoración, taquicardia, ansiedad…
No sé ustedes, pero yo me reconozco en cada uno de los síntomas.
Cada uno tiene sus vicios. Y yo tengo que confesar que a mí el síndrome de abstinencia que me da es literario. ¿Les pasa?
Ese momento en que nuestra ansia de lectura nos provoca una especie de hueco en el alma y en la atención, que no podemos concentrarnos en ninguna página, y una cierta debilidad hace que cualquier libro se nos caiga de las manos, salvo, salvo aquel que estamos necesitando de verdad.
Y sí, yo tengo que confesarlo: soy absolutamente adicta a las novelas de Almudena Grandes.
Hay que decir que esta madrileña es no un poco sino un mucho responsable de esta adicción, claro. Podríamos cantarle el bolero aquel de “Tú me acostumbraste a todas esa cosas…”. No sólo porque las novelas son geniales (y al ratito les contaré un poco más sobre ellas), sino porque además su disciplina creativa es excepcional. Eso hace que cada dos años tengamos un nuevo libro (a veces, en casos raros, esperamos tres años, pero estoy segura de que más debido a las editoriales que a la propia autora).
Desde Las edades de Lulú que ella escribió con 27 años y yo que nací también en 1960, leí con 30 o 32 y quise ser española, claro, y que hubiera una movida, y que nuestra vida sexual fuera tan emocionante como la que contaba esa autora que –oh maravilla de las maravillas para una sociedad pacata como la de la clase media mexicana- había ganado con esa novela un premio de literatura erótica llamado “La sonrisa vertical”. ¡Caramba! Las adolescentes de los 70 fuimos creciendo con Lulú, sin duda. La releí hace poco para escribir un artículo sobre Almudena y descubrí, con una mezcla de melancolía y resignación, pero felicidad por esa chica que en parte nos ayudó a descubrir nuestro propio cuerpo, que hemos envejecido más que ella.
Después vinieron Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Modelos de mujer (relatos en los que todas nos sentimos retratadas), Atlas de geografía humana (Almudena estudió Historia y geografía y ahí nació la idea), y Los aires difíciles y Castillos de cartón y…
Pero el momento más álgido de mi adicción llegó con El corazón helado. A ver, a ver, a ver, ¿qué está pasando aquí?, me pregunté. No sólo esta escritora me hacía mirar un espejo que, como ocurre con la mejor literatura, me mostraba no un rostro sino un mundo que me resultaba a la vez familiar y nuevo, atractivo y desafiante, y por supuesto siempre seductor, sino que además ahora hablaba de temas que me obsesionaban desde siempre: la memoria, la justicia, la relación entre el pasado y el presente.
Como ella misma lo ha contado, con esa novela que sigue la historia de tres generaciones durante el siglo XX, Almudena Grandes inicia, a través de la escritura, una profunda reflexión sobre la historia de España.
Aquí me desviaré un momento de lo que vengo contando, para detenerme un poquito en su vida. Almudena es una mujer que, aunque ahora nos cueste creerlo, ha estado marcada por su ser árbol. Lo explico: ¿quién puede dudar de que donde Almudena entra convoca todas las miradas? Su carrera literaria, su prestigio, su presencia permanente en medios defendiendo las mejores causas, pero también su porte y esa voz ronca maravillosa con la que dice tantas verdades y –como decimos en México- les dice a tantos sus verdades, alguna vez fue una niña más bien retraída a la que nunca elegían de ángel en las representaciones escolares, sino de árbol. Y, como ella misma lo ha contado: no crece igual una niña que ha sido ángel que una niña que ha sido árbol. Quizás tengamos que agradecerle en parte a la insensibilidad de esas maestras, el poder disfrutar desde hace casi treinta años de la deliciosa pluma de esta madrileña entrañable.
Otro agradecimiento tendríamos que dárselo a la biblioteca de su abuelo.
Cuando llega el verano a Madrid puedes hacer dos cosas: terrazas o montaña –dicen los que saben-. Si tienes menos de 18 años la cosa se reduce a la mitad y si tu abuelo tiene una casa con biblioteca en plena sierra del Guadarrama, estás a salvo. La del padre del padre de la escritora Almudena Grandes tenía de todo en sus estanterías, desde los libros juveniles de su hijo a las obras completas de Benito Pérez Galdós. A los 15 años se armaba de libros de bolsillo con sus ahorros y a mitad de julio ya había acabado con todos ellos. Así que aquel verano decidió husmear por aquella biblioteca, y allí estaban las completas de Aguilar de Galdós, con una edición para los duros de pelar, con dos columnas y papel Biblia.
Tomó la primera novela que encontró. ‘Y tuve la suerte de que fuera Tormento’. Así es como la casualidad hizo que aquella adolescente, en mitad del verano, abriera una bomba de relojería con tapas: la historia de posesión de un cura con una huérfana desamparada. Un cura que abusa de su posición, que miente, que la tiraniza, vamos, una imagen inédita de España para sus 15 años. ‘Me enganché a Galdós hasta hoy’.[1]
“Esa literatura penetró en mi vida para siempre”.
Y si hablamos del canario, surge inmediatamente el recuerdo de sus Episodios Nacionales. De ahí viene la idea del proyecto más ambicioso de Almudena: sus Episodios de una guerra interminable que recorren la posguerra y la dictadura franquista. Los cuatro primeros títulos son: Inés y la alegría, que recibió el Premio de la Crítica de Madrid, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, de la FIL de Guadalajara. Por cierto, aquella vez, en la Feria de 2011, en la ceremonia de entrega del Premio, la autora reveló un secreto: que su abuela materna había nacido en México.
Inés y la alegría es una novela que entrelaza la historia, con mayúsculas, con la historia íntima y personal de sus personajes. El marco histórico es la invasión, en 1944, del Valle de Arán, en los Pirineos, por parte de un grupo de republicanos que, derrotados en la Guerra Civil, buscan a través de esta acción regresar a España, derrocar a la dictadura instaurada por Franco y volver a tener un país libre y democrático.
Como a Inés y a algunas otras de sus protagonistas, también a Almudena le gusta cocinar. Y seguramente ella nos contará qué platillos se adaptan mejor al ritmo de la escritura. Yo por lo pronto les puedo decir que gracias a ella aprendí que el cocido madrileño tiene que ser espumado cada cierto tiempo para salir bien. Y que ese tiempo puede acompañar las 6 o 7 o más horas que una novelista como ella está sentada escribiendo cuando está en plena producción de una novela.
A esta novela le siguieron El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita, y acaba de salir el cuarto título, Los pacientes del doctor García[2]. Aún faltan dos para que concluya este proyecto que tendrá seis títulos y que construye un fresco excepcional de la sociedad española a lo largo de treinta años. Algún periodista dijo hace unos días: “Las novelas de Almudena funcionan como un antídoto contra el Alzheimer, en un país donde parece ser tan difícil procesar la memoria”. Y yo que cargo sus libros gordos y deliciosos como quien carga un amuleto, ya me estoy regodeando con los que me faltan por leer, como todos sus lectores, los comunes, los de a pie, como nosotros. Sé que también los esperan con ansia esos lectores con más poder, los que la han reconocido con más de veinte premios.
Volviendo a sus Episodios, podríamos decir que Almudena no sólo tiene una mirada desde el presente hacia el pasado, con la conciencia de quien sabe que la memoria transforma el hoy, y en muchos casos lo determina, sino que tiene esa mirada oblicua de la que hablan las feministas y que le permite poder observar al mismo tiempo el caleidoscopio de cosas con que la rodea la realidad. Y en esa realidad están también los hijos, los amigos, el barrio, el amor. Ayer en la FIL Almudena y Luis García Montero hablaron del amor, del matrimonio, de la escritura. Y nos dejaron a todos con ganas de estar enamorados y hasta de volver a casarnos. Ella cuenta siempre que estaba destinada a casarse con un poeta porque los dos amores anteriores a Luis fueron dos poetas: su padre y su abuelo.
Mis lectores saben que en mis libros siempre hay muchos abuelos y muchas nietas. Todos mis abuelos son ese abuelo y todas las nietas soy yo. Mi abuelo fue el primer hombre de mi vida y tuve una historia de amor muy potente con él. Para mi comunión me regaló una versión de La Odisea para niños, en prosa y ése fue el primer libro que yo leí en primera persona del plural. Tardé mucho en comenzarlo porque me decepcionó mucho el regalo; yo pensaba que me iba a dar algo más especial que un libro – yo tenía la ilusión de un tutú de ballet azul celeste. Sin embargo, cuando lo empecé, desde el primer momento en vez de leer Ulises yo leía nosotros; me impliqué de tal manera que creo que ése fue el libro que me hizo escritora.[3]
Ese “nosotros” la ha hecho también una escritora sensible a todo lo que la rodea. Así, pasan por sus ojos, por su conciencia y por su pluma algunos de los puntos más álgidos de los debates actuales: sea la independencia de Cataluña, la política de Madrid, el terrorismo de ETA o los goles del Atleti, su equipo de futbol.
En los últimos tiempos algunos de sus textos más vehementes son en contra de la violencia de género y de la revictimización de las mujeres a la que los medios nos tienen tan acostumbrados. Cito un párrafo de uno de sus últimos artículos sobre el tema:
La violación es un delito. Violar a una prostituta, a una mujer promiscua, a una noctámbula, a una alcohólica, a una drogadicta, a una mendiga, no es ni más ni menos grave que violar a una virgen adolescente de misa diaria o a la propia esposa dentro del matrimonio, porque todas las violaciones son uno y el mismo delito. La condición moral de la víctima, sus costumbres, su conducta, son factores tan irrelevantes aquí como en cualquier otro crimen. Se podría pensar que admitir como prueba el informe de un detective sobre la vida cotidiana de la víctima de una violación sería parecido a aceptar, en un caso de asesinato, un testimonio que probara que el muerto era un malvado que merecía morir, para que la defensa solicite que se considere como atenuante. Podría parecer lo mismo, pero no lo es. (Se) pretende culpabilizar a la víctima, sembrar dudas sobre su condición moral, es que se atreviera a salir a la calle, a tomar copas con sus amigas, después de haber sido violada, en lugar de quedarse en su casa con todas las persianas bajadas y la cabeza cubierta de ceniza.
En fin, mejor la escuchamos a ella, ¿verdad? Que a eso vinimos todas y todos.
Sólo quiero cerrar diciendo que alguna vez señaló Almudena: “Si me pagaran por leer, dejaría de escribir”. Y yo quiero decirle que por favor tenga piedad de nosotros y no lo haga, ¡que jamás deje de escribir! Pocas cosas hay más difíciles de manejar que el síndrome de abstinencia.
Gracias siempre. Te quiero, Almudena Grandes.
Posdata amorosa:
En octubre de 2015, Almudena Grandes y Luis García Montero estuvieron en México. Ambos presentaron libros en la Feria del Libro del Zócalo, y aprovechamos para hacer esta entrevista que, según confesaron al aire, era la primera -aunque hacía 21 años que estaban juntos- que daban como pareja. No hay duda: “a veces una piel es la única razón del optimismo”.
[1] Fragmento tomado de https://www.publico.es/culturas/pies-benito-perez-galdos.html
[2] A éstos hay que sumar La madre de Frankenstein, publicado en 2020.
[3] En https://letraurbana.com/articulos/almudena-grandes-un-novelista-puede-aspirar-a-crear-mundos-completos/
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