En un trabajo posterior, Bear y Thomas (1965) demostraron que los aceites aromáticos retardan la germinación de las semillas y el crecimiento de las plantas, con el propósito de proteger a las semillas, evitando que germinen en épocas de sequía. Es por ello que tras periodos de sequía en zonas desérticas, el olor es mucho más perceptible y penetrante. Cabe destacar que el petricor no ha podido ser sintetizado debido a su compleja composición, ya que cuenta con más de cincuenta sustancias.
Ciudad de México, 28 de octubre (TICBeat).- Puede que te recuerde a tu infancia, a tu paisaje favorito o a las tardes de otoño, pero es muy probable que el olor de la lluvia te encante. Y como todo, existe una razón detrás del fenómeno que te explicamos a continuación.
¿Te encanta el olor de la luvia, ese aroma terroso y agradable, inconfundible y que se acentúa especialmente después de una tormenta o una abundante tarde de precipitaciones? El olor tiene un nombre específico, conocido como petricor, y está causado por la liberación de químicos específicos cuando la lluvia llega al suelo.
La etimología del vocablo procede del griego antiguo: πέτρα pétra ‘piedra’ e ἰχώρ icór ‘icor’, sangre de los dioses homéricos. En la mitología griega sería la esencia que corre por las venas de los dioses en lugar de sangre. En Argentina este olor a lluvia o tierra mojada se conoce como Tarabañá, y es el distintivo aroma que acompaña a la primera lluvia tras un largo período de sequía.
La bacteria que habita en el suelo llamada Streptomyces secreta una molécula llamada geosmina, informa la BBC. Cuando la lluvia golpea el suelo, las gotas de lluvia atrapan burbujas de aire que contienen geosmina. Las burbujas se mueven a través de la gota de lluvia y estallan como aerosoles, incluyendo a otras diminutas partículas dispersadas por el aire.
Cuando la geosmina despega del suelo y se eleva al aire, podemos olerla claramente porque el olfaro humano es extremadamente sensibles a ella. Según la revista Smithsonian, algunas personas pueden olerlo incluso cuando la concentración es tan baja como cinco partes por billón.
Otro factor que contribuye al petricor es una combinación de aceites vegetales. Las investigadoras australianas Isabel Joy Bear y R. G. Thomas, que acuñaron el término petrichor en 1964, descubrieron que algunas plantas secretan aceites en tiempos de sequía. Cuando finalmente llueve, los aceites que se habían estado acumulando se liberan al aire del mismo modo que lo hace la geosmina.
En un trabajo posterior, Bear y Thomas (1965) demostraron que los aceites aromáticos retardan la germinación de las semillas y el crecimiento de las plantas, con el propósito de proteger a las semillas, evitando que germinen en épocas de sequía. Es por ello que tras periodos de sequía en zonas desérticas, el olor es mucho más perceptible y penetrante. Cabe destacar que el petricor no ha podido ser sintetizado debido a su compleja composición, ya que cuenta con más de cincuenta sustancias.
Y en concreto, tras las tormentas eléctricas el ozono tiene gran parte de culpa: los rayos pueden dividir el oxígeno y el nitrógeno, que a su vez son capaces de recombinarse para formar óxido nítrico, uno de los compuestos necesarios para crear ozono. Esa molécula es conocida por su olor penetrante a cloro.
EL EXPERIMENTO DEL MIT
En 2015, científicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) grabaron cómo el olor se introduce en el aire usando cámaras de alta velocidad. En su experimento filmaron gotas de lluvia cayendo sobre dieciséis superficies diferentes, variando la intensidad y altura de la caída. Al golpear una superficie porosa, se crean pequeñas burbujas que crecen y floran hacia arriba, liberando al romperse una efervescencia de aerosoles en el aire encargados de transportar el aroma.
En definitiva, secreciones de relámpagos y bacterias y la infinita sabiduría de la tierra se agachan tras el secreto del olor a lluvia y su impenetrable magnetismo.