“La importancia de recuperar la figura de Florencio López Osuna a 50 años de los acontecimientos del 68 es para manifestar en pro de la memoria y la justicia, que la llamada guerra sucia orquestada desde entonces, no acabó en el siglo XX, sino que prosiguió hasta el siglo XXI con su homicidio.
López Osuna, quien fue el único orador de aquel ominoso dos de octubre, es la última víctima visible de esa continua e inconclusa guerra, y el símbolo contundente de la simulada intención de los falsos gobiernos de alternancia democrática que sólo fingen el investigar, y solucionar, los casos de represión, corrupción y lesa humanidad”, escribe Angélica López, hija de López Osuna.
Por Angélica López Hernández
Ciudad de México, 28 de octubre (SinEmbargo).- Hace 50 años, desde el tercer piso del edificio Chihuahua, un joven sinaloense, al que le llamaban “El Pai” mejor conocido como “El Flaco” Osuna, quien era proveniente de la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional había sido designado a ser el primer orador de aquel fatídico 2 de octubre de 1968: Florencio López Osuna, “El flaco” fue comisionado para hacer un análisis político de la situación de aquel entonces, y mencionar que, como un acto de buena voluntad, se suspendería la marcha de ese día, la cual, partiría de la Plaza de las Tres Culturas al Casco de Santo Tomás, con la intención de dar cabida al posible diálogo con el Gobierno de Díaz Ordaz. Diálogo que nunca existió, pero sí hubo a cambio una represión de diez mil soldados y policías que dejaron una masacre aproximada de más de 300 muertos.
Florencio López Osuna, no sólo vivió esa masacre y pagó con golpes, humillaciones, años de cárcel, y más de 40 días en huelga de hambre, su ardua lucha por un México con más oportunidades democráticas sino que creyó hasta el último de sus días, que la libertad y la justicia, sí son posibles para este país. Como hace 50 años que el movimiento estudiantil del 68 confió en el diálogo planteado por Echeverría y Díaz Ordaz para dar solución al conflicto estudiantil, de la misma manera, mi padre Florencio confió en el proceso de esclarecimiento, y de justicia que el gobierno de alternancia democrática de Vicente Fox había comprometido para su sexenio en torno a los hechos cometidos en el 68 con la creación de la llamada Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp).
Congruente con sus principios, Florencio nunca buscó el brillo de los reflectores a pesar de haber jugado un papel histórico en los acontecimientos del 68. Desde su salida de Lecumberri, se comprometió en continuar la lucha política de sus ideales desde la docencia en su alma mater: la Escuela Superior de Economía (ESE) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), entregándose por completo a la formación de las generaciones de economistas egresados de dicha escuela por más de treinta años hasta que en diciembre del 2001, aparecieron unas fotografías testimoniales e inéditas de la represión vivida en Tlatelolco a través de la revista Proceso número 1310 (https://www.proceso.com.mx/proceso-1310), en la cual, López Osuna encabezaba la portada con una de las imágenes más represivas de ese dos de octubre de 1968. Hecho que convirtió a mi padre en una figura pública, y en el testigo más importante de los terribles acontecimientos de esa masacre. Se transformó en una celebridad política mundial, como si de un ajuste de cuentas por parte de la historia se tratase, al haber sido siempre modesto en su valiente actuación y participación estudiantil. Dos semanas después de la publicación de la mencionada fotografía, mi padre fue encontrado muerto en un cuarto del “Hotel Museo” localizado muy cerca del Centro Ejecutivo Nacional (C.E.N) del Partido Revolucionario Institucional (PRI). No tardaron las versiones oficiales y las simuladas averiguaciones para hacer pasar su muerte como un acontecimiento accidental, cuando lo cierto es que se trató de un asesinato, se tuvieron pruebas de ello, pero por cuestiones de seguridad a nuestra integridad, no se nos permitió presentarlas. Mi padre fue eliminado a consecuencia de la ardua lucha que siempre mantuvo a favor de la democracia, y en contra de la represión política, militar, pero, sobre todo, porril. Dado que en su última fase como académico de la ESE y subdirector de la escuela vocacional 5 del IPN había emprendido una seria batalla para reformar la institución y purgar de ella, a los terribles grupos de choque (porros) creados por el autoritarismo del PRI desde 1968.
La importancia de recuperar la figura de Florencio López Osuna a 50 años de los acontecimientos del 68 es para manifestar en pro de la memoria y la justicia, que la llamada guerra sucia orquestada desde entonces, no acabó en el siglo XX, sino que prosiguió hasta el siglo XXI con su homicidio. López Osuna, quien fue el único orador de aquel ominoso dos de octubre, es la última víctima visible de esa continua e inconclusa guerra, y el símbolo contundente de la simulada intención de los falsos gobiernos de alternancia democrática que sólo fingen el investigar, y solucionar, los casos de represión, corrupción y lesa humanidad.
No es fácil para todos nosotros que hemos perdido a un ser querido a consecuencia de las políticas mezquinas e inhumanas que ejerce el poder -con tal de salvaguardar los intereses de unos cuantos- el soportar y luchar contra la corrupción del sistema. Donde día tras día, las experiencias de barbarie humana llegan a nuestros ojos y oídos. Situación que ha hecho que nos sintamos como expósitos arrojados en un país absurdo que solo tiene por vivencia, la experiencia de la crueldad sin límites, y que ha quebrado la confianza en el ser humano. Las nuevas generaciones no estamos dispuestos a seguir por ese camino. Es por ello, que la muerte de mi padre como la de tantos otros crímenes y desapariciones, exige esclarecimiento y justicia. Nosotros no podemos perdonar, mucho menos olvidar, pues se tratan de golpes y heridas del alma. Heridas que cicatrizarán hasta que todas esas transgresiones que han violado el sentido humano de la vida, no queden impunes.
El presente 2018 es crucial para la transición democrática del país, no sólo porque el primero de julio pasado, la gente salió a votar de manera avasallante como no se había visto en mucho tiempo en la historia política de México, sino también porque ese acontecimiento hizo valer la democracia por la que tanto peleó Florencio y el movimiento estudiantil del 68 hace 50 años, logrando así, el triunfo de López Obrador a la Presidencia de la República, y de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) como primera fuerza política en el Congreso. Sin embargo, la llamada Cuarta Transformación a la que hace énfasis el nuevo Presidente electo tendrá que pasar por un proceso de justicia, y esclarecimiento de los delitos políticos cometidos contra el pueblo mexicano. Sólo así, se podrá asentar una verdadera transformación democrática para el país. Una transformación que en el ámbito de los crímenes del 68 pasa por la investigación y justicia para el caso de Florencio López Osuna, así como el hecho de reactivar los procedimientos ministeriales en contra de Luis Echeverría Álvarez, la apertura de los archivos de la Secretaría de la Defensa, del Estado Mayor Presidencial junto con la reinstalación de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) creada en el Gobierno de Vicente Fox, y desaparecida de manera arbitraria al final de su sexenio. Hasta entonces se podrán saborear los frutos de las libertades democráticas de un movimiento que nunca fue derrotado, pues logró la más grande transformación política en la Historia Contemporánea de México.
Angélica López Hernández, hija de Florencio López Osuna, es licenciada en economía, licenciada en literatura dramática y teatro por la UNAM. Actualmente estudiante de posgrado de la maestría en literatura y creación literaria por el Centro Cultural Casa Lamm Ciudad de México.