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Fabrizio Mejía Madrid

28/08/2024 - 12:05 am

No toda opinión es válida

“Más allá de los opinadores y sus opiniones, lo de fondo es la idea que subyace a sus comentarios. Es decir, las creencias erróneas que sostienen”.

Todo mundo tiene derecho a expresar sus opiniones, pero no todas son válidas. Se puede escribir que México es una dictadura o, como aseguró Enrique Krauze el 22 de agosto pasado: “Después de ser una monarquía, el 4 de octubre de 1824 México se convirtió en una república. Pasaron 200 años. En septiembre de 2024 México dejará de ser una república para convertirse en una monarquía. ¿Lo permitiremos?” Pero son opiniones inválidas porque carecen de sustento en la realidad. La decadencia de opinadores como Krauze o Aguilar Camín está precisamente en que han incumplido con lo que se espera de un opinador, que no es que diga lo que sea para satisfacer sus propios prejuicios o deseos, sino que sea fiable como agente que evalúa la evidencia. Una opinión autorizada, como se supone que tenían Krauze o Aguilar Camín por haber estudiado historia, debe ser intelectualmente honesta, contar con un historial de argumentaciones y predicciones que hayan resultado ciertas, además de cierta coincidencia con lo que están viviendo quienes los escuchan o leen. Con nada de esto han cumplido.

Por supuesto que tener mayoría no es dictadura precisamente porque en una dictadura no se sabe si existe o no una mayoría porque no existen las elecciones democráticas. Cuando hay un consenso social expresado en las urnas sobre el futuro compartido, estos opinadores se van en contra de los ciudadanos. Dice Aguilar Camín que, en realidad, hay un desánimo con respecto a la democracia y que, entonces, la que es autoritaria es la sociedad. Para ello truca los datos, sin hablar de que usa una encuesta de GEA-ISA que, junto con Massive Caller, es uno de los hazmereíres de los estudios de opinión. El truco de Camín es burdo: cita un estudio del Pew Research Center de 2017, antes del triunfo del obradorismo. Y, pués sí, en 2017, parece que había una gran cantidad de mexicanos insatisfechos con su democracia. En el estudio actualizado, del 18 de junio de 2024, el 50% está satisfecho con su democracia. Que la otra mitad no lo esté, no quiere decir, como sostiene Camín, que la sociedad sea “autoritaria”, sino que quiere mayor democracia, que sus representantes lo sean de verdad, que se pueda votar en referéndums y plebiscitos. El estudio abunda en países cuyos ciudadanos exigen reformas judiciales, electorales, y económicas. Eso no lo menciona Aguilar Camín para quien, hasta donde puedo entender, hay autoritarismo o democracia en las sociedades, no izquierda ni derecha. Es la derecha la que sostiene en casi el 70% que quiere que gobierne el ejército, como arroja el resultado, por ejemplo, de Brasil. En el mismo estudio, el 68% los ciudadanos estadunidenses están insafisfechos con su democracia, así como el 60% de los británicos, y el 65% de los franceses. ¿Estas también son sociedades “autoritarias”? Pues no. Es un timo de Aguilar Camín que no sabe dónde poner 36 millones de votantes en una elección que despreció a quien él había destapado como candidata, la chistocita Xóchitl Gálvez. El caso de Krauze es fatigoso porque no vamos a explicar aquí que una monarquía tiene un rey cuya legitimidad proviene de Dios, que hay una familia conformada en una casa real, y que nadie elige a un rey, sino que se suceden por el orden de sus hijos. En ambos casos, el de Aguilar y el de Krauze, no se puede decir que sus opiniones sean confiables, digamos porque no tienen la información, sino que son directamente falsas e inválidas porque están tergiversando definiciones, datos, y conceptos para que se adapten a su sesgo ideológico que es la derecha autoritaria. Ellos quisieran que no existieran los 36 millones de ciudadanos que votaron por las dos terceras partes del Congreso. ¿Qué hay más autoritario, monáquico, que eso?

Siguiendo la frase de Claudio X. González, de que “la mayoría no da la razón”, dice Aguilar Camín: “El hecho de que la población no entienda lo que va a pasar, no quiere decir que nuestro diagnóstico sea falso. Nuestro diagnóstico es correcto. La población lo puede o no entender, pero lo que va a pasar es una autocracia legal, una dictadura. Digo autocracia legal para distinguirla del PRI porque el PRI no tenía la legalidad para actuar como una dictadura y tenía siempre una reserva de pudor y del cuidado de las formas. Por cierto, lo mismo que Porfirio Díaz. Éstos no”. No voy aquí a discutir si el PRI en 1968 tenía o no la “legalidad” para dispararle a estudiantes desarmados en la Plaza de Tlatelolco o si la desaparición de los 43 de Ayotzinapa “cuidó las formas” o, incluso, si los fraudes de 1988 y 2006 tenían esa reserva de “pudor” que asegura el opinador desacreditado. Él dice que, aunque no lo entendamos, él sí sabe qué va a pasar en el país. Veamos cuáles han sido otras de las predicciones de Aguilar Camín: en diciembre de 2018, por ejemplo, vaticinó que los mercados iban a castigar a AMLO por el cierre del aeropuerto de Texcoco, que su presupuesto iba a ser declarado inconstitucional por la Suprema Corte; en julio de 2020 pronosticó que, de unirse PRI, PAN y PRD, las “posiblidades de triunfo de Morena serían remotas” en 2021; ya en el mismo 2021, dio por descontado que la reforma eléctrica le quitaría el grado de inversión a México que entraríamos en un “desmoronamiento financiero”; en 2022 aseguró que la inversión extranjera había sido ahuyentada por la incertudumbre política; el 1 de junio de 2022, este oráculo infalible escribió: “no creo que Morena haya ganado ya la presidencia de 2024. De hecho, creo que la perderá”. ¿Para qué seguir? Es legítimo pensar que quien se ha equivocado con tanta frecuencia en sus pronósticos, lo haga una vez más en su aseveración de que vamos rumbo a la dictadura populista, monárquica, impúdica, o como le quiera llamar esta semana a lo que no logran acomodar: 36 millones de votos, 60% de la votación, y dos terceras partes para hacer reformas constitucionales. No sólo su diagnostico es falso sino que los que dice que no entienden son los ciudadanos que él mismo no entiende y nos tacha de autoritarios. Han perdido credibilidad porque carecen de evidencia que soporte sus opiniones. Ya dicen cualquier cosa.

Más allá de los opinadores y sus opiniones, lo de fondo es la idea que subyace a sus comentarios. Es decir, las creencias erróneas que sostienen. Hay creencias erróneas, en efecto. Por ejemplo, las que niegan el Holocausto, el cambio climático, o las vacunas. Lo hacen contra toda evidencia científica, contra toda autoridad epistémica. En el caso de la política la creencia errónea es sostener que no somos todos iguales. Esto subyace a la idea de que la “población” —como nos llaman a los ciudadanos— no entendemos lo que sí comprenden y nos están avisando los catedráticos. Se establece, porque sí, una distinción entre el que sabe y el que no. Como sabemos, el conocimiento no es un asunto individual, sino colectivo. Los grupos de investigación pueden llegar a mejores resultados que el geniecito individual. No es confiable el conocimiento de una sola persona por sobre el resto de indicadores, por más listo que sea el opinador, que no es el caso.

Las creencias son formas de entender el mundo. A veces, como en el caso más simple de la política, las creencias forman identidades. Por “creencia” queremos decir tomar el mundo de cierta manera. Además, las creencias tienen la función de guiar la conducta: nos representamos al mundo como si fuera de cierta manera porque necesitamos saber cómo actuar en él. Neil Levy en su libro sobre este tema habla de un desorden neurológico que sufren quienes se han averiado el cerebro. Es el síndrome de Capgras cuyo síntoma es que el paciente cree que los demás son impostores, es decir, que han sido cambiados por replicantes que fingen ser lo que dicen pero que él sabe que no lo son. El paciente que sufre este delirio desea que los demás no lo afecten con su presencia y juicios. Levy invierte con este síndrome lo que entendemos por una creencia que guía nuestro comportamiento: ¿Y si fueran nuestros deseos y ganas de justificar nuestro comportamiento lo que guía nuestras creencias y opiniones? Es interesante invertir los factores: primero, tengo un deseo o ansias de justificarme y, luego, busco mi creencia. Si esto fuera así, lo que quisieran los opinadores desautorizados por la opinión pública es que el gobierno de izquierda fracasara, que el dólar estuviera a 30 pesos, la inversión por los suelos, la pobreza rampante, la inflación altísima, y las obras inundadas, explotando, los aviones chocando en el AIFA y el Tren Maya descarrilado. Ellos no dicen que esta es su creencia sino que la visten con los ropajes de un heroísmo que le negaron antes al obradorismo: tener la razón. Se disfrazan de héroes que luchan contra una dictadura. Se envuelven en la bandera de la democracia, de la libertad y la verdadera justicia, que no es ni los programas sociales ni la reforma al Poder Judicial, sino una justicia que sólo ellos entienden. Así funcionan las justificaciones para los deseos que, en realidad, son de venganza y destrucción. No en vano se la han pasado seis años vaticinando el Apocalipsis nacional y criticando a AMLO porque, según ellos, todo lo destruye pero no crea nada que lo sustituya. Dados sus deseos, la destrucción de México es el mejor estado interno de alguien que quiere encontrarle una justificación razonable a sus comportamiento, es decir, a sostener mentiras, ansias de venganza, y odio. Es interesante cómo algunos de estos opinadores han proyectado en el enemigo lo que ellos mismos desean: destruir. Por supuesto ese deseo es el que visten de replicante y acaba siendo la democracia, el equilibrio de poderes, y la pluralidad. Todas cosas muy buenas.

Por ejemplo, en el caso de la elección de juzgadores, han confundido lo electoral con lo político. Lo han hecho disfrazando la creencia de que la gente vota sin saber, engañada, hipnotizada por el líder de la monarquía electa o la dictadura impúdica. Como dijimos en el programa de Radicales de esta semana, la confusión entre hacer política y llamar a elecciones es propia de la despolitización neoliberal para quienes la política no es la forma de vida propiamente humana porque nos hace salir de nuestra individualidad para imaginar un futuro compartido, sino unas campañas en postes, mentiras y manipulación, y eso se lo adjudican a las elecciones.

Pero quien cree que la política es mala, que es engaño y manipulación, denunciará tales trampas con esa palabra. No en vano ese fue el retrato que nos embadurnó Jorge Castañeda cuando llamó a la candidata de la oposición a meterse en una luchita de lodo contra la actual Presidenta constitucional. Si crees que la política es elecciones y que las elecciones son tirar lodo, entonces creerás también que la elección de juzgadores es una sucia manipulación.  La idea neoliberal es que las elecciones consisten en escoger entre un anaquel de opciones como en un supermercado. Por suuesto esta idea de lo que es una eleccción es superficial, boba, y despolitizada porque votar no es como comprar. Nadie compra un representante, la autoridad no es una empleada. Es un representante que actúa en nuestro nombre con el mandato que le hemos dado, en este caso, aprobar todas las reformas a la constitución que incluyen al Poder Judicial. La idea neoliberal de que elegimos a nuestros empleados es una extensión estúpida entre patrón y subalterno y no existe más que en la mente de quien cree que tiene servidumbre en pleno siglo XXI. En realidad, por quienes votamos encarnan la representación de una nación y un proyecto de futuro compartido. Cuando los neoliberales hablan de que los funcionarios son sus empleados, estamos ante la visión más grotesca del individualismo patronal que confunde soberanía popular con lo que a una persona le molesta. Es absurdo confundir ambas esferas, la íntima y la pública pero así vivimos durante casi 40 años, suponiendo que comprábamos funcionarios públicos, que eran nuestros empleados, y que la política era un juego donde ganaba el que mentía más. Es una creencia que subyace a ponerse en contra de una elección de juzgadores que pasará, antes que por los votos, por comités de evaluación, requisitos de calificación profesional, y un sorteo. Sólo después del sorteo se llevará a cabo la votación, para que no haya sesgos y compromisos con partidos o familias de ministros.

Pero la creencia de que no sabemos qué estmos haciendo los ciudadanos y que sólo una élite experta pueda decirnoslo está en el hábitat mental de los opinadores hoy desacreditados. No han logrado incidir en el resultado electoral a pesar de que llenaron a Xóchitl Gálvez con florituras conceptuales, la llamaron “fresca”, y hasta “lacia” y la comprararon con la Virgen de Guadalupe. Lo que hicieron en cambio fue contribuir a generar ambientes de incertidumbre. Como decían los publicistas de las compañías de cigarros en 1969: “Nuestro negocio es la duda”. Y sembraron supuestas evidencias científicas de que los estudios entre consumo de cigarros y cáncer no eran del todo concluyentes. Es lo mismo que hcieron con el cambio climático. La nueva ola de los llamados mercaderes de la duda, es la desorientación. ¿Será que estamos llendo a una dictadura al votar? ¿Será que hay un algoritmo venezilano.cubano que le dio los votos de Xóchitl a Claudia Sheinbaum y, por lo tanto, Morena arrasó en Polanco y Garza García y el PRIAN en Tabasco, Oaxaca, y Chiapas? ¿Será que todo es una pantomima y Claudia declinará en dos años a favor de AMLO? Esa desorientación, paranoia, confusión desconexión de cualquier sensación de que hay alguien que realmente sabe la verdad. Si no le queda nada más que esta desorientación anómica, el público ya no puede distinguir la verdad de la ficción, y por lo tanto, ya no puede actuar. Los desorientados son pasivos porque no saben el mapa entre verdad y mentira que guía nuestras acciones. No irían a votar ni apoyarían a la Presidenta y les podrían pasar por encima. Eso es el intento de los opinadores desacreditados. Afortunadamente no lo han logrado.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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