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María Rivera

28/07/2021 - 12:00 am

Criminal

Tal vez, López Obrador crea que no, no nos importa, pero el presidente se equivoca: no permitiremos que siga sacrificando la vida de los mexicanos, impunemente.

Una persona recibe su vacuna en México. Foto: Cuartoscuro.

El día de hoy martes, que escribo esta columna, el presidente López Obrador anunció que niños y adolescentes mayores de doce años no formarán parte de la Campaña Nacional de Vacunación, a pesar de que ya hay vacunas aprobadas para ellos. Sí, así como lo oye; justo cuando ha decidido reabrir el sector escolar en agosto, en plena ola de contagios, desatada por la variante Delta, mucho más agresiva con los jóvenes y los niños y las personas no vacunadas.

La razón es sencillamente barbárica, indignante e inaceptable: el presidente se niega a gastar dinero, es decir, nuestro dinero, el de todos nosotros, no el suyo, en salvar vidas y comprar vacunas para niños y adolescentes porque “las farmacéuticas quieren hacer negocios y quisieran estar vendiendo siempre vacunas”. Comprarlas para niños es para él “un desperdicio”, “superfluo” y “consumista”. Si, leyó bien: dijo desperdicio, superfluo y consumista. Remató con que su gobierno “no será rehén” de las malvadas farmacéuticas, por si alguien, algún ingenuo como yo, tenía la esperanza de que sus hijos fueran vacunados próximamente por el gobierno de México. Entérese: el gobierno de México sacrificará a sus jóvenes porque el presidente, cual cacique porfirista, considera al país su hacienda, en la que niños y adolescentes pueden ser sacrificados, sin enfrentar ninguna consecuencia.

En resumen: el presidente López Obrador decidió no gastar el dinero de todos los mexicanos en la salud y la vida de millones de adolescentes mexicanos que no tienen ninguna defensa frente al coronavirus, un virus nuevo que puede poner en riesgo su vida y su salud de manera permanente. No importa que la Cofepris haya aprobado, hace un mes, la vacuna de Pfizer para ese grupo de edad, ni que la noticia hay sido anunciada, con bombo y platillo, por el subsecretario López Gatell en su cuenta de twitter “es una noticia que permitirá seguir protegiendo al pueblo de México”. No, no importa que los adolescentes, en esta tercera ola estén siendo hospitalizados, e intubados, desarrollando secuelas como miocarditis o encefalitis, o que incluso estén perdiendo la vida. No, no importan los adolescentes que en Sinaloa acaban de fallecer, ni en Baja California Sur y que hubieran podido salvar su vida si el presidente no considerara sus vidas “un desperdicio”. No importa el dolor de los padres que ahora mismo tienen hijos en terapia intensiva, al borde de la muerte, y que hubieran podido evitarse, si hubieran sido inmunizados. No, al presidente no le importa, para él lo prioritario es darle dinero a la Guardia Nacional, para ella sí que hay dinero (nuestro dinero): cincuenta mil millones más, como acaba de anunciarse.  No, no hay dinero para vacunar a niños y adolescentes en la peor crisis de salud en un siglo. No, el presidentito, así en diminutivo, no quiere gastar en la salud y la vida de los mexicanos: le quedó grande el saco, y la Historia, inmensa; esa en la que ansiaba inscribirse como héroe y en la que acabará como uno más de los criminales que han gobernado a México, muy lejos de Juárez y de Madero. Carga ya con el oprobio de haber sacrificado a medio millón de mexicanos, con su estrategia fallida, y ahora se dispone a dar el siguiente paso: sacrificar a niños, negándoles la vacunación lo que permitirá que desarrollen una forma severa de la enfermedad. Parece un cuento siniestro y maligno, porque así planea, además, mandarlos a la escuela, en la que se anuncia ya como la peor ola, a que se contagien masivamente con un virus mucho más contagioso, completamente inermes, “llueve truene o relampaguee”, como dijo autoritariamente, hace unos días.

No sé si usted lo vea, querido lector, pero esta locura, este experimento social, de selección natural, totalmente carente de ética, es también totalmente estúpido desde el punto de vista epidemiológico: entre más circule el virus, más difícil será parar la transmisión comunitaria lo que a su vez  volverá totalmente inviable reabrir el sector educativo por los constantes contagios, pero no solo eso: entre más circule el virus más posibilidades tendrá de mutar y convertirse en un problema aún mayor, poniendo en riesgo no solo a México, sino al mundo.

Ambas decisiones, reabrir el sector educativo durante la tercera ola de covid y no vacunar a los adolescentes, son de naturaleza ideológica y no científica: la Organización Mundial de la Salud ha dicho, clara y reiteradamente, que si la transmisión comunitaria es alta, no es seguro reabrir las escuelas, y también, hay ya múltiples evidencias internacionales de que la variante Delta está afectando de manera más severa a adolescentes y niños, elevando las hospitalizaciones pediátricas. No solo eso: los niños y adolescentes pueden desarrollar el síndrome inflamatorio multisistémico, una urgencia de gravedad, además de desarrollar covid persistente, lo que afecta seriamente su salud a largo plazo. Por ello es que muchos países, entre ellos Estados Unidos e Israel, aprobaron de emergencia la vacuna de Pfizer para niños de 12 a 15, tal como hizo la Cofepris en México, antes de que el presidente decidiera que era “un desperdicio” que México gastara en vacunas para ellos.

Todo esto es un crimen, desde donde se le vea y debería ser inadmisible para todos y cada uno de los mexicanos que les importe su gente, sus familias, la vida de quienes son el futuro de México, para quienes tienen hijos y quienes no, de todas las clases sociales, pero especialmente por los pobres, quienes no pueden llevar a sus hijos a vacunar a Estados Unidos, que es la inmensa mayoría de este país.

Si permitimos que el presidente se salga con la suya, habremos permitido una atrocidad sin nombre, en la que niños y adolescentes serán sacrificados frente a los ojos de todos, por una austeridad que es, hay que decirlo, una forma de criminalidad.

Tal vez, López Obrador crea que no, no nos importa, pero el presidente se equivoca: no permitiremos que siga sacrificando la vida de los mexicanos, impunemente, y eleve la negligencia e irresponsabilidad que han enlutado a nuestro país con las vidas de niños y adolescentes, solo por su decisión, obscena, de no gastar en vacunarlos. No lo elegimos para esto, y sin duda, yo no voté por esta nueva forma de necropolítica que hoy nos gobierna.

Hay que decírselo alto, claro y fuerte: Señor López Obrador, gastar en la vida y la salud de nuestros hijos no es ni un desperdicio, ni superfluo, ni consumista:  le exigimos que compre vacunas para todos y cada uno de los mexicanos mayores de 12 años, garantice su derecho a la salud y la vida, YA #ConNuestrosHijosNo

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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