Hace 10 años, tras ver un video encubierto donde se mostraba la manera violenta en que un cerdo era asesinado, decidí dejar de comer animales. A pesar de que no formaban parte de mi dieta, esa escena tan violenta me motivó a cambiar mis hábitos de consumo de un día para otro. Considero que este ha sido el cambio más significativo y positivo que he hecho en mis 26 años de edad.
Cuando era niña y teníamos viajes familiares en carretera, miraba a través de la ventana y algunas veces veía camiones que transportaban animales vivos, me angustiaba tanto que llegaba al llanto. Años más tarde, cuando realizaba un viaje de trabajo a distintos estados de la república, nos encontramos con un camión que estaba varado afuera de un taller mecánico a orillas de la carretera México-Querétaro, transportaba cerdos. Automáticamente la escena me llevó a ese momento de mi niñez mirando la ventana. Decidí pedirle a mi compañero que orillara el auto y tomé su cámara fotográfica.
Antes de poder bajar, comencé a llorar, todo mi cuerpo temblaba, pero quería ponerme frente a ellos y capturar ese terrible momento. Mi intención era poder compartir esas imágenes en las plataformas digitales de Vegan Outreach, la organización en la que trabajo, para que los rostros de angustia y terror de esos animales que no queremos voltear a ver cuando los camiones están cerca, no fueran ignorados más. Hacía frío, ellos temblaban mucho, el ruido de los autos era tan alto que los animales se estremecían cada que pasaban, no dejaban de moverse y gritaban muy alto. El suelo del camión tenía heces, orina, manchas de sangre y algunos pedazos de plástico que estaban siendo masticados por varios.
Traté de acercarme sin asustarles, noté que eran muy curiosos y algunos acercaron su nariz hacia mi y nos tocamos, intenté no quebrarme y sólo repetí varias veces mientras contenía mis lágrimas: “lo siento mucho, estamos luchando para que todo esto termine”. Noté que algunos tenían los ojos rojos, sus vasos sanguíneos estaban dañados. Otros tenían grandes heridas en la piel, mientras que muchos más estaban ya agonizando, incapaces de ponerse de pie, cubiertos de heces. Debido al estrés por el amontonamiento, algunos se atacaban.
Millones de animales como los que conocí son transportados a diario antes de llegar a los supermercados, antes de llegar a nuestros platos. Son obligados a entrar en los camiones a patadas, usualmente siendo electrocutados con varas. Los trayectos largos, el espacio abarrotado, las temperaturas generalmente extremas y la ausencia de agua y alimento traen como consecuencia fracturas, paros cardíacos, asfixia, estrés y en algunos casos, una muerte lenta y dolorosa en el trayecto. Cuando llegan al matadero, los que sobreviven llegan muy exhaustos y les resulta difícil moverse. Finalmente son obligados a bajar de los camiones para ser asesinados.
Cuando veas un camión transportando animales vivos, tómate un momento para ver sus rostros, las condiciones en las que viajan, para recordar cuál es su destino y pregúntate: “¿Realmente quiero seguir financiando esto?”.
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