Sergio Saldaña Zorrilla
28/06/2016 - 12:00 am
De la dictadura a la democracia
La transición a la democracia en México ha comenzado. Enrique Peña Nieto y su grupo sólo pueden decidir si esta transición se da de manera pacífica y ordenada.
La transición a la democracia en México ha comenzado. Enrique Peña Nieto y su grupo sólo pueden decidir si esta transición se da de manera pacífica y ordenada.
Fue impresionante la marcha del pasado domingo 26/06/16 en la Ciudad de México. Las causas de la marcha fueron diversas pero el fin fue único: transitar de la actual dictadura en la que está hundido el país a una democracia. Las causas incluyen el apoyo al magisterio, la condena de los asesinatos de Nochixtlán, Oaxaca, la indignación por los 21 meses de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, la reforma al sector salud, las sistemáticas violaciones a los derechos humanos, el hartazgo por la descarada corrupción de Enrique Peña Nieto y de los miembros de su gabinete, la cínica complicidad de diputados y senadores al bloquear la Ley 3 de 3, entre otras muchas, muchísimas razones.
Todas las causas anteriormente enumeradas tienen en común la exigencia de la sociedad mexicana de transitar de esta dictadura a una democracia.
Como he venido sosteniendo en diversos escritos desde hace ya años, en México vivimos una dictadura. Es insostenible la mentira de que en el año 2000 transitamos a la democracia; nada más falso que eso, pues Vicente Fox y su gobierno se limitaron a encubrir crímenes y actos de corrupción en un descarado cambio de fachada de esta dictadura (que este año cumple 100 años). Los fraudes electorales de 2006 y 2012 confirman que la dictadura no se ha ido ni un segundo de México.
Ignacio Molina (2007 *) define la dictadura como “una forma de gobierno en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo o élite, generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto, que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la independencia del gobierno respecto a la presencia o no de consentimiento por parte de cualquiera de los gobernados, y la imposibilidad de que a través de un procedimiento institucionalizado la oposición llegue al poder”. En México se cumplen todos y cada uno de los elementos descritos en esta definición.
De la marcha del pasado domingo me pareció histórico una parte del discurso de Andrés Manuel López Obrador: la parte donde reconoció públicamente que esto es una dictadura. Ni Cuauhtémoc Cárdenas, ni Heberto Castillo en sus momentos más álgidos, ni ningún otro dirigente de un partido político en México, desde 1916, se había atrevido a reconocer que esto es una dictadura. Todos habían tenido miedo, prudencia, cálculo, conveniencia u otra razón para implícitamente solapar a la dictadura al no llamarla por su nombre.
Debo reconocer que mi experiencia profesional dentro del servicio público mexicano y del Sistema Naciones Unidas me permitió entender cómo ha funcionado la complicidad entre los partidos políticos mexicanos y la dictadura. Existe una cínica simulación de representación popular. Me ha tocado ser testigo de que políticos que aparentemente se pelean a muerte en la tribuna del Senado, al final del día se dan de abrazos en el estacionamiento y acuerdan repartirse los negocios de licitaciones de obra pública. También me ha tocado ser testigo del reparto de los papeles del bueno y del malo entre los grupos parlamentarios.
Por eso, por medio de un artículo que publiqué hace poco más de un año, denuncié esa farsa democrática del sistema político mexicano y reté a los partidos políticos a demostrarnos que no son unos farsantes. La prueba de que no son unos farsantes sería movilizarnos para exigir la democratización del país, pues como partidos que son disponen de una estructura territorial nacional y de presupuesto suficiente como para desplazar a miles de mexicanos para paralizar juntos el país si ellos quisieran (y derrumbar así esta dictadura).
Celebro que el pasado domingo, el Partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) por fin lo hizo, pues movilizó a miles de mexicanos de todos los estados de la república hasta el Paseo de la Reforma y, desde el templete, Andrés Manuel López Obrador exhortó a Enrique Peña Nieto a permitir pacífica y ordenadamente el tránsito de la actual dictadura a la democracia.
Enrique Peña Nieto tiene dos opciones al respecto: ignorar o acatar. Si ignora la petición de irse y permitir civilizadamente la democratización del país, el propio Peña Nieto estaría desperdiciando la oportunidad de mantener la paz en México. Es un hecho que el Pueblo de México ya no queremos un día más de su gobierno. Tampoco queremos que su gobierno sea reemplazado por otro gobierno que también trabaje para la dictadura, como sería una posible reelección del PRI o del PAN (lo cual me da la impresión que planean hacer para el 2018 por medio de otro fraude electoral).
Tanto Morena como diversas organizaciones sociales (yo mismo encabezo una llamada Frente Refundación) que exigimos pacíficamente la democratización del país, son vías esencialmente políticas y pacíficas para la transición. Sin embargo, otros sectores del país que no son tan pacíficos como nosotros, muy probablemente exigirán el fin de esta dictadura por otros medios. Ese es el verdadero riesgo de que Peña Nieto no ceda.
La caída de esta dictadura es un hecho, eso va porque va, porque ya están solos; y sobre eso ya no pueden decidir. Sobre lo que, en cambio, aún pueden decidir es si su retirada será por la vía pacífica y ordenada.
*Molina, Ignacio (2007). Conceptos fundamentales de Ciencia Política. Alianza Editorial. ISBN 84-206-8653-0.
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