Julieta Cardona
28/05/2016 - 12:00 am
Bien peculiar
Después de años regreso al abuelo. Sucede, como era esperada, una de nuestras pláticas recurrentes.
«—¿De dónde vienes?
—De la Tierra.»
Después de años regreso al abuelo. Sucede, como era esperada, una de nuestras pláticas recurrentes. Me dice que no es un hombre de mundo y le digo lo primero que me viene: que es el del mío. Tarda nada en responderme, con una sonrisa temblorosa, que ya casi se va.Pienso que ya es tiempo de ser franca y le digo, copiando su sonrisa temblorosa: vete cuando tengas que irte, viejito. Se sorprende. Lo sé porque me lo dice. Sus nietos y su nueva esposa le dicen que uf, todavía le queda mucho tiempo.
Ahora mismo tengo un sentimiento bien peculiar. Le digo a mi abuelo que, si él muere antes que yo, no iré a visitarlo a ningún panteón. Él hace una pausa relarga y luego me pregunta que por qué. Pues porque no estaré con la cabeza gacha guardando silencio frente al foso que no está regresándote a la tierra. Sonríe. Luego dice, bien peculiar y bien despacito: está bueno, está bueno.
Mis abuelos maternos murieron en esta ciudad. A papá Marcos se lo tragó el cáncer que le entró por la boca una vez que estaba tosiendo y respirando bien fuerte. Fue algo progresivo de a madre y todos mis tíos se endeudaron para pagar su fe: una operación que le removió el tumor que veintitrés días después lo mató.
A mamá One se la chupó mitad el cáncer y mitad la insuficiencia renal. A mí que me lleve lo mismo que se llevó a mi viejo, la escuché decir un día. Fueron enterrados en una tumba. Un féretro encima de otro. Un cuerpo en metástasis encima de otro igual. Un montón de misas católicas encima de otro igual.
No voy al panteón porque los viejos que tanto amé no están ahí. Las almas no pueden encerrarse en cajas que se clavan tres metros a la tierra. Los cuerpos no terminan sus ciclos porque se llenan de gusanos en un hoyo que no les corresponde.
Mañana regreso a México. Sigo en la casita de mi viejito. Es austera, pero cómoda. Dos mangos. Un plátano. Una jarra de agua. Tres julietas en macetas nuevas de plástico. Un sillón para uno. Tres sillas con almohadas en los asientos. Un espacio para un foco. Dos espacios para dos focos. Tres cuartos. Un patio largo. Luz blanca. Sus libros. Sus tesis. Sus ganas de irse. Siento que ya hablé horas, pero aún me dan ganas de decirle, durante el resto de la tarde: abuelo, regresemos a la Tierra.
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