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Alejandro Páez Varela

28/05/2012 - 12:03 am

#YoSoy132: Bonitos pero no pendejos

La foto fue tomada con un celular equis y no con un iPhone, supongo, porque es de baja resolución. La chica es bonita, sí. Tendrá 21, 22 años. Sonríe por su travesura bien pensada. Va sobre Avenida Chapultepec, en la Ciudad de México, rumbo a Televisa. Junto a ella, otro joven lleva dos máscaras: una […]

La foto fue tomada con un celular equis y no con un iPhone, supongo, porque es de baja resolución. La chica es bonita, sí. Tendrá 21, 22 años. Sonríe por su travesura bien pensada. Va sobre Avenida Chapultepec, en la Ciudad de México, rumbo a Televisa. Junto a ella, otro joven lleva dos máscaras: una de Enrique Peña Nieto y otra de Emilio Azcárraga; ambas circularon durante la marcha del miércoles pasado, 23 de mayo de 2012.

Atrás, un barbón alto carga un celular y otra estudiante, bonita también, ve a la cámara.

Junto a la protagonista de la foto, otra alumna levanta un brazo. Quizás levanta los dos y una pancarta. No se sabe. La foto –como casi todas las fotos de celular– es caprichosa y allí termina.

Cae la noche porque los faros se han encendido y un anuncio de Seven Eleven brilla en tonos amarillos, naranja y verdes.

“Soy bonita pero no pendeja / AntiPRI”, se lee en perfecto español, con letras mayúsculas.

Esa tarde de miércoles estuve allí. Todos me parecieron bonitos. Flacos, gorditos, pelones, greñudos, altos, tatuados o con lentes de marca: bonitos. Blancos y morenos y casi niños, con ganas de descamisar al mundo y ponerlo a rodar frente a ellos.

“¿Sientes cómo tiembla el pavimento?”, me dijo una amiga que caminaba conmigo. Los jóvenes brincaban y no lo sentí, pero vi otras cosas: que esas calles, y los monumentos, y el puente, y los edificios se sacudían por la fiebre de los estudiantes. Que los árboles bajaban las copas para saludar su primavera. Que los viejos guardamos silencio –con excepción de una estúpida motocicleta del SME– para verlos pasar, casi con reverencias; para disfrutar con ellos sin decir una palabra.

Porque no era de alguien: usted qué, yo qué. Era de ellos esa fiesta. Era para anunciar que tienen la palabra –todavía no sé si la última– y que no estaban ni están dormidos, ni han despertado apenas ahora.

Una fiesta para decir que son bonitos y nada pendejos. Todos. Como esa ocurrente de 20, 21 años. O como esos otros que se quitaban las camisas y gritaban:

–¡Recuerda, Gaviota, cómo le fue a la otra!

La marcha pudo ir hacia el PRI: estaba a la vuelta de El Ángel de la Independencia. Pudo desembocar en el Zócalo, y una parte del contingente –los punteros, los más ansiosos– sí avanzó hacia allá.

Pero la marcha corrigió y se fue directo a Televisa, y no por poca cosa: los jóvenes, nada pendejos, saben que las televisoras son más poderosas que el PRI. Son más poderosas, por supuesto, que el candidato de un partido desprestigiado. No fueron a Los Pinos porque allá se deciden, a estas alturas, muy pocas cosas. Fueron al centro de poder –o a una sucursal simbólica–: a Televisa Chapultepec.

No protestan contra Felipe Calderón, aunque en gran parte hemos llegado hasta aquí por él. Protestan contra los verdaderos generales del Estado: los dueños de las televisoras.

Los  generales que deciden quiénes verán un debate presidencial. Los que dicen quién no merece aparecer en la foto. Los que nombran candidato y quieren ungirlo presidente. Caray, qué más que esto: Los que pueden despojar de su propio nombre a un actor de mil batallas: Rogelio Guerra.

No sé por quién votarán, aunque las revoluciones culturales siempre corren hacia la izquierda. Y con toda certeza sé por quién no votarán: por el PRI. Con que voten basta. Con que se paren enfrente de la fila y digan sin decirlo: Aquí no deciden los acarreados de Elba Esther Gordillo, de Carlos Romero Deschamps, de Valdemar  Gutiérrez. Aquí no deciden los spots ni las noticias de la televisión. Aquí decido yo. Y otros como yo: los que salieron de la nada y son más que 131.

De regreso a casa, por la noche, en el Metro venía una chiquilla de unos 20 años, sola y preocupada. Traía libros. Iba tarde.

He visto a los padres de tres chamacos y los cinco iban serios, como una familia de físicos-matemáticos que acaba de descubrir la cura para la apatía.

He visto universitarios de todos los estratos sociales, serios, sin banderas y sin corear consignas de partidos, sabedores de que ese día habían ganado su mayoría de edad.

He visto los albores de una revuelta inteligente contra un régimen que no los representa.

He visto el futuro, serio, formal. Y es un futuro bonito, y nada pendejo.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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