Tatuada por los ríos: presentación de la revista “Villahermosa” (segunda parte)

28/04/2024 - 12:01 am

El siguiente texto fue leído por Mario Humberto Ruz, autor en Artes de México, en San Juan Bautista Villahermosa, para presentar nuestra revista de próxima publicación, Villahermosa no. 137.

Ciudad de México, 28 de abril (SinEmbargo).- Siglo y medio después, hacia 1840, Justo Sierra O’Reilly describió el comercio en la capital de Tabasco; sin duda no muy distinto del estilado en la época virreinal. El célebre doctor en Derecho y escritor, por la orilla del río, pudo ver, a falta de mercado público: “Cincuenta tiendas, por lo menos, [que] están sobre el barranco, y todas tienen por delante muy bonitos corredores. En la orilla izquierda del río, sobre la que nos hallábamos, se veían como 200 canoas, de diversos tamaños, cargadas de maíz, cacao, frijol, leña, tortugas, pescados, frutas y otras mil producciones del país” (O’Reilly, 1987, t. I, p. 67).

Para quien haya vivido en Tabasco, no es difícil imaginar varias de esas “otras mil producciones del país” de las que habla don Justo. Aún puede uno ver muchas de ellas si se apuesta a las afueras de los mercados de Villa: procesión de cocos verdes y secos (con su ambicionada manzana), caña llegada de Santa Rosalía, melocotones de la región, mazorcas de maíz de diversos colores y sabores, (…) distintas clases de mangos: petacón, criollo, piña y mango cochi; enormes pencas de plátanos llegando desde el camino a la Sierra y desde Huimanguillo (…) Y, por supuesto, cacao para un buen chocolate, y pataxte, especial para el chorote espumoso.

Es como ver, caminando, el centro del Mercado Sarlat, que describió Rafael Domínguez, a quien de niño enviaban con un peso con el que “llenaba el tenate de la compra diaria”: “En el centro, las frutas, los chinines, los aguacates, los caimitos, las piñas, los mangos criollos, las naranjas, las pitahayas, las guanábanas, las anonas, las chirimoyas” (Domínguez, 1949, pp. 165-166).

Canoas en el río Grijalva, ca. 1940.

A los que coincidimos con Rilke en aquello de que la infancia es nuestra única Patria, los ojos y la saliva se nos van todavía tras las palanganas con ramitos de flores donde las mujeres respetuosas de la tradición colocan dulces de coco, de leche, de melcocha sobre hoja de naranjo, orej’emico, toronjonas confitadas, limoncitos rellenos de coco, turuletes o merenguitos de guanábana… Ahí sí, habiendo llegado al área de dulces, podríamos entonar gozosos con Pepe del Rivero, “Mercado de Villahermosa, te dedico mi pregón. Chivirivito, traigo caimito, la dulce guaya, piña sabrosa, el marañón y la pitahaya, el tamalito y la pomarrosa.”

Aunque para rimas excelsas, allí están las de ese cuarteto que para Álvaro Ruiz Abreu recuerda al de Alejandría, si bien la ciudad portuaria de estos se circunscribía a las calles de Lerdo, Aldama, Sáenz y Juárez, donde nacieron y comenzaron a florecer Gorostiza, Pellicer, Becerra e Iduarte, y también Josefina Vicens. Ellos, sitiados por la selva y el agua; ella, por su Libro Vacío y por Los años falsos, a más de sus premiados guiones cinematográficos. Todos ellos, surgidos, acota Álvaro, “en una ciudad dispuesta para el caminante”, dispuesta, entonces, a dejarse asombrar por la floración del macuilí y el guayacán, y que hoy “quiere olvidar el pasado, el de las pequeñas embarcaciones que se remontaban río arriba y se perdían en los laberintos de las aguas”.

En Tabasco lo humano habla con matices propios, nos lo recuerda don Francisco Santamaría, en especial en El provincialismo tabasqueño, un texto de 1921 que bien ameritaría una re-edición, para figurar junto a sus grandes diccionarios, el de Mejicanismos (1974) y el General de americanismos (1988), en el que se detiene Carlos Enrique Ruiz Abreu en la revista-libro que hoy presentamos, y cuya factura hace que, en su opinión, sea “el intelectual tabasqueño con mayor alcance a nivel local, nacional y en el exterior” (supongo que sumándolo a los poetas de los que da cuenta su hermano).

Todos ellos son testimonio de cómo, en Tabasco, el ayer nutre con su limo el mañana, como bien pregonaba Carlos Becerra: “Dadme mis huesos y los huesos de mis muertos, y los pondré a florecer en la noche”, aunque bien sepamos, que a final de cuentas, como escribió Díaz Bartlett, solo puede uno reclamarse como único habitante de sí mismo.

Menos tiempo de disfrutar de los tiempos, aunque fuesen salados, tuvo Andrea Ponz y Álvarez, muerta en 1875, dos meses antes de cumplir 21 años. De quien pregona su epitafio:

Que poco ha vivido, morir no quería,
apenas del mundo las dichas probó.
Aún era muy joven, llorar no sabía,
la muerte sus días felices cortó,

Transborde de plátanos roatán, ca. 1940.

Que puede leerse en ese solemne remanso de ayer siempre actualizado que es el Panteón Central de Villahermosa, con el que cierra Artes; espacio donde nos sorprende la elegancia y gracia de ciertos mausoleos, o el dolorido recuerdo de jóvenes promesas como Luis Jáidar, descendiente de libaneses nacido en Villahermosa, quien se formó en el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México. Pese a haber muerto con apenas 21 años (en 1926), fue un prolífico creador de valses, canciones, tangos, caprichos, serenatas, fantasías, estudiantinas (Santamaría, 1985, pp. 103, 590), danzones y hasta foxtrot, en cuyos nombres siguen asomando los ríos, como lo pregona “La danzarina del Nilo” (Romero, 2023, pp. 113-114). No en balde el busto que recuerda su atractiva fisonomía, luce la partitura enrollada de “Llorando”, uno de sus más famosos valses, que es de suponer contemplará desde la eternidad con la misma nostálgica añoranza con que, en otra tumba, el ahora difunto, que se ve en una foto batiendo su chocolate, mirará el molinillo que pusieron sus deudos. Nada extraño, ¿Cómo podría un auténtico choco considerar como Edén un sitio donde no pueda consumir su chocolate?

No resta, pues, más que agradecer a la Alcaldía del Centro y su Fondo Editorial, así como al equipo de Artes de México, el generoso regalo de esta revista que, página tras página, nos hace evocar esos espléndidos versos del Canto general, que bien podría haber escrito Neruda para Villa:

Amada de los ríos
Combatida por agua azul y gotas transparentes,
como un árbol de venas es tu espectro…
al despertar desnuda entonces, eras tatuada por los ríos…

en Sinembargo al Aire

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