María Rivera
28/03/2024 - 12:01 am
Democracia
“Durante todas las décadas anteriores los intelectuales de la derecha en el poder, que hoy están muy preocupados, no encontraron ningún peligro en el ejercicio democrático”.
He estado leyendo con atención, querido lector, algunos de los artículos que intelectuales de la oposición han publicado estos días. Digo, “intelectuales de la oposición”, porque abiertamente apoyan a la candidata opositora Xóchitl Gálvez y la coalición que la postula. Me interesan los argumentos de los más serenos, cuando parecen provenir de otro lugar que no es la abierta militancia. Sobre todo, me interesan los argumentos que afirman que solo si la oposición gana, o mejor dicho, que solo si Morena pierde, la democracia estará a salvo. Es un argumento muy extraño, querido lector, que contradice el sentido mismo de la democracia. La explicación es muy simple: aseveran que de ganar Morena, aplicaría reformas que son contrarias al sistema democrático mexicano, como la desaparición de algunos organismos autónomos y la reforma al poder judicial.
Claro, para ello, Morena no solo tendría que ganar la presidencia sino las mayorías legislativas, como quien dice, arrasar como incluso no lo hizo en 2018 o llegar a acuerdos democráticos con otras fuerzas políticas. Eso, la verdad, no se ve muy probable, querido lector. Digamos, es un escenario hipotético creado por ellos. El diseño institucional de la democracia mexicana permite que se hagan cambios por mayorías o llegando a acuerdos, como sabemos. Así, durante las últimas décadas la Constitución ha sufrido múltiples modificaciones. Algunas de ellas fueron contrarias a lo que una minoría, la izquierda opositora, sostenía. El argumento que la izquierda sostenía en ese entonces era en esencia el mismo que hoy los derechistas sostienen: las modificaciones atentaban contra el interés nacional, pero no comportaba el chantaje del fin de la democracia de la minoría opositora de hoy.
La oposición izquierdista no pudo hacer nada en ese entonces porque era una minoría, y las reformas se impusieron a pesar de ella, como sucede en los sistemas democráticos. Fueron batallas que una y otra vez perdieron en el Congreso, hasta 2018 cuando llegaron al poder con López Obrador y con una gran fuerza y legitimidad, concedida por la mayoría del pueblo de México. Hoy, es evidente que hay dos ideas de país distintas, encontradas si se quiere, pero ambas igualmente legítimas. Tratar de deslegitimar a la morenista como “antidemocrática” es el último episodio de la propaganda electoral opositora.
Y es que, durante todas las décadas anteriores los intelectuales de la derecha en el poder, que hoy están muy preocupados, no encontraron ningún peligro en el ejercicio democrático, en la imposición de las mayorías o en los acuerdos de grupos políticos para imponer una concepción del país, al contrario, lo celebraban con bombo y platillo. Descalificaban a la oposición izquierdista y a los movimientos sociales populares. No pocas veces justificaron al gobierno en episodios autoritarios y criminales, mientras se sumaban a los nuevos negocios promovidos por las reformas. Se convirtieron en publicistas y en intelectuales oficilistas sin ningún reparo. Esencialmente, estaban de acuerdo con el status quo que, además, terminó por beneficiarlos. La cercanía con el poder no era exclusivamente ideológica, sino que el poder supo recompensarlos. No es extraño, pues, que hoy, como parte de una minoría opositora, añoren, idealicen un pasado nacional que está muy lejos de ser idílico, al menos para la mayoría de los mexicanos. Y es que esto es lo extraño, querido lector, que esa clase intelectual, aún hoy, sea totalmente incapaz de ver críticamente el país, tal cual era. El estado de corrupción generalizada del gobierno, la inequidad monstruosa, la pobreza mayoritaria que hizo que la izquierda llegara al poder, a este selecto grupo de amantes de la democracia no les importaba o les parecía aceptable.
De otra manera no se entiende que todo el proyecto de la oposición, por la que ellos se inclinan, consista en regresar al país a donde estaba. Son, en efecto, conservadores de lo peor que teníamos o de lo mejor que ellos tenían. Su país maravilloso vivía en esa disparidad que el propio sistema creó y en el hecho de que el gobierno estaba al servicio de una minoría privilegiada. Ni modo, hay que decirlo: a su servicio. Piénsese nomás en las propuestas en el área cultural de la opositora Xóchitl Gálvez: una de ellas es… regresarles sus privilegios… ¡al mismo grupito intelectual que fue privilegiado durante décadas y de la misma manera! Su propuesta: darles puestos en la diplomacia cultural, para que el Estado les pague sus vacaciones y periodos creativos (sin competir por ninguna beca o estímulo con el resto de creadores mexicanos) y los promueva por todo el mundo, como en el sexenio foxista. De hecho, que la encargada de cultura del equipo de Gálvez, sea una exfuncionaria calderonista, dice mucho. No les importó que la exfuncionaria haya sido denunciada por desvío de recursos, ni las múltiples críticas del sector cultural en torno a la corrupción en su gestión ni las exigencias de democratización de esa área, en esos años.
Ver como algunos escritores e intelectuales hacen campaña por la oposición, a sabiendas de que perdieron prebendas este sexenio, no deja lugar a dudas sobre lo que desean y anhelan, lastimosamente. Y le va a parecer extraño, querido lector, pero a mí esa oposición me parece lamentable: es una oportunidad perdida para plantear un país mejor, diferente, no un país que ya conocemos, de sobra. Porque, en efecto, hay muchas cosas buenas que podrían rescatarse y otras muchas que el gobierno de Morena no llevó a cabo. La molestia del sector cultural no consistía en que las cosas cambiaran, sino en cómo no cambiaron o empeoraron: cómo no ampliaron el presupuesto, cómo centralizaron, cómo no democratizaron, cómo destruyeron las cosas que sí funcionaban y cómo no mejoraron las que no. Su enorme desdén por la cultura, ideológico y económico, y por la comunidad cultural fueron errores de la izquierda. Pero viendo las propuestas de la derecha, una no puede sino lamentarse. Lo que nos proponen es totalmente inaceptable.
Volver al pasado para “salvar la democracia”, en realidad significa volver al pasado para “salvarlos a ellos”. No, pues imposible, querido lector. Será por eso que Morena vuela por los aires, ya muy lejos.
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