Mateo Crossa Niell
28/03/2021 - 12:02 am
La uberización del trabajo: una salida antisocial a la crisis
La crisis provocada por la pandemia ha causado una de las mayores contracciones que la economía mundial haya visto en su historia. Tal y como lo afirmó el presidente del Banco Mundial, la condición económica por la que atraviesa el mundo es más aguda que la Gran Recesión de 2008 y en el caso de […]
La crisis provocada por la pandemia ha causado una de las mayores contracciones que la economía mundial haya visto en su historia. Tal y como lo afirmó el presidente del Banco Mundial, la condición económica por la que atraviesa el mundo es más aguda que la Gran Recesión de 2008 y en el caso de América Latina, más grave incluso que las crisis de la deuda de la década de los años 80. Según datos de la OCDE, el PIB mundial en promedio cayó 4.2 por ciento en 2020, cifra que no es más trágica por el impulso parcial de crecimiento de 1.8 por ciento que representó China. Fuera de este caso, todos los demás cálculos de crecimiento económico fueron negativos, incluyendo a varios países que alcanzaron caídas de dos dígitos. No cabe duda de que, tal y como lo ha mencionado la CEPAL, este escenario global alcanza la gravedad de la Gran Depresión de 1929, con la diferencia de que en aquel año sólo 29.5 por ciento de los 2 mil millones de habitantes era población urbana, mientras que actualmente esta cifra alcanza el 56 por ciento de los 7.7 mil millones de personas que habitamos esta tierra. En otras palabras, la población global que actualmente no tiene más que su fuerza de trabajo para vender al mercado laboral es inmensamente mayor y por tanto mucho más vulnerable a la convulsión de la economía global, misma que ha lanzado a decenas de millones de personas a las filas del desempleo y subempleo, afectando especialmente a las mujeres.
Este desolador panorama tiene la contracara de una acumulación de riqueza hiper-concentrada en un puñado de enormes corporaciones globales vinculadas a desarrollo, control y apropiación de información por medio de plataformas digitales, que han visto aumentar su riqueza de manera exponencial, aprovechando las condiciones de reclusión y aislamiento que para muchos ha significado la pandemia. Corporaciones trasnacionales como Amazon, Uber, Airbnb, Cabify, Just Eat, Lyft, DiDi, iFood, Facebook, Glovo, Deliveroo, GrubHubm Rappi, Google, etc, que se habían instalado con fuerza en el sector servicios de la economía mundial, especialmente en economías desarrolladas, refuerzan ahora su protagonismo en la pandemia para convertirse en piezas estratégicas de la economía mundial. Estos gigantescos capitales de plataformas consiguen su condición monopólica por el control privado y lucrativo de enormes bases de datos manipuladas por medio de algoritmos, sistemas computacionales de punta, equipos de investigación dinámico en torno a la inteligencia artificial, apropiación privada de conocimiento por medio de patentes, firmas de abogados, headhunters y vastas reservas de capital para realizar fusiones y adquisiciones empresariales.
Pero estas corporaciones no sólo se colocan en la médula de la economía global actual por la ganancia extraordinaria que les garantiza el control de datos y patentes, sino también por la imposición de un modelo novedoso que revoluciona la organización del mundo del trabajo. El nuevo escenario laboral impulsado por las empresas de plataformas viene a profundizar la relación entre lo que el sociólogo italiano Pietro Basso (2008) describió como “tiempos modernos y jornadas antiguas”. El rápido avance en proceso de desarrollo tecnológico e innovación y el aumento exponencial de la velocidad en la circulación de capital impulsado por las plataformas digitales, tiene la contracara de una mayor flexibilización, precarización en las condiciones de trabajo y aumento en las jornadas laborales, al grado que los ya de por sí lastimados derechos laborales, son aún más golpeados ahora que el trabajo “uberizado” se generaliza con mayor fuerza en los diferentes rincones de la economía global.
Bajo el imperio del “justo-a-tiempo”, que busca alcanzar al consumidor final en el instante en el que hace la compra o solicita un servicio, las corporaciones de plataformas digitales emplean a millones de personas en el mundo para recorrer las avenidas, calles, callejones, colonias, barrios, etc., durante jornadas de 10 a 14 horas todos los días, en automóvil, motocicleta, bicicleta o inclusive caminando. Esta gran población trabajadora, basada principalmente en las ciudades, ha pasado a formar parte del enorme ejército global de “prestadores de servicios”, elocuentemente llamados así para excluirlos de la contratación formal.
Las grandes corporaciones de plataformas se presentan al mundo como aplicaciones digitales neutrales que sirven para agilizar el servicio de paquetería, transporte o delivery. Pero la apropiación, manipulación y control de datos geolocalizados en tiempo real les permite mantener un estricto disciplinamiento laboral, al transferir el control del espacio y del tiempo al mandato de las plataformas y quitarle al trabajador cualquier posibilidad de planeación. Además, propicia la híper-flexibilización del trabajo por medio de lo que se conoce como “contratos de hora cero”. Esto significa que no existen horarios de trabajo fijos sino que las personas trabajadoras deben mantenerse perpetuamente al servicio de la empresa, esperando a que les “caiga un viaje”, porque la remuneración que pagan las empresas es por el viaje, más no por el tiempo de espera.
Lo que el sociólogo brasileño Ricardo Antunes (2020) ha llamado la “uberización del trabajo” tiene la novedad de una “simbiosis entre el trabajo informal y el mundo digital”. Esto quiere decir que el trabajo informal ya no puede ser concebido, como suele hacerse, únicamente como un espacio expulsado del mercado laboral formal. Por el contrario, las corporaciones de plataformas no contratan a sus trabajadores, los convierten en sus “asociados”. Como resultado, a pesar de importantes cambios en algunos países europeos, producto del descontento social, donde los trabajadores de plataformas han sido parcialmente contratados como parte del sector formal, en el grueso de las economías del mundo, especialmente en América Latina, las condiciones han avanzado en un proceso regresivo de la relación contractual, donde el trabajador informal, disfrazado como “contratista independiente”, trabaja prácticamente al margen de la legislación laboral, sin seguridad social, prestaciones, horario de trabajo fijo ni salario establecido. Se trata de un proceso de “uberización laboral” expresada en la integración orgánica del trabajo informal en la generación de ganancia de las corporaciones de plataformas digitales.
En un país como México, donde 26 millones de personas laboran en el sector informal (56 por ciento de la población ocupada total), no resulta casual que las empresas de plataformas digitales se encuentren reacias a formalizar condiciones de contratación y negociación en este sector, a pesar de que los trabajadores deben pagar impuestos (lo cual no los exenta de estar trabajando en condiciones de informalidad al no recibir ningún tipo de seguro ni prestaciones). Estas empresas, a pesar de los múltiples actos de descontento social-laboral, no han accedido a reconocer formalmente una relación laboral; quizás porque seguir encubriendo la relación de trabajo con figuras como “contratistas independientes” les garantiza el usufructo de condiciones sorprendentemente precarias de trabajo, muchas de las cuales serían consideras ilegales en caso de que hubieran contrato de trabajo oficiales.
Por lo anterior, no es casual que la población trabajadora de plataformas digitales, con todo en su contra, busque generar esfuerzos colectivos a nivel nacional y mundial para visibilizar las precarias condiciones de trabajo. Tal y como lo demuestra el monitoreo de Leed Index, entre febrero de 2017 y mayo de 2020 se registraron 527 casos de expresiones organizadas de descontento laboral en este sector, las cuales tomaron aún mayor visibilidad en el último trimestre del 2020, especialmente por el paro internacional de repartidores que se llevó acabo el 9 de octubre. En el caso de repartidores en México, organizaciones como “Ni un repartidor menos” han sido claras en denunciar las bajas remuneraciones, las jornadas intensas y prolongadas, así como el predominio de una política laboral que transfiere al trabajador individualizado las responsabilidades en el cuidado y prevención de riesgos laborales, cuando éstas deberían estar legisladas y ser obligatorias para las empresas.
Si hoy no se escucha la demanda social-laboral de la población trabajadora de plataformas digitales, las profundas transformaciones tecnológicas por las que cruza la economía mundial en la actualidad solo ofrecerán un futuro laboral aún más agresivo e incierto.
Referencias:
Basso, P. (2003). Modern times, ancient hours: working lives in the twenty-first century. Verso.
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