Melvin Cantarell Gamboa
28/02/2023 - 12:05 am
Educación e ideologías
Desafortunadamente no hay ideología inocua; en nombre de las ideas los fanáticos han instituido el terror, colmado cárceles, levantado cadalsos y guillotinas, declarado guerras, desaparecido pueblos, cometido genocidios, etnocidios y crímenes espantosos que llevan al agrietamiento estrepitoso de lo real y lo racional.
La creencia, una necesidad interna que vuelve imbécil.
F. Nietzsche.
Fragmentos póstumos 1887.
Llamó mi atención una nota publicada en el periódico La Jornada el lunes 6 de febrero, en la que un grupo de profesores y directores de educación básica expresaron su punto de vista sobre el texto difundido entre el profesorado de la Secretaría de Educación Pública que lleva por título: “Un libro sin recetas para las maestras y maestros”, en el que se propone una reflexión pedagógica e histórica del quehacer del docente, al mismo tiempo que invita a la lectura de algunos textos considerados básicos. Los profesores expresaron a la reportera Laura Poy Solano su parecer sobre el documento, así como su importancia en la formación integral del profesorado; en general, consideraron que los docentes deben abrirse a la filosofía, la historia, la ciencia y el arte, pues son temas que acompañan el proceso de aprendizaje de niños y jóvenes; los maestros interrogados dijeron estar obligados a leer las obras relacionadas con esos contenidos, independientemente de la ideología que sustenten. “Los maestros, expresó uno de los entrevistados, debemos abrir nuestros conocimientos a distintas visiones del mundo, sin que esto implique que eres comunista, marxista o de ultraderecha”.
La prensa de derecha y sus opinionistas ni tardos ni perezosos se lanzaron contra la lectura de El capital de Carlos Marx y el ¿Qué hacer? de V. I. Lenin; acusaron a la SEP de promover ideologías retrógradas como instrumento para adoctrinar a los profesores y, a través de ellos, a sus alumnos en los rudimentos del marxismo-leninismo y, en consecuencia, en el comunismo. Ahora bien, la derecha, inepta para resolver problemas sociales pero no tonta, sabe que la ideología preponderante es la de la clase dominante; sabe también que a través de la familia, la escuela, la iglesia y la educación impone su cultura y su ideología a niños y adolescentes y que, de esta manera, inscribe cerebralmente en ellos una marca que conservan durante la vida adulta; estas creencias impuestas a través de los aparatos ideológicos del sistema elimina entre los individuos la posibilidad de pensar y actuar con autonomía y libertad. Es necesario subrayar que estas ideas, impuestas desde la más tierna infancia, permite al capitalismo organizar las convicciones de grandes grupos sociales para que actúen, según cálculos previos del poder burgués, en favor de sus intereses; la identidad de esta manera construida obliga a los fieles a la adopción de valores que les hacen creer son convenientes, con la intención de extenderlos a la colectividad a fin de que los sujetos influidos cambien o modifiquen sus comportamientos a modo del estatus quo.
Lo que sigue es una breve respuesta crítica a los comentarios vertidos en la prensa de derecha y una reflexión sobre el papel de las ideologías en la educación.
A las “sesudas” reflexiones de quienes creen ser “especialistas” en educación y atacaron el manual mencionado, hay que decirles que el problema no es que se invite a los profesores a leer determinados escritos, sino dilucidar si la propuesta contribuye o no a una mejor enseñanza y si los libros recomendados contribuirán o no, como dijo uno de los maestros entrevistados, a superar la vieja disputa de grupos disidentes del magisterio con los lineamientos dictados durante sexenios por la SEP y sus funcionarios que por décadas han impuesto a los educadores un pensamiento dogmático y vertical sobre lo que debe difundirse en el aula con la finalidad no de mejorar, sino mantener el control ideológico de la educación nacional.
Quienes se ocuparon de opinar sobre el citado manual centraron su reprobación sobre dos obras específicamente: El capital de Carlos Marx y el ¿Qué hacer? de Lenin; quiero aclararles a estos “críticos” que cuando se trata de ideologías no hay diferencia, por ejemplo, entre el político y el religioso, derecha e izquierda, hay voluntad de poder. Hagamos el siguiente ejercicio: sustituyamos la lectura del ¿Qué hacer? de Lenin por las Epístolas de Pablo de Tarso ¿Cambiaría el uso protervo que se hace de la ideología? Por principio, todas las ideologías son mitologías degradadas, de la misma manera que todo aquel que toma partido por una, vive la locura de la decisión y la elección, pues la comprensión de cada una plantea límites infranqueables, en este sentido, somos incompetentes para abarcar lúcidamente todos los puntos de vista y determinar sin equivocarnos cual es la verdad. Las ideologías normalmente utilizan palabras adulteradas para sostener mitos sin substancia, ya que se sustentan en la creencia previa de un bien supremo o una meta final que detiene el curso de los acontecimientos y de la historia, lo que es absurdo. La intención fundamental de toda ideología se centra, en consecuencia, en la inculcación de una falsa conciencia, es decir, en la representación ilusoria de la realidad; de ahí que tanto Lenin como Pablo sean ideólogos, hombres de grandes pasiones, fanáticos creyentes y profundamente doctrinarios que intentaron mediante sus ideas obligar a sus seguidores a tomar partido en favor de su capilla; su ambición los obligaba a multiplicarse sumando prosélitos, ya que, como los pastores, necesitan de un rebaño; ambos imaginaban que su causa, en la que creen y a la que sirven, no tiene equivalente y es deseable por ofrecer el mejor mundo posible y, por su esencia, están por encima de todas las demás causas, pero, como dice Nietzsche: ningún ideólogo “quiere saber que su causa requiere del mismo estiércol pestilente que todas las empresas humanas” (Humano demasiado humano), cuando, en rigor, ninguno tiene nada que ofrecer, excepto mundos inexistentes o inalcanzables; para engañar Pablo tomó lo más detestable del Antiguo Testamento: la intolerancia, la brutalidad, la exclusión (sólo su creencia es verdadera), el espíritu sectario y la charlatanería; negó el cuerpo en favor del alma y, en consecuencia, pregonó un rotundo no a la vida a cambio de ofertar un más allá al alma inmortal. Lenin, a su vez, promete un inasequible paraíso en la tierra una vez alcanzado el comunismo; resultado, a ambos hay que colocarlos en el grupo de los magos de la falacia conceptual o lo que es lo mismo, de los ideólogos. Desafortunadamente no hay ideología inocua; en nombre de las ideas los fanáticos han instituido el terror, colmado cárceles, levantado cadalsos y guillotinas, declarado guerras, desaparecido pueblos, cometido genocidios, etnocidios y crímenes espantosos que llevan al agrietamiento estrepitoso de lo real y lo racional. Sólo el hombre que piensa no renuncia a su autonomía para entregarla a una idea.
En relación a El capital de Carlos Marx, la mera insinuación y trato de esta obra como un panfleto de propaganda comunista exhibe a los censores de “Un libro sin recetas para maestras y maestros” como nescientes críticos del comunismo; la crítica decía Walter Benjamín, es una cuestión de distancia correcta, depende de la perspectiva y el punto de vista de quien la hace, por lo tanto ha de argumentar y fundar sus juicios en hechos y en el conocimiento profundo de lo que se critica, está obligado, incluso, a saber más que el autor, y dudo que alguno de los mencionados opinionistas haya leído los tres tomos de El capital (publicado en seis volúmenes por Siglo XXI), si lo hicieron se habrán percatado que lleva por subtítulo “Crítica de la economía política” ¿Se preguntaron por el por qué del subtítulo? Adam Smith y David Ricardo crearon la economía clásica burguesa y le dieron estatus de ciencia, Marx en su citada obra hace la crítica de esa economía demostrando que no es ciencia, sino ideología ¿Por qué? Porque no existe correspondencia entre el movimiento histórico real que se pretenden explicar y la conceptualización que de ella hacen esos autores, pues substituyen lo concreto, los hechos, su desarrollo histórico y su materialidad por representaciones e ideas que no se apegan a lo que pretenden describir; en consecuencia, sus resultados no se identifican con el conocimiento ni con la verdad, sino estos son suplidos por ideas preconcebidas para justificar un estado de cosas que requiere racionalizaciones no explicación. La otra aportación importante de la obra marxiana es la descripción del proceso de reproducción y acumulación capitalista; demuestra que descansa en la explotación de la clase obrera y que el uso productivo de su fuerza de trabajo crea plusvalía (la transformación de la materia prima en mercancía agrega a ésta un plusvalor) de la que se apropia el propietario de los medios de producción. El error de cálculo de Carlos Marx fue no prever que son los burgueses y sus economistas, y no los proletarios, quienes más lo leen, El capital ha sido, pues, más útil a la clase capitalista, que a los explotados y condenados de la tierra. Economistas como J. M. Keynes, Joan Robinson, Alfred Marshall, J. Schumpeter, Milton Friedman, J. Stiglitz y muchos otros se han nutrido de la obra de Carlos Marx para explicar y superar las cíclicas crisis capitalistas.
En consecuencia, las ideologías, cualquiera que sea su signo, hay que hacerlas desaparecer del ámbito educativo, pues sólo permiten a los que las promueven organizar las creencias sociales en torno a sus intereses de grupo o de clase. La ideologización dota a niños y jóvenes de una falsa consciencia y predispone a prejuiciar, no a entender, examinar y comprender lo que sucede en su entorno. Las ideologías, repito, son falaces representaciones del mundo que enmascaran y ocultan fines perversos e intereses de toda especie; sólo condicionan al uso instrumental de la inteligencia y distorsionan la lógica en favor de posiciones voluntariosas, en el fondo, son instrumentos de poder, un recurso estratégico y táctico de dominación sobre los sujetos, pues los deja indefensos y desprotegidos frente a quienes desde el exterior le imponen el deber de obedecer sus dictados.
Los grandes espíritus son escépticos, su fuerza se prueba en la duda de toda doctrina; librarnos de las ideologías fortalece el espíritu libre; el ideologizado, en cambio, es siempre dependiente, no puede erigirse a sí mismo como fin ya que no se pertenece, por eso permite ser consumido por alguien que lo consuma; de ahí que no vea, no piense, tenga una óptica unidimensional para todos los valores; el creyente está negado para la autonomía y fácilmente se metamorfosea en un convencido fanático y, para el dogmático, no existen diferentes visones del mundo, sólo una: la suya.
El yo es la consciencia afectada por el mundo exterior, pero no se define en su relación de exterioridad, sino en relación con la consciencia de sí; por eso el educador debe ser, en su relación con el educando un liberador; al niño hay que autonomizarlo y para esto hay que tener presente que toda pedagogía lleva una idea del hombre, de lo que es y puede ser. El hombre liberado es aquel que se ha independizado del rebaño, de la opinión pública y de la moral vigente. Cuando se educa al niño y al joven hay que desarrollar en ellos la inteligencia como herramienta para que se autoconstruya; “la labor del maestro, dice Montaigne, debe limitarse a la vigilancia y orientación del alumno sin influir en él. Hay que inculcarle la honesta curiosidad de averiguar por sí mismo todas las cosas; el maestro no debe colocarle en la cabeza nada por autoridad o dogma” (Ensayos). En tanto ejercicio formativo, la educación ha de preparar al individuo su autoconstrucción; al niño como al joven sólo les hace falta dirección, una mano que les permita darse una consciencia y un destino; jamás ha de dejárseles a merced de un dogmático. Hay que expulsar de la enseñanza la credulidad, la manipulación y la aprobación por autoridad; la educación es demasiado seria para ponerla en manos de profesores ideologizados o en padres de familia infectados de prejuicios, creencias e ignorancia. El maestro no se impone al estudiante, se preocupa por él, por sus inquietudes y se erige en principio y modelo de esa inquietud.
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