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Alejandro Páez Varela

28/02/2022 - 12:08 am

Cansancio

Cuando el General Josip Broz Tito muere, en 1980, reyes, jefes de Estado y ministros de izquierda y derecha cruzaron hacia Yugoslavia a despedirlo en un funeral pocas veces visto. El mismo Tito lo había previsto así. Pero por desgracia nadie pensó en la Yugoslavia que vendría después de él.

Hace unos días le decía a un amigo que veía a Andrés Manuel López Obrador muy cansado. No se necesitan “fuentes de Presidencia” ni tampoco ser adivino: cosa de verlo en las conferencias, con el rostro colgado de los desmañados. Cualquiera lo nota. La semana pasada muchos lo malinterpretaron cuando habló del tema (ya lo ven apagando la luz de Palacio Nacional y entregado las llaves al velador); lo cierto es que sería normal que a sus 68 años se le cansara el caballo por la cantidad de asuntos que trae. Pero hay de cansancios a cansancios.

Hay un cansancio que es la definición del diccionario: que te faltan fuerzas, que estás fatigado. Es claro y directo. Los jóvenes se sienten cansados después de una noche de juerga, los más viejos acumulan cansancio (el “sol adentro” al que se refiere Alfonso Reyes) que los sigue hasta sus últimos días. Cansancio de falta de fuerzas, de fatiga. Es fácil de entender y es tan físico como un dolor de muelas o las bolsas en los ojos.

Hay otro cansancio que refiere al hartazgo. “Me tienes cansado” es lo mismo en nuestro castellano que un “me tienes harto”. Es un cansancio suficientemente activo, es decir, no significa que nos quite fuerzas físicas. Es enojo hacia el otro, hacia los otros. Llegamos a situación límite y nos manifestamos cansados.

Pero hay otro cansancio que se refiere al tedio o al aburrimiento, al hastío o a la repugnancia. Estamos cansados de algo que ya no nos satisface. Es anímico y es existencial. “Esta vida me tiene cansado”, decimos, y no es necesariamente la vida, sino las situaciones de la vida. Dices que estás cansado de un trabajo, pero no es físico sino mental. Cansancio de desilusión.

Esa versión de cansancio/desilusión es la que mostraba Vicente Fox Quesada el 31 de octubre de 2006. Cansancio cercano al hastío. Todavía era Presidente y el equipo de Telemundo le había colocado el micrófono y al acomodarse para la entrevista dijo para sí: “Ya hoy hablo libre; ya digo cualquier tontería, ya no importa. Ya. Total, yo ya me voy”. Fox estaba deprimido y abatido.

Meses antes, Fox Quesada había intervenido en las elecciones presidenciales para beneficiar a Felipe Calderón, como él mismo reconocería. Se uniría a la élite empresarial, a los sindicatos charros, y a PRI y PAN para cometer un fraude que no se daría en las urnas sino en las formas. Es historia conocida aunque no aceptada por todos, y se entiende: si se reconoce que hubo fraude en 2006, se reconocería a la vez que hubo quienes se hicieron de la vista gorda, y quienes lo cometieron y quedaron impunes. Por eso muchos rechazan que hubo fraude; sería arrimar las manos al comal.

El haber tomado parte del fraude electoral de ese año no le provocó el desánimo. Es sabido que en corto y abiertamente Fox presumía haber sido él quien evitó que López Obrador llegara a la Presidencia. El haber violentado la Ley y burlado la voluntad popular lo tenía sin cuidado, porque lo divulgaba a todos los vientos. Lo que abatía a Fox era que, para un amplio sector de la población, él mismo era una desilusión. Había generado infinidad de promesas y había incumplido incluso las más elementales, como respetar la Constitución y las leyes y no meter mano en las elecciones. Fox cerraba un ciclo al frente de la Nación como un Presidente malo que tuvo todo para ser bueno: grandes ingresos petroleros, voto amplio y capital político. Todo lo desperdició. No fue fácil para él cerrar el sexenio sin haber aprendido siquiera a leer y a escribir, algo que confirmamos hoy cada vez que tuitea.

¿De cuál cansancio hablaba el Presidente López Obrador? Por lo que escuché más adelante, creo que se refería al físico, no a la desilusión. Sería muy serio si hablara de hartazgo porque le falta poco menos de tres años. En cambio nadie debería extrañarse si el líder de izquierda empieza a verse agotado físicamente, porque lleva un buen rato sin descansar.

Sin embargo, sí debo advertir a las mujeres y los hombres que están al frente de su movimiento que deben prepararse para una transición que no será fácil. Se trata de la más importante de todos los tiempos para la izquierda, porque se hereda un movimiento robusto y en pleno disfrute del poder. Pero también porque casi todas las transiciones de jefes de Estado “fuertes” resultan fallidas si no se les cuida. Es más fácil encontrar un sustituto para Biden que para Putin; o era sumamente fácil desplazar a Fox e imponer a cualquiera porque el personaje le había fallado a las mayorías.

¿Qué tipo de transición se logrará con López Obrador? Todavía no sabemos. ¿Cómo será el último tramo? Hay que recordar que los presidentes empiezan a perder la atención apenas salen los candidatos a sucederlo. Lo que dicen los números disponibles es que el lópezobradorismo cerrará ciclo con un fortalecimiento inédito en todo el país. Lo dicen las encuestas. Es probable que este año el movimiento sume al menos 4 de las 6 gubernaturas en juego, y en 2023 el PRI tendría que defender con todo Coahuila y Estado de México, o enfrentarse casi a su desaparición territorial. Morena habrá causado, en seis años, la pérdida casi total de territorio no sólo del PRI, sino del PRD.

El éxito no garantiza una transición tersa y también genera falsas ilusiones. Los líderes del lópezobradorismo deberían prepararse desde ya, y el mismo Presidente debe trabajar con su entorno para el relevo (muy probablemente entre compañeros de causa), incluso si se perdieran las elecciones de 2024. El descuido de Carlos Salinas reventó al país al final del sexenio; la tragedia de haber impuesto a Felipe Calderón condujo a México al regreso de los corruptos del PRI. Debe entenderse desde ahorita que gran parte de la administración del fin de ciclo recae en el Presidente en turno –cada vez con menos poder–, más que en el Presidente electo.

Sí veo al Presidente López Obrador cansado físicamente, pero no lo veo aflojando el paso, porque está motivado. Sin embargo, es importante que su círculo íntimo lo mida a diario para que el cansancio físico y tantos frentes de su batalla no minen su ánimo, porque entonces mucho de lo que se alcanzó se pone en riesgo.

Creo, sin embargo, que el verdadero reto del lópezobradorismo es mantenerse unido a pesar de que su líder ya no esté. Saldrá de 71 años rumbo a su rancho en Palenque y luego se dedicará a acomodarse. No le será fácil. Saldrá muy cansado de seis años intensos y no quiere destinar sus últimas fuerzas a seguir empujando al elefante. Quiere dejar de empujar. La pregunta es si el elefante estará listo para entonces; si podrá avanzar solo sin la guía de su maestro.

Cuando el General Josip Broz Tito muere, en 1980, reyes, jefes de Estado y ministros de izquierda y derecha cruzaron hacia Yugoslavia a despedirlo en un funeral pocas veces visto. El mismo Tito lo había previsto así. Pero por desgracia nadie pensó en la Yugoslavia que vendría después de él y de inmediato empezó a resquebrajarse y vinieron las guerras. Este es un escenario que no veo para México, pero sí para lópezobradorismo. Hay muchas corrientes y cada una jalará a su lado.

Por eso creo que el reto del movimiento es mantenerse unido después de López Obrador, y no sólo para conservar la Presidencia sino para evitar una balcanización. Sería más letal partirse desde adentro que una hondonada de misiles enemigos o, dicho de otra manera: la oposición está preparándose para invadir Palacio Nacional en 2024, pero sólo podrá hacerlo, a juzgar por los números, si alguien le abre la puerta desde adentro.

El Presidente no se ve cansado del alma, aunque sí físicamente. Pero nadie lo descarte porque sería natural. ¿Está preparado su movimiento para eso? ¿Alguien está trabajando escenarios desde ahora para gobernar al lópezobradorismo sin López Obrador?

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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