Uno de los temas a los que se le presta menor atención en los medios de este país es el de la violencia machista o en contra de la mujer. Es una tragedia muy extendida y que pasa completamente ignorada. Únicamente se habla de feminicidios, por poner un ejemplo, cuando se trata de golpear a algún político.
No ignoro que en los últimos años se han publicado infinidad de leyes y normas –tanto en el ámbito federal como de los estados– para que las mujeres puedan acceder “a una vida libre de violencia”. Tampoco olvido que existen fiscalías especializadas y diversidad de autoridades encargadas de atender el tema.
Sin embargo, en la práctica, en el día a día, la actuación y los recursos que destina el Estado mexicano para proteger a las mujeres son poco menos que inexistentes.
El resultado es que este fenómeno, lejos de ser cosa del pasado, está muy presente.
Según datos del INEGI, de cada cien mujeres mayores de quince años que tienen o han tenido pareja, 47 han sido víctimas de violencia emocional, económica, física o sexual durante su relación.
Las agresiones más frecuentes son las de carácter emocional, como los insultos, las amenazas o las humillaciones. Sin embargo, el 13.5 por ciento han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja: 3.3% sufrió violencia física y sexual, el 8.3 por ciento solo física y dos por ciento solo sexual. Más aún, ocho de cada cien mujeres que han sido víctimas de esta tragedia, la han sufrido de forma reciente: en los últimos doce meses.
Por edad, la violencia física o sexual se concentra mayoritariamente en mujeres de más de cincuenta años. También aqueja de forma muy marcada a las que están separadas, divorciadas o que han enviudado: “64 por ciento de ellas declaró que a lo largo de su última unión o matrimonio fueron agredidas de diferentes formas; incluso dos de cada 10 reconoció haber sido abusada sexualmente por su pareja”, reporta el propio INEGI.
Insisto, como claramente muestran los datos, la violencia en contra de la mujer se encuentra lejos de ser erradicada. Y es algo que también afecta a los hijos, y por tanto, algo que debería concernirnos a todos, por partida doble.
A pesar de que en muchos casos las agresiones son muy graves, las denuncias son muy pocas. Solo una de cada cuatro mujeres víctimas de la violencia física o sexual por parte de su pareja se atreve a denunciar o a solicitar apoyo, ya sea al ministerio público, al DIF o a cualquier otra instancia gubernamental.
Y de las pocas que se atreven, algunas todavía tienen que oír aquello de que “seguro se lo merecía” o “usted lo estaba provocando”, en voz de un policía o de un agente del ministerio público.
Si bien las autoridades son omisas, hay que reconocer que nosotros, como sociedad, también hemos cerrado los ojos o hemos mirado hacia otro lado. Urge que todos –autoridades y ciudadanos– nos tomemos en serio este problema.
Por las víctimas y por todos nosotros.
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