Ahora mismo voy en un coche, y vamos a donde el conductor quiere. En 2 horas de viaje ha hecho un par de maniobras arriesgadas y dos veces se ha equivocado de camino. Lo único que he podido hacer yo es maldecirlo entre dientes y otra vez traté de advertirle que fuera muy atento porque se acercaba una desviación, que por cierto se le pasó tomar. Terminamos metidos en un lugar horrible y perdimos tiempo. Tuve que maldecirlo nuevamente.
En el coche no sólo soy yo, otro pasajero va completamente dormido, uno más va mirando por la ventana, escuchando música y chateando en su celular. El copiloto va también enfocado en sus asuntos, pero parece ser que es al único al que el chofer escucha; es el dueño del coche. Todos ponemos dinero para la gasolina y las casetas, pero lo administran los dos de adelante. ¿Cuánto gastan, cuánto sobra? No lo sé. Yo voy metido en mis propios asuntos. Empiezo a pensar que el país es como un coche. El que maneja sería el equivalente al presidente, o el partido en el gobierno. Los llamamos “clase política”, y los despreciamos. El copiloto es el empresario que le acomoda el asiento al chofer, le destapa la botella de agua y se la entrega en la mano para que beba. En respuesta a ello, el chofer va casi siempre a donde el copiloto diga.
Administran los dineros y llevan la nave a donde más placer les produzca, se miran a los ojos y sonríen con complicidad. Mientras esto sucede, digamos que yo soy el analista que va observando lo que sucede, mira por el retrovisor y se da cuenta que hemos tomado puros caminos equivocados. Miro hacia delante por el parabrisas, pregunto si saben bien a dónde vamos, si vamos a donde todos acordamos ir, advierto que no vamos por el camino correcto y si algo sale mal; maldigo.
Mientras yo hablo, el copiloto le sube el volumen al radio y chofer y copiloto se ríen de mí al tiempo que me ignoran. Otro sigue dormido y ni siquiera se ha enterado de que el copiloto y el chofer dicen que se perdió parte del dinero de todos y que hay que poner más; yo creo que se lo robaron y se lo hago saber al que va mirando por la ventana, que se quita un audífono de la oreja, asiente y sigue absorto en sus pensamientos. Desde mi visión casi iluminada de esta realidad, creo que el chofer es un inepto y juraría que le tiene sin cuidado a donde quiera ir la mayoría, se limita a obedecer al copiloto y éste se lo agradece. A mí me interesa y me preocupa esta situación, por eso miro para atrás y para adelante y por esta razón voy escribiendo esta denuncia y por esa misma razón de vez en cuando intento que se escuche mi voz. Hacemos una pequeña parada técnica y descubro que en el coche no vamos sólo los cinco que estamos cómodamente sentados en nuestros asientos.
Hay gente colgada en la defensa, en el techo, agarrada como puede de la parte de abajo del coche, y hay unos que van agarrados al mofle arrastrando las piernas por el pavimento. En la cajuela van otros que creo que no van tan mal. En este coche no caben todos y los que van colgados de afuera, no tienen ni idea de lo que es ir adentro con aire acondicionado, asientos ergonómicos y música.
Más vale que no se enteren porque nos ponchan las llantas, le meten una piedra al mofle o cortan algún cable importante. Hecha esta observación, me siento indignado pero cuando vuelvo a sentarme en mi asiento me doy cuenta de que realmente no es tan importante a donde nos dirigimos, o si copiloto y piloto se roban unos cuantos pesos; yo voy muy bien, y este trabajo que tengo me hace feliz. Estoy seguro de que yo sería mejor conductor, que podría manejar mucho mejor, le daría unos buenos manazos al copiloto cuando intentara tomar dinero o siquiera me insinuara hacerlo para beneficio de ambos. Es más, yo ampliaría el coche o lo cambiaría por uno más grande donde cupieran todos dignamente. Bueno, yo creo que manejaría mejor –pero aquí entre nos– no estoy seguro. Así que mejor critico a los de adelante y me ocupo de mis asuntos. El que mira por la ventana me da una palmada cada vez que alzo la voz y me dice que soy un pasajero valiente. Siento mucha satisfacción y felicidad por ello.
Me estoy dando cuenta que el que mira por la ventana trae una camiseta que dice “Un coche más amplio, un camino común.” Es de una ONG, y no sólo es que mire al horizonte, se asoma por la ventana, mira a los que van afuera, les muestra su pulgar levantado y vierte de vez en cuando una lágrima ante su desfavorable circunstancia. A él también le importa que en el coche no quepan todos y que a algunos los vayamos atropellando o los vaya calcinando el sol.
Él y yo somos buenos pasajeros; buenos ciudadanos –creo yo–. Se me ocurre que debiera manejar este sensible muchacho, pero no lo hace. ¿Será que siente lo mismo que yo? ¿Será que manejar es un riesgo grande y una tarea tan desagradable que los buenos pasajeros prefieren mejor dejársela a los peores conductores, pero que aún siendo pésimos conductores, por ambición, reconocimiento, locura qué se yo se animan a hacerlo? El dormido… pues sigue dormido.