Este texto que presento hoy no tiene nada que ver con las elecciones 2012, ni con las noticias o las palabras de nuestros candidatos. Creo que se podría haber escrito hace seis años, que se podría volver a presentar en seis años y que posiblemente siga siendo igualmente actual y válido en 100 años, para nuestra desgracia.
Empiezo a ver a conocidos y que desconocidos que se involucran en la política, consiguen huesos, otorgan huesos, reciben favores, devuelven favores y alguno más se postula para diputado, ¡con 25 años! ¿Es esa edad para ser diputado? ¿Con qué experiencia o con qué credenciales se cuenta para la función? El asunto es que no se trata de experiencia o credenciales, sino de nepotismo, “palancas”, “enchufes”, etcétera.
Hay algunos que se han conectado bien ya con los gobiernos vigentes y empiezan a cosechar los frutos del amiguismo y las influencias. ¿Es eso corrupción? Sí. ¿Son jóvenes? Sí. ¿Son distintos a las generaciones anteriores? No.
Han comprado buenas casas, hacen fiestas fastuosas, sirven excelentes vinos y exquisitos manjares. Concurre a sus fiestas la “crema y nata” de la sociedad y se deleitan todos juntos de estos placeres de la vida. Hagamos una pausa para recordar que todos estos fastos son financiados por la corrupción. De cualquier manera hay una multitud de jóvenes que se apresuran a sentarse a la mesa y pasar una buena tarde.
También conozco a cierto individuo ya relativamente mayor que hace algunos años formó parte de un gobierno, y él mismo afirma con absoluta desvergüenza que si no robó más, fue porque no tenía las manos más grandes. ¡Qué ingenioso! Algún día fue joven y también algún día estos jóvenes que menciono serán como él, porque ya empiezan a parecérsele.
Gracias al dinero que hurtó se aficionó a la cacería, y ha ido por el mundo masacrando a todo tipo de fieras. También financió las cirugías plásticas de su esposa –como Ovidio en un quirófano; las metamorfosis de un adefesio– y con tantas transformaciones, ésta ha terminado por convertirse en una criatura tan extraña que alguna noche a media luz la verá saliendo del tocador y espantado, la abatirá con una escopeta. Su cuerpo no será sometido a una autopsia, sino a un proceso de taxidermia.
Lo que debieron haber sido escuelas, calles u hospitales, terminaron siendo un ejército de animales disecados en un sala de estar. Sabiendo esto, ahora los jabalíes, las marmotas, las cebras y los osos, cuando abran los diarios y lean los escándalos de corrupción en México, sentirán que su vida corre peligro. Lo lamento por ellos.
Es indudable que este hombre debiera estar en la cárcel y no lo está. Entonces, ¿nosotros qué hacemos con este individuo, lo abatimos y lo disecamos, lo mandamos a habitar al helado páramo de los osos o nos sentamos en su mesa? Pues nos sentamos en su mesa; no olviden ustedes las delicadas viandas y los fragantes vinos. ¡Y para esto sirven los impuestos! Lo malo es que sirven para muy pocos. Y bueno, no quiero limitarme a hablar de los robos descarados, negocios turbios y nepotismos. Son también las mordidas del ciudadano ordinario, o que un amigo en X secretaría nos eche la mano. Me pregunto si la sociedad tiene una postura clara y firme ante estos hechos.
Yo casi apostaría a que el asunto no es que aprobemos la corrupción, creo que a todos nos parece condenable, pero nos gusta tanto la buena vida que fingiendo ceguera la tomamos de donde venga. Los políticos luchan y se aferran por amor al poder, y roban para vivir bien ellos, su familia y sus amigos, ¿pero cómo se puede vivir bien haciendo daño? Creo que es un añejo asunto filosófico que trata sobre la adoración del dinero y un hedonismo insensible y obsceno.
Como sociedad tenemos muy claro que al gobierno le toca hacer las reformas estructurales, generar empleos, crear infraestructura, perseguir y sancionar la corrupción, así como otras tantas cosas que no se deciden hacer y cuando las hacen suelen hacerlas mal. Pero si yo digo que a la sociedad le corresponde estar por encima de los vicios del gobierno, recobrar un ímpetu de dignidad, establecer y obedecer ciertas pautas morales que la dignifiquen, humanizarse, esforzarse por ser más recta, y reprobar y condenar con más determinación todas las lacras que lastiman a la mayoría, me dirán que esto es mera palabrería, un vano idealismo juvenil y utopía; tendrán razón, dejemos todo en manos del gobierno y apuremos otra copa de vino. Creo que la derrota moral de la mayoría, es el triunfo máximo de los inmorales; en ella se refugian.