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Antonio Salgado Borge

27/09/2019 - 12:05 am

Greta, sus luchas con la hidra

Por ponerlo de otra forma, dado lo que se conoce, pedir calma a Greta Thunberg o a quienes comparten su temor equivale a ver en la televisión imágenes de un incendio avanzando hacia nuestro hogar y escuchar que el fuego nos alcanzará en los próximos años, pero decir a quienes habitan la casa con nosotros que son unos exagerados si se preocupan; que podemos ignorar esta noticia; que luego veremos qué hacer; o que basta con cortar el pasto para que el fuego no avance tan rápido. Para ser claro, la solución a estas alturas no pasa por suspender todas las actividades cotidianas -esto no ayudaría gran cosa-, sino tomar en serio la urgencia de presionar a quienes tienen el poder de frenar el avance de este incendio.

“Mi intención aquí es más modesta: revisar tres posibles líneas de críticas hacia Thunberg y mostrar que no sólo sus argumentos no se sostienen, sino que con cada uno estos formatos se genera una nueva cabeza en la hidra conformada por quienes desean barrer la emergencia climática debajo de un tapete”. Foto: Eduardo Muñoz Álvarez, AP

En agosto de 2018, Greta Thunberg estaba sentada sola afuera del Parlamento sueco, enfundada en un impermeable y acompañada por una cartulina rotulada, exigiendo acciones inmediatas para atender la emergencia climática.

Es difícil encontrar calificativos que hagan justicia al impacto que ha tenido la determinación de una joven que entendió la magnitud de la emergencia climática presente y que decidió que resultaba prioritario actuar en consecuencia. Un año después, la protesta de Greta Thunberg y sus llamamientos a huelgas se han convertido en un referente para cientos de millones de personas que marchan, unidas por la misma causa, en varias ciudades del mundo.

Sin pretenderlo, Greta Thunberg se ha convertido en uno de los principales símbolos de una causa que une particularmente a las personas más jóvenes. A pesar de su corta edad, esta activista sueca ha sabido asumir el rol que le ha correspondido. Prueba de ello es el poderoso discurso ante líderes mundiales hace apenas unos días -reproducido y difundido en internet millones de veces-.

Es por ende entendible, aunque difícil de digerir, que la constitución de un ícono de esta naturaleza resulte molesta para quienes niegan la emergencia climática o para quienes, movidos por intereses financieros o políticos, pretenden manipular a parte de la población. Considerando la calidad moral de estas personas, tampoco sorprende que busquen denostar a Thunberg mediante una campaña bien orquestada que fluye a través de los canales tradicionales de la ultraderecha. Lo que llama la atención es que haya personas que, probablemente sin percatarse, compren alguno de estos tropos y, posiblemente sin pretenderlo, terminen siendo útiles contra la causa que ha tomado como estandarte a esta activista.

Lo que resta de este artículo no estará dedicado a las motivaciones psicológicas que en algunos casos pueden ayudar a explicar este fenómeno. Basta con mencionar que en este sentido pueden jugar un papel prejuicios que van desde la mera discriminación hasta la molestia del recordatorio de lo inaceptable que es la propia inacción -qué mejor manera de justificar la apatía que ridiculizando a quien representa lo opuesto-. Mi intención aquí es más modesta: revisar tres posibles líneas de críticas hacia Thunberg y mostrar que no sólo sus argumentos no se sostienen, sino que con cada uno estos formatos se genera una nueva cabeza en la hidra conformada por quienes desean barrer la emergencia climática debajo de un tapete.

(1) La primera línea crítica a revisar consiste principalmente en el uso de descalificaciones a Greta Thunberg relacionadas a su carácter. Esta ha sido la estrategia preferida de los más duros conservadores. Por ejemplo, hay quien en Fox News llamó a Thunberg “enferma mental”, quienes, como Donald Trump, la critican por ser “infeliz” -es decir, una amargada-o los que la atacan por ser una joven insolente y corajuda.

Desde luego, este tipo de crítica no se sostiene ni un segundo. Y es que además de recurrir a agresiones impermisibles, buscan descalificar a la emisaria del mensaje en vez de usar argumentos contra el mensaje mismo -una falacia catedralicia-. Pero aún si ponemos entre paréntesis esto factores, quienes critican las “formas” del discurso de Thunberg pierden de vista que, si su contenido es cierto -y no hay margen para dudar que lo es-, la pregunta tendría que ser por qué no estamos todos igual de preocupados e involucrados en la exigencia a los gobiernos del mundo que pueden y deben hacer algo al respecto.

Por ponerlo de otra forma, dado lo que se conoce, pedir calma a Greta Thunberg o a quienes comparten su temor equivale a ver en la televisión imágenes de un incendio avanzando hacia nuestro hogar y escuchar que el fuego nos alcanzará en los próximos años, pero decir a quienes habitan la casa con nosotros que son unos exagerados si se preocupan; que podemos ignorar esta noticia; que luego veremos qué hacer; o que basta con cortar el pasto para que el fuego no avance tan rápido. Para ser claro, la solución a estas alturas no pasa por suspender todas las actividades cotidianas -esto no ayudaría gran cosa-, sino tomar en serio la urgencia de presionar a quienes tienen el poder de frenar el avance de este incendio.

(2) Hay otra línea crítica contra el discurso de Greta Thunberg que, como la anterior, es dirigida a la mensajera pero que se diferencia por intentar restarle valor con base en su origen o condición socioeconómica. Por ejemplo, hay quienes comentan que es injusto o ridículo prestarle atención a la joven sueca, pues hay “otras gretas” en el mundo cuyas condiciones de vida son mucho más precarias y que no cuentan con la plataforma sobre la que habla Thunberg. Un meme que circula en redes sociales resume a la perfección el sentido de esta crítica. Se trata de una combinación de dos fotografías; en una aparece Greta junto con el texto de la frase que recetó a líderes mundiales: “¿cómo se atreven a haberme robado mis sueños y mi niñez?”; en la otra se muestra a un niño cargando una cubeta y trabajando en condiciones precarias en un campo.

El argumento implícito detrás de este tipo de comentarios parece ser el siguiente. Si existen personas en condiciones más complejas que aquella persona cuyo discurso está recibiendo atención, entonces sería un error no retirar nuestra atención a la persona con circunstancias menos complejas para dársela a la persona con circunstancias más difíciles. La conclusión falsa que de aquí se deriva es que dado que evidentemente hay personas en condiciones más complejas que las de Greta Thunberg, entonces quienes siguen escuchando a Thunberg están equivocados.

Este tipo de respuesta no se sostiene. En primer lugar, porque parte de la base de que atender un problema implica dejar de atender otros. Aunque en principio es cierto que la capacidad de atención humana es limitada, también es cierto que es posible abordar varios asuntos a la vez o en un periodo de tiempo determinado. Además, las condiciones de vida que le hayan tocado a la mensajera o al mensajero no determinan la importancia que se tiene que dar a un mensaje.

(3) La última línea crítica a revisar aquí es la que pasa por desprestigiar a Thunberg asegurando que este personaje ha surgido gracias al financiamiento de empresas que buscan impulsar las energías renovables o que no tiene otras causas sociales en su agenda y que, por ende, su discurso resulta contradictorio; es decir que en realidad estamos ante una emisaria del capitalismo, que, a su vez, es uno de los principales factores detrás de la emergencia climática.

El problema aquí es que asegurar que es disputable -por decir lo menos- que Greta Thunberg haya “surgido” gracias al patrocinio de empresas de energías renovables. Quienes aseguran algo así normalmente cuentan con evidencias débiles o nulas p, de plano, no conocen la historia de la joven sueca.

Sin embargo, aún si suponemos que lo anteriores es cierto, o que en principio no era cierto pero que ahora lo es -es decir, que una vez que este tipo de empresas se acercaron a Greta se convirtió en figura pública-, esto no mueve un ápice el contenido del mensaje de esta activista: la necesidad de presionar a gobiernos para que implementen las medidas necesarias para minimizar o detener los impactos de la emergencia climática. Si las empresas que se dedican a las energías renovables se benefician con esto, bien por ellas.

La asociación entre Greta Thunberg y la “defensa del capitalismo” o la ausencia de crítica social profunda es profundamente injusta y francamente ridícula. En primer lugar, porque, al menos que yo sepa, ninguna persona eligió en qué país o circunstancias nacer, y ciertamente pocos individuos de 15 años tienen como prioridad alguna causa social. Criticar a una persona de esta edad por no ser suficientemente anticolonialista o marxista es un reverendo despropósito. En todo caso, es difícil ver cómo dar prioridad a una causa que busca evitar la extinción lenta y dolorosa de la humanidad que afectaría, inicial y principalmente, a las personas más pobres implica una defensa a los capitales.

En conclusión, si de argumentos se trata, las principales líneas críticas al discurso o persona de Greta Thunberg no sólo no se sostienen, sino que ayudan a desviar la atención del problema de fondo: una emergencia climática evidente e inminente. Y es que al hacerlo se participa consciente o inconscientemente en el proceso de reproducción de cabezas de una hidra que, alimentada por gobernantes como Trump o Bolsonaro, busca evitar a toda costa la expansión la presión generada por activistas. No es casualidad que este tipo líneas discursivas reproduzcan patrones comunes entre personas jóvenes identificadas con causas de la ultraderecha, como una auto atribuida superioridad cognitiva, el desprecio a lo “políticamente correcto” o una buena dosis de sarcasmo.

Identificar y evitar estos tropos, privilegiar los argumentos y los hechos, y apreciar el mérito de quienes se muestran valientes en lugar de buscar socavarlo, es crucial si lo que se pretende es fortalecer a una causa que se beneficia de referentes y figuras inspiradoras; de personas que, en su lucha contra la hidra alimentada por quienes no quieren atender la crisis climática, encarnan la responsabilidad, la determinación y el sentido de urgencia que para algunos sigue resultando cómodo mantener entre paréntesis.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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