Hay escenarios posibles en los que el Tren Maya brindaría beneficios sustanciales a la gente de Yucatán. Pero el proyecto tendría que ser diseñado en una manera integral, que respete la delicada ecología, la historia indígena y el tejido social de la región, expone un especialista en arquitectura de la Universidad de Arkansas, de Estados Unidos.
El arquitecto plantea que el proyecto impulsado por el Presidente López Obrador podría traer descontento social de no respetarse el sentir de la población de la península de Yucatán y si se omiten estudios de impacto ambiental.
Por Gabriel Diaz Montemayor*
Ciudad de México, 27 de agosto (AP).– El Presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un sueño para la península de Yucatán. Quiere construir un tren que aproveche la economía del turismo de Cancún para atraer más visitantes a las ciudades coloniales, pueblos mayas y sitios arqueológicos dispersos en la región.
La península de Yucatán es una encrucijada cultural mexicana. Muchos de los mayas que la habitan hacen agricultura, viven y visten de acuerdo a sus tradiciones desarrolladas por milenios antes de la llegada de los españoles a América. Los viajeros vienen de todas partes del mundo a disfrutar de las playas de la Riviera Maya. Unos 16 millones de extranjeros visitaron la región en 2017, tres cuartos de ellos estadounidenses.
El Gobierno de México plantea que un tren turístico podría convertir algunos de los pueblos mayas en destinos, pues ello significaría ingresos y trabajo en una de las zonas más pobres y marginalizadas del país. Además, el tren podría ayudar a la movilidad regional de la población local.
No hay duda de que habrá consecuencias sociales y ambientales derivadas de los aproximadamente mil 500 kilómetros de vías férreas cortando a través de una región de densa jungla, amplias playas y poblados mayas. En su apuro para empezar la construcción este año, López Obrador –cuya política energética se concentra en aumentar la producción de combustibles fósiles en México y en la reconstrucción de la industria del carbón– ha demostrado poca preocupación por la conservación ambiental.
SELVAS Y RUINAS EN RIESGO
La biodiversa península de Yucatán está aislada geográficamente del resto de México y de América Central y ha sufrido una masiva deforestación derivada de un desarrollo urbano irresponsable, turismo en masa, y -en particular- prácticas agropecuarias insostenibles.
El Tren Maya circulará en su mayor parte en derechos de vía existentes. Pero otras partes de la ruta planeada cortarán a través de pristinas y antiguas selvas que no gozan de protección federal como áreas naturales protegidas. Esta es mala noticia para las especies amenazadas de la región, como el cactus kazacam y el mono aullador.
El recorrido del tren cruzando selvas hoy casi deshabitadas pone en riesgo posiblemente cientos de ruinas sin descubrir. Nuevas tecnologías han permitido a los arqueólogos plantear que los mayas construyeron muchos más asentamientos y ciudades que los que han sido abiertos y excavados en la actualidad.
Hay preocupación también en si la construcción del tren podría aumentar el cambio demográfico ya existente en la región.
Al tiempo que jóvenes mexicanos dejan los pueblos de los estados de la región para buscar trabajo en la industria del turismo, muchos de estos poblados mayas tradicionales experimentan un abandono progresivo. En 2015, 36 por ciento de los residentes de la región vivían en pueblos de menos de 5 mil personas, en 1990 eran el 45 por ciento.
Un Tren Maya con pocas estaciones, como está planeado, podría provocar el desarrollo de algunos poblados y ciudades selectas. Pero muchos más, aquellos no ubicados bajo la influencia efectiva del nuevo corredor rural de turismo, podrían ver su población disminuir aún más.
HACIA UN MEJOR TREN MAYA
Hay escenarios posibles en los que el Tren Maya brindaría beneficios sustanciales a la gente de Yucatán. Pero el proyecto tendría que ser diseñado en una manera integral, que respete la delicada ecología, la historia indígena y el tejido social de la región.
Eso significa ralentizar el apresurado programa de construcción, dando al Gobierno tiempo suficiente para estudiar los impactos ambientales y sociales del tren, y así anticipar su mitigación. Planear, diseñar, y construir el tren en un periodo de seis años, prohíbe un proceso concienzudo e integral, como bien lo saben los especialistas y técnicos en los temas involucrados.
El estudio de los sistemas naturales nos enseña que simplemente mantener corredores verdes conectando parches de naturaleza impoluta puede ser una solución para proteger a la vida salvaje, su hábitat, y los patrones de drenaje natural de la región.
El trazo del corredor ferroviario podría ser rediseñado para evitar cortar arterias ecológicas, pero para ello se debe ejecutar un estudio de impacto ambiental que modele y compruebe la viabilidad de varias alternativas de ruta. Este estudio aún no se desarrolla.
Las posibles consecuencias negativas del Tren Maya podrían ser evitadas también, o al menos compensadas, si las comunidades a ser impactadas por el corredor participan activa y efectivamente en el proceso de planeación y diseño.
López Obrador dice que la madre tierra ya dio permiso para la construcción del tren, pero el proyecto fue aprobado por tan sólo el 1 por ciento de la población votante de México en una apresurada consulta popular. Algunos activistas indígenas han manifestado su oposición al resultado de un voto de los mexicanos para un proyecto que tendrá un impacto específico en la región y población maya.
“La tierra no habla”, manifestó un representante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, un militante movimiento indígena, al rechazar que la tierra haya dado permiso para el tren el pasado día 23 de julio.
Otros residentes de la región apoyan la idea del tren turístico, pero quieren que sean consultados con respecto de su ruta, estaciones, y desarrollos asociados. Piden poder comunicar sus preocupaciones y la oportunidad de hacer propuestas.
Esto es un proceso de planeación participativa que aseguraría que los residentes de la región son beneficiarios, y no víctimas, del desarrollo económico que se anticipa derivado del tren.
Si se hace bien, el Tren Maya podría detonar una conversión económica con amplios beneficios ambientales para Yucatán. Negocios de ecoturismo y agroturismo podrían crecer a lo largo del corredor del tren, algunos residentes rurales podrían así alejarse de actividades de alto impacto ambiental y baja eficiencia productiva, como cierto tipo de ganadería, que han dañado fuertemente a la ecología local.
DESPACITO
Grandes obras públicas como el Tren Maya requieren de paciencia, cuidadosa planeación, pensar y repensar.
Este no es el estilo de liderazgo de López Obrador. El Presidente de México insiste en que el tren de 6 mil millones de dólares será completado antes de que termine su sexenio en el 2024 y se ha burlado de periodistas que cuestionan el impacto ambiental del tren.
Sin embargo, la crítica pública parece haber obligado a su Gobierno a corregir.
ONU-Habitat, la agencia de desarrollo urbano de las Naciones Unidas, ha comenzado a asesorar al Gobierno mexicano desde el mes de mayo. Su director interino, Eduardo López Moreno, ha pedido una visión más holística para el Tren Maya.
“No son 1525 km de vías, son 1525 km de oportunidades que mejorarán la calidad de vida de todos los habitantes del sureste mexicano”, mencionó al unirse al proyecto.
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* Gabriel Diaz Montemayor tiene una maestría en Arquitectura del Paisaje de la Universidad de Auburn y un título de Arquitecto de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH). Sus investigaciones centran en el norte de México y el suroeste de los Estados Unidos, pues plantea el espacio público como un integrador social y ambiental en el contexto de América del Norte y las culturas deMéxico.
Desde 2013 es profesor asistente de Arquitectura del Paisaje en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Texas Austin desde 2013.