Defectos escogidos de Pablo Neruda, en el filme con su nombre

27/08/2016 - 12:02 am

El escritor chileno Iván Quezada analiza en forma exclusiva para Puntos y Comas la película Neruda, dirigida por Pablo Larraín y protagonizada por el mexicano, Gael García Bernal.

Ciudad de México, 27 de agosto (SinEmbargo).- En Chile y no sólo en Chile el apellido Neruda equivale a homenaje. El motivo, para sus lectores, son sus poemas; para los izquierdistas, sus ideas políticas; para el resto no hay ninguna razón precisa, quizás por su Premio Nobel de Literatura…

Quienes lo conocieron escribieron de él, en su mayoría tratando de no hacerlo en el estilo “nerudiano”, que es inimitable o sólo le funcionó a él. El cuentista José Miguel Varas, amigo suyo, lo retrató con el humor dry o cool que caracteriza a su prosa.

Otros insistieron hasta el cansancio en sus virtudes, mientras la burguesía chilena lo despreciará siempre, aunque los que leen (pocos) oculten sus libros en algún rincón de sus casas.

De modo que el estreno de una película con su nombre no es ninguna sorpresa. Es más singular que la dirigiese Pablo Larraín, un chileno de sólo 40 años que evidentemente no lo conoció en persona. Por lo mismo, se propone desmitificarlo y se identifica con el policía perseguidor del poeta (Óscar Peluchonneau, interpretado por Gael García Bernal).

Tras algunos renglones, queda en evidencia que su discurso anticomunista es una pantalla del profundo resentimiento de “huacho” o hijo ilegítimo que lo carcome. Pero no se trata únicamente de él, sino de una sociedad entera sin origen y que, sin embargo, se divide por apellidos.

LA CAUSA DEL ANTICOMUNISMO EN CHILE

El complejo de inferioridad, en Chile al menos, es la causa profunda del anticomunismo. Es la actitud visceral del iletrado, que no tiene idea alguna sobre la ideología marxista, pero cree saberlo todo y eso que no se conoce a sí mismo en lo mínimo.

Hay otras razones mejores para estar en desacuerdo con los comunistas, como sus tácticas, su inveterado sectarismo, pero en la vida cotidiana lo que cuenta es el odio. Y el odio se retrata con mayor exactitud en una novela policial que en un relato político. Esta opción de Larraín es lo mejor de su película. Incluso la ficción es más eficiente que la óptica documental y así en la primera hora del filme da igual la precisión histórica, salvo los nombres de las personas involucradas en la fuga de Neruda cuando se ordenó su detención durante el gobierno de Gabriel González Videla, el “traidor”.

El poeta de la pantalla (¿también el de la vida real?) es un hombre de costumbres disipadas, putañero, amigo de las orgías, amoral y a la vez bonachón; una persona sin culpa por ser quién es. Adhiere a causas justas, quizás la principal, la escritura. Por lo demás, su ego no le deja ver el sufrimiento de quienes se desviven por protegerlo durante su clandestinidad. El aburrimiento es más importante que el símbolo de su rebeldía, aunque con su libertad el Partido Comunista se jugaba su propia supervivencia.

Esta intriga se acentúa con la estética de cine noir, en que los episodios son breves, envueltos en una música agobiante e hilados circularmente, como un sueño que se recuerda entre sombras. Los defectos de Neruda, paradójicamente, por esta vía esteticista adquieren humanidad y uno sospecha que algo de verdadero subyace en la caricatura de Larraín.

Por desgracia, el director en la segunda mitad no se atreve a darle la estocada al “heroísmo” de Neruda y para suplir su falta amplía sus intereses hasta la confusión. Quizás fue el miedo a que lo acusasen de sacrílego. Desaparecen los diálogos, la historia la cuenta en off el policía, pero convertido en un personaje grandilocuente, incoherente. Se quiso sintetizar demasiada información y las explicaciones ahuyentan el placer.

Si los defectos de Neruda son todos aquellos chismes o comentarios en sordina, que rondan por los salones desde hace décadas sin que nadie los confirme o descalifique, el perjuicio del filme fue su ambición literaria. Se desarrollan algunas conversaciones absolutamente artificiosas, como escritas por críticos literarios.

¿Cuál era el caso de hacer una teoría sobre las novelas policiales? Parece una distracción para no calar hondo en las perversidades de la política chilena. Todo se vuelve pretencioso, “artístico”, abrumador. Una épica sin una razón de ser, cuando convenía una elegía.

Tal vez influye el financiamiento estatal, que por estas latitudes no es neutral como rezan las políticas públicas europeas. El discurso oficial es vago, la intención es quedar bien con todo el mundo y si el tema es complicado se opta por la autocensura. Curiosa vaguedad, que proclama la validez de todas las opiniones y simultáneamente prohíbe llamar las cosas por su nombre.

Iván Quezada, autor chileno contemporáneo. Foto: Especial
Iván Quezada, autor chileno contemporáneo. Foto: Especial

¿Quién es Iván Quezada? (Valparaíso, Chile, 1969). Practica el oficio de escribir en distintas facetas, como periodista (estudió dicha carrera en la Universidad de Chile), crítico, profesor, autor y editor. Tiene cinco libros publicados: Elefantes y Cisnes (2002, Editorial Tiempo Nuevo); Los extraños (2005, Tajamar Editores); Escritos de ningún lugar (2010, MAGO Editores); Playa Las Dichas (2011, MAGO Editores) y los poemas de Decepción del Mundo (2013, Editorial El Español de Shakespeare).

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