¡Pues bien! Yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón…
El “Nocturno”, un canto al amor imposible, uno de los más conocidos en México, fue quizá el último texto que Manuel Acuña Narro le escribió a Rosario de la Peña meses antes que éste decidiera beber cianuro de potasio y quitarse la vida. Y es que no se sabe a ciencia cierta si el poeta lo dedicó, pero todo apunta a que fue escrito para una musa que nunca le correspondió.
Según el libro de Caffarel Peralta, “El verdadero Manuel Acuña”, antes de ingerir el veneno, el escritor redactó seis cartas, entre ellas, una a su madre y una para el doctor Manuel Domíguez, en ésta última pide que su cuerpo no sea mutilado en la necropsia, y describe la sustancia mortal que estaba a punto de ingerir.
El joven de 24 años se quitó la vida la noche del 6 de diciembre de 1873. Sin embargo, su muerte sigue siendo motivo de polémica. Mucho se ha especulado que una de las causas del suicidio fue por desamor; por otra parte, el periodista César Güemes asegura en su obra “Cinco Balas para Manuel Acuña” que el escritor fue asesinado; finalmente, lo único claro, es que el nombre que siempre figurará alrededor de su descenso es Rosario.
Adiós, por la vez última, amor de mis amores, la esencia de mis flores; mi lira de poeta, mi juventud… adiós.
De Rosario De la Peña y Llerena se sabe que nació en la Ciudad de México, y que era parte de la alta sociedad. “Fue una joven bellísima que unía a su hermosura talento y finura y que sin haber sido ella misma escritora o poetisa, estuvo rodeada por intelectuales y regalada con poemas como los de Ignacio Ramírez (El Nigromante), o por las cartas y apasionados poemas de José Martí. Conocerla y tratarla ha de haber sido una delicia y si Acuña lo hacía, no podía menos que caer rendido a un amor imposible, silencioso y trágico”, relata la columnista Victoria Luisa de Terrazas en El Siglo de Torreón.
El “Nocturno” dejo una huella traumante en no solo en Rosario, sino también en su familia. El estigma por la muerte de Manuel lo llevó hasta su muerte. No por nada, ella fue mejor conocida como “Rosario de Acuña” o “Rosario la de Acuña”.
De la Peña y Llerena fue entrevistada por el escritor peruano Carlos Germán Amézaga tiempo después y confesó que Acuña siempre la trató como una hermana, por eso nunca se enteró del amor que éste le tenía. Ella simplemente lo admiraba y respetaba, pero su corazón, aseguró, siempre perteneció a otro (Manuel M. Flores).
Germán Amézaga insinuó que Acuña no tenía porqué mentir sobre un posible desdén por parte de la joven; sin embargo, ella respondió:
“Si fuese una de tantas mujeres vanidosas, me empeñaría con fingidas muestras de pena, en dar pábulo a esa novela de la que resultó heroína; no puedo ser cómplice de un engaño que lleva trazas de perpetuarse en México y otros puntos. Sería yo en su última noche una fantasía de poeta, tal vez esa Rosario no tenga
nada mío fuera del nombre”.
El poeta nació el 27 de agosto de 1849 en Saltillo. En su carrera literaria logró un desempeño fructífero que se refleja en su obra integrada por poemas amorosos y satíricos en varios periódicos y revistas de la época.
Nocturno
¡Pues bien! Yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón.
Que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto al grito que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días estoy enfermo y pálido de tanto no dormir; que ya se han muerto todas las esperanzas mías, que están mis noches negras, tan negras y sombrías que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver, camino mucho, mucho, y al fin de la jornada las formas de mi madre se pierden en la nada y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos, comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás, y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos, y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
A veces pienso en darte mi eterna despedida, borrarte en mis recuerdos y hundirte en mi pasión mas si es en vano todo y el alma no te olvida, ¿Qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida? ¿Qué quieres tu que yo haga con este corazón?
Y luego que ya estaba concluído tu santuario, tu lámpara encendida, tu velo en el altar; el sol de la mañana detrás del campanario, chispeando las antorchas, humeando el incensario, y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar.
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros mi madre como un Dios!
¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida! ¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida; y al delirar en ello con alma estremecida, pensaba yo en ser bueno por ti, no mas por ti.
¡Bien sabe Dios que ese era mi mas hermoso sueño, mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer; bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño, sino en amarte mucho bajo el hogar risueño que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza… mas ya que a sus fulgores se opone el hondo abismo que existe entre los dos, ¡Adiós por la vez última, amor de mis amores; la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; mi lira de poeta, mi juventud, adiós!