Susan Crowley
27/07/2024 - 12:04 am
Claudia Curiel y el reto cultural
“No es poca cosa cuando se piensa en el tamaño de la responsabilidad como titular de una convulsa secretaría Los recursos serán limitados”.
En su discurso de presentación, la próxima secretaria de Cultura, Claudia Curiel expresó: “Me tocó como a muchos crecer en un país donde no había pluralidad ni democracia, donde mandaban los de arriba y se sacrificaban los de abajo. Por eso ser parte de este movimiento que invierte el orden de las cosas, que pone a la gente primero que a los intereses particulares, no sólo me llena de orgullo, sino que comprueba que los cambios y las transformaciones a través de la voluntad popular son posibles y necesarios”. Un inicio emotivo que nos muestra una mujer moderna y emprendedora a la vez que consciente; que habla de justicia para todos, con un compromiso social y que piensa en los que menos tienen. Lo que se espera de Curiel es que su intención no sea solo un discurso más.
Con un presupuesto recortado al mínimo; quejas de los trabajadores en contra de la institución y sindicatos manejados por líderes que anteponen sus intereses; problemas graves de mantenimiento y administración en casi todos los museos; la protesta de muchos por la concentración del gasto en determinados programas y obras; el descontento de comunidades artísticas que se sintieron desatendidas; la rabiosa reacción de intelectuales orgánicos a los que se retiraron apoyos. La mayor crítica hacia la Secretaría de Cultura es que los programas sociales, parte medular del gobierno de Andrés López Obrador, tuvieron un alcance limitado y falta mucho para lograr construir estructuras que lleguen a las comunidades más alejadas que sufren abandono sistemático, ¿cómo lograr un balance que atienda y tome en cuenta a todes?
Los artistas que han vivido con beneficios otorgados por el gobierno, los que tuvieron becas honoríficas, muchas veces inmerecidas, y ahora las exigen como si de un derecho se tratara, todos ellos, pueden esperar un poco, ya han tenido demasiado. Me interesa dedicar mi columna a esa capa profunda de nuestro país, la que ha estado sumergida por años y que no ha sido visibilizada. Es la que incluye a quienes han tenido que luchar a brazo partido para sostenerse y para ganar sus derechos. No solo hablo de los grupos originarios, incluyo a las otras minorías, muchas de ellas no mencionadas lo suficiente por este gobierno y con las que queda en una deuda que Sheinbaum tendría que resarcir.
El gobierno de la 4T llevó a cabo un cambio significativo al voltear la mirada a quienes más lo necesitan. El fundamento de su política ha sido atender a las comunidades más golpeadas por la pobreza. Las culturas locales y la atención a los grupos originarios es parte de esta política. No solo facilitando la creación artística a través de Semilleros Creativos en toda la república, también impulsando industrias culturales locales. Por primera vez, se entendió que la cultura no se lleva a esas comunidades, no es un “don” que otorga el Estado para sacar del retraso a los ignorantes con subvenciones y dádivas especialmente en épocas de elecciones. Se ha empezado a valorar y hablar como a iguales a quienes no habían sido escuchados.
Occidente ha privilegiado un pensamiento binario, heteropatriarcal que terminó en la crisis que vivimos: ecológica, económica, de derechos humanos, de valores, etcétera. Intereses mezquinos, ansia consumista centrada en bienes pasajeros, desechables; una cultura reducida al egoísmo y a la autosatisfacción perenne. No ha colmado nuestra sed de más. Ante ello bien valdría la pena mirar la riqueza que emana de los pueblos originarios, de sus creencias, sueños, anhelos y entender que sus limitaciones para realizarlos son en parte responsabilidad nuestra.
Valorar el espíritu y el alma de las múltiples y diversas colectividades artísticas ha sido un logro de este gobierno. Dejar de ver a quien menos tiene como un lastre o una carga económica. Aprender de ellos, estimular sus talentos, sentirnos orgullosos de ese origen que, aunque lejano a las urbes y al pensamiento centralista, es lo más valioso que tenemos. Y se nos está yendo de las manos.
El florecimiento cultural de nuestros pueblos originarios sufrió el acecho de conquistadores rapaces. Ha cargado con una historia de explotación y abuso. Sus territorios fueron esclavizados y saqueados durante siglos. Su riqueza se ofreció a los imperios como un trofeo en el que se incluían seres humanos. La obsesión de los exploradores que en realidad perpetuaban la ambición de los conquistadores no tuvo límite.
Con la descolonización, la historia de los pueblos originarios ha sido una eterna desesperanza. En muchos de ellos guerras intestinas, en todos, abusos de gobiernos corruptos, desigualdad, falta de oportunidad.
Con la era neoliberal, una especie de guerra silenciosa en la que se han terminado por socavar los últimos valores locales y en la que la sobre explotación de la tierra ha causado una crisis ambiental sin remedio. Transacciones comerciales en las que los más beneficiados son los países inversionistas generando una nueva esclavitud. Quienes parecerían incluidos en el sistema, han sido sometidos al abuso, a la explotación, a pésimas condiciones disfrazadas de negocio; han esperado un bienestar prometiendo que no llega.
Pero aún queda una esperanza. El cambio de lenguaje, la inclusión como una forma de resarcir los daños históricos se vuelven prioridad. Las culturas milenarias son las nuevas protagonistas gracias a sus múltiples y diversos lenguajes artísticos. A través de sus relatos, logran preservar sus tradiciones que hoy son un ideal al que Occidente aspira. Mitos, cosmogonías, leyendas expresadas en pintura, bordados, cerámica, textiles, música, y un aprendizaje que lejos de ser académico, se ha transmitido por siglos. Y que, a pesar de haber sido explotados por los oportunistas gobiernos como “folclor y artesanía”, hoy son ejemplo de a dónde se dirige la cultura del mundo.
Hoy toca escucharlos, absorber su sabiduría ancestral, atender esas otras capas que se han tejido de poesía y de expresividad ajenas a las modas pasajeras, a los intereses económicos inmediatos, a las conveniencias sociales, a lo políticamente correcto según las convenciones de la “sociedad moderna”.
Con el proyecto Original, las comunidades más lejanas colonizaron Los Pinos. Ha sido una ventana en la que su arte es exhibido, valorado, comercializado y motivo de orgullo. Parece que las voces de muchas comunidades ganan espacio no solo una vez al año, sino que fortalecen a sus comunidades a través del arte. La recuperación de los talleres, los gremios y las escuelas de arte, generan una nueva noción de consumo local. Músicos, coros, literatura, poesía, cine, son las nuevas formas de expresar. Cada vez escucharemos más de ello. Pero todo esto no es suficiente. Hace falta mucho más. Esta política exige continuidad si no, podría quedarse en intento fallido de un sexenio.
Claudia Curiel es considerada por la presidenta electa como “una joven y eficiente funcionaria”. Bajo su dirección, y con el reconocimiento de la Unesco, se han creado programas para promover y hacer accesible la cultura en las zonas más afectadas por la pobreza y el rezago en la ciudad de México. A juzgar por su discurso, es consciente de la necesidad de recuperar el tejido social de los pueblos originarios e impulsar su cultura como un patrimonio vivo y necesario para recuperarnos como la sociedad diversa y ancestral que somos. Habla de la inclusión de todas las diversidades con entusiasmo. No es poca cosa cuando se piensa en el tamaño de la responsabilidad como titular de una convulsa secretaría Los recursos serán limitados. Necesitará mucho talento y habilidad para abordar este desafío. Estrategia, creatividad, imaginación y sobre todo empatía, otredad que no quede en el discurso que, suena bien, pero queda en eso. Suerte Claudia Curiel. @Susancrowley
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