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Jorge Javier Romero Vadillo

27/07/2023 - 12:03 am

La España plural contra la ultraderecha

La izquierda realmente existente en Europa es la socialdemócrata, que sobrevive a pesar de no estar pasando por su mejor momento histórico, pues ha perdido elecciones incluso en países en los que ha sido históricamente hegemónica, como Suecia.

Simpatizantes del Partido Popular ondean banderas de España.
“En cambio, por toda la Europa comunitaria han avanzado las formaciones políticas de corte ultranacionalista, xenófobas o, incluso, con carga memética del fascismo de hace un siglo”. Foto: Manu Fernández, AP

El fantasma que recorre Europa en nuestro tiempo no es el viejo comunismo, sino la ultraderecha. No quedan apenas formaciones con nostalgias comunistas en los países de la Unión, con la excepción del izquierdismo populista de Jean–Luc Mélenchon en Francia. La izquierda realmente existente en Europa es la socialdemócrata, que sobrevive a pesar de no estar pasando por su mejor momento histórico, pues ha perdido elecciones incluso en países en los que ha sido históricamente hegemónica, como Suecia.

En cambio, por toda la Europa comunitaria han avanzado las formaciones políticas de corte ultranacionalista, xenófobas o, incluso, con carga memética del fascismo de hace un siglo. En Italia un partido de estirpe neofascista encabeza la coalición de Gobierno de derechas. En Alemania, donde la Constitución había contenido el surgimiento de partidos con nostalgias del nazismo, ahora tienen a Alternativa por Alemania como tercera fuerza en el Bundestag (parlamento).

En Hungría gobierna desde hace años un populista de ultraderecha, que ha deformado el sistema parlamentario para garantizar su predominio para establecer una suerte de nacional catolicismo apenas compatible con la pertenencia de su país a la Unión Europea. En Polonia, el PIS también ha minado la autonomía judicial y ha dado marcha atrás en derechos como la interrupción voluntaria del embarazo.

En Francia, los ultranacionalistas xenófobos son la segunda fuerza y sólo el sistema electoral a dos vueltas los ha mantenido subrepresentados en la Asamblea Nacional y fuera de los gobiernos, pero elección tras elección se constituyen en la principal amenaza a vencer. En otros países la derecha tradicional ha pactado con las fuerzas ultras para poder formar Gobierno y se ha escorado en sus posiciones, sobre todo en temas como la migración, la diversidad sexual o el negacionismo del cambio climático.

La crisis económica de hace década y media sirvió de catalizador al surgimiento de fuerzas extremas de un lado y del otro del espectro político, pero las que más han logrado arraigarse en el electorado son las tradicionalistas, frente a las nuevas expresiones culturales de la diversidad, al clamor por un cambio en los patrones de producción y consumo de las sociedades de mercado para frenar el desastre climático y a lo que llaman el gran reemplazo, que supone una conspiración para acabar con la “raza” blanca y  con la mayoría católica para sustituirla por las poblaciones inmigrantes y mayoritariamente musulmanas.

En España las fuerzas de ultraderecha habían prácticamente desaparecido con el ocaso del franquismo. A la derecha del Partido Popular no había quedado ningún partido con representación parlamentaria, mientras que a la izquierda del PSOE sí había sobrevivido Izquierda Unida y en las comunidades históricas existían fuerzas nacionalistas más o menos independentistas.

La crisis económica que estalló en 2008, con efectos desastrosos para las políticas sociales del PSOE, entonces en el Gobierno, y que provocó recortes significativos al Estado de bienestar, generó un gran malestar juvenil que se tradujo en la irrupción de nuevas expresiones políticas, encabezadas por Podemos, partido con veleidades chavistas y castristas, pero que logró articular una fuerza electoral significativa gracias a sus alianzas con los grupos ecologistas, con el feminismo, con las agrupaciones de defensa de la libertad sexual y con las nuevas expresiones del malestar urbano, generadas por los excesivos precios de la vivienda derivados de la llamada gentrificación y el turismo de masas. A partir de las elecciones europeas de 2014, Podemos irrumpió como la tercera fuerza política.

La crisis económica y el mal manejo político del Gobierno de derecha de Mariano Rajoy también provocaron la deriva independentista de los partidos nacionalistas de Cataluña, que llevó al gran conflicto de 2017, con un referéndum ilegal, la disolución del Gobierno autonómico, el encarcelamiento de la mayoría de los líderes independentistas y el exilio del expresidente de la Generalitat, el mayor reto vivido por la democracia española desde la entrada en vigor de la Constitución de 1978.

Los siguientes dos años fueron de inestabilidad política, con tres elecciones generales en muy breve tiempo, mediadas por una moción de censura exitosa, encabezada por Pedro Sánchez, el líder socialista, contra el Presidente conservador, Rajoy. El tradicional bipartidismo entre el PSOE y el PP, que había funcionado por casi cuatro décadas, se resquebrajaba.

Para hacer el cuento corto, finalmente en 2019 Pedro Sánchez pudo armar Gobierno en coalición con Podemos, pero tanto el independentismo catalán como las expresiones de la izquierda identitaria, eso que despectivamente se llama woke, habían provocado el surgimiento de una fuerza nacionalista ultra, Vox, que en las elecciones de 2019 obtuvo más de cincuenta escaños.

El Gobierno de Sánchez ha sido esencialmente exitoso. Manejó muy bien la pandemia y ha logrado la recuperación económica, ha controlado la inflación y ha echado a andar apoyos sociales significativos. Su mayor logro político ha sido el apaciguamiento del independentismo catalán. Sin embargo, desde la derecha ultra le han afeado algún gran error legislativo, atribuible a sus socios de coalición, con la llamada ley del “sólo sí es sí”, contra la violencia de género, que estuvo mal hecha y provocó la liberación de acosadores y violadores ya juzgados; además, le echan en cara haber sacado sus proyectos de ley con los votos de Bildu, el partido descendiente del terrorismo nacionalista vasco de ETA, responsable de cientos de asesinatos hasta 2011.

De ese caldo abrevó la derecha ultra de Vox, con resultados notables en las elecciones autonómicas y municipales del pasado mayo, en las que la coalición de Gobierno tuvo un fuerte descalabro. El PP, en un acto de oportunismo, decidió aliarse con Vox para descabalgar a los socialistas de gobiernos incluso en comunidades donde estos habían sido la fuerza más votada, pues en un régimen parlamentario gana el que es capaz de formar una coalición más sólida, no el que tiene el mayor porcentaje de sufragios.

La jugada de las elecciones anticipadas le salió bien a Sánchez. Aunque el PP tuvo un poco más de sufragios y once diputados más, gracias al sistema electoral que sobrerrepresenta a regiones de Castilla con muy poca población donde los conservadores tienen gran arraigo, el PSOE aumentó sus votos y su representación, sus aliados, ya sin las aristas más incómodas, resistieron, mientras que la votación de Vox cayó sustancialmente. 

Ahora viene la ardua tarea de formar Gobierno. El PP lleva mano, por ser el partido más votado, pero cometió el error de unir su destino a Vox y no tiene margen para buscar otros aliados o conseguir suficientes abstenciones para que su líder, Alberto Núñez Feijóo, sea investido Presidente. Pedro Sánchez tampoco lo tiene fácil, pues sólo la abstención de Junts –el partido de derecha independentista de Cataluña– le permitiría tener más votos a favor que en contra en una segunda votación parlamentaria, pero sus condiciones, que incluyen un referéndum inconstitucional de autodeterminación, son inaceptables para los socialistas. Sánchez es un gran negociador y puede acabar ganando la partida, pues en el parlamentarismo de lo que se trata es de saber pactar, pero no sería raro que esto acabara con repetición electoral en diciembre.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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