María Rivera
27/06/2024 - 12:01 am
Expectativas
«Precisamente porque México no es una autocracia, como pregonan los opositores, el nuevo gobierno estará obligado a dialogar con los otros, con todos, más que nunca».
Déjeme se las cuento, querido lector. Por lo menos las mías, referentes al nuevo gobierno que iniciará en unos meses. No sé si son realmente expectativas o mejor dicho deseos. Eso, para ser precisa: deseos para el país. Este sexenio ya agoniza y en unos meses el presidente López Obrador se marchará a su casa en Palenque, a caminar mucho y escribir, según ha dicho.
La nueva presidenta de México tomará posesión, marcando un hito histórico para nosotras las mujeres. Supongo yo, que tras la toma de posesión y las celebraciones, todo volverá a la normalidad, o mejor dicho, espero que a diferencia de este sexenio, no vayamos de sorpresa en sorpresa, de estupor en estupor, o de campaña en campaña y recuperemos algo de la normalidad en la vida pública, sin mayor estridencia.
Deseo, pues, que algo de la normalidad del gobierno se recupere, una especie de marcha apacible y eficiente. Sí, ya sé que me escucho ingenua, pero en realidad ¿no está cansado usted de tanta guerra política sostenida durante todos estos años, en una campaña interminable? Se lo confieso, yo sí. Y lo que más desearía es que el próximo sexenio se acabaran las descalificaciones que el gobierno de López Obrador llevó a cabo de manera innecesaria y abusiva, una y otra vez, contra sus “adversarios”, exhibiéndolos en las mañaneras desde recién iniciado su gobierno.
También, querido lector, que el gobierno escuche. Este deseo es quizás el más acuciante de todos y, al mismo tiempo, el más descorazonador de todos. Si algo demostró en el gobierno de la Ciudad de México la futura presidenta, es que no tenía disposición a escuchar las críticas ni atenderlas. Sobre todo, con su desempeño en la pandemia. Flagrantes mentiras se dijeron en la campaña, como que ningún mexicano se quedó sin cama durante aquellos días trágicos cuando personas morían en ambulancias a la espera de poder ser ingresados en hospitales, o en sus casas a falta de oxígeno. Ni una palabra sobre los errores que cometieron, como el retraso en el semáforo epidemiológico a fines de dos mil veinte que causó miles de muertes, o la distribución, totalmente inadecuada, de ivermectina o la incorrecta dosificación de las vacunas de Pfizer en la alcaldía Cuauhtémoc. Nada, ni una palabra. Como si reconocer errores y corregirlos los debilitara, fuera una especie de pecado y no una práctica necesaria en todo gobierno. En cambio, atestiguamos la politización de las controversias para desacreditar a los críticos, así como actitudes déspotas y autoritarias.
La hoy presidenta electa no reconoció ninguno de sus errores, ninguno, hay que decirlo. También negó haber gaseado a feministas en manifestaciones cuando está perfectamente documentado. Todo eso es preocupante, querido lector, aunque hoy todo sea fiesta para quienes llegaron al poder. Por eso, deseo que el nuevo gobierno, a diferencia del que termina, haga de la escucha una política y sí, que se reúna con inconformes y especialistas; que se gobierne para todos y todas, sean pobres o no, sean de clase media o sean de comunidades indígenas o del sur o del norte del país, sin importar su filiación política. Porque fíjese, ha de ser la lluvia y que ya no hace calor, no lo sé, pero yo hoy me preguntaba sobre el “pueblo” de México. Sí, ese pueblo que somos todos y cada uno de los mexicanos, no solo quienes votaron por ellos ¿el nuevo gobierno lo entenderá o decidirán tomar por el pueblo solo a quienes los aplauden y se identifican con Morena? ¿sus políticas serán para todos o solo para algunos? ¿seguirá vigente la política de la retaliación, de la venganza y el rencor?
Y es que no creo que exagere con esta preocupación, la verdad. Todavía recuerdo la infografía que la extinta Notimex hizo de los creadores mexicanos este sexenio para denostarlos por haber obtenido estímulos, en uno de los episodios más vergonzosos con la comunidad artística. O la manera en que se descalificaron a padres y madres de niños enfermos de cáncer que no tenían medicamentos, o la manera en que atacaron a las víctimas de la violencia en dos mil veinte ¿encontrará la nueva presidenta otra manera de hacer las cosas? ¿entenderán como errores esos abusos o no entenderán nada de ellos por su mayoría aplastante? ¿se seguirán creyendo el cuento de que las críticas solo provienen de sus enemigos o mejor dicho seguirán tratando como enemigos a quienes realicen críticas? ¿Seguirán desacreditando a luchadores sociales si es que se inconforman con sus políticas?
Muchas cosas cambiaron este sexenio, querido lector, algunas esenciales para bien, otras para mal, y otras se hicieron igual este sexenio que en los anteriores, hay que decirlo. Solo cambió el signo de la mayoría aplastante como si la política mexicana estuviera condenada a repetir sus formas ad infinitum, solo cambiando quiénes se sientan en la silla; política facciosa, al fin y al cabo. Y no es que una quisiera que la lucha política terminara, natural de las democracias, sino que el gobierno realmente se democratice. Ejercerlo no significa aplastar a quienes disienten, o hacerles el vacío, que es lo que el gobierno hizo, sino escucharlos, precisamente porque el gobierno no es de unos cuantos, ni de una fuerza política, sino que existe para servir a todos. Finalmente son funcionarios y están obligados a ello.
Precisamente porque México no es una autocracia, como pregonan los opositores, el nuevo gobierno estará obligado a dialogar con los otros, con todos, más que nunca. Eso, querido lector, deseo o espero, que el gobierno de la futura presidenta escuche a sus críticos y no los deslegitime como “traidores” o como “ya sabemos quiénes son”, como dijo en alguna entrevista reciente. Las campañas ya terminaron y los ciudadanos, todos, tenemos el mismo derecho de exigirle al gobierno, y el gobierno la obligación de atendernos a todos, sin distinción. Deseo, espero que así sea, querido lector, por el bien de todos.
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