Apenas el jueves pasado, la Iglesia católica de México pidió al Gobierno federal y al resto de autoridades revisar las estrategias de seguridad que “están fracasando” en el país y convocar a un diálogo nacional para emprender acciones “inteligentes e integrales” para conseguir la paz.
Por Christian Chávez
CEROCAHUI, México (AP).— El último viaje de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora a su querida Sierra Tarahumara en el noroeste de México, donde serán enterrados el lunes, fueron casi 400 kilómetros llenos de dolor pero endulzados con incienso, música y danzas de los indígenas rarámuris, a quienes dedicaron su vida.
Los restos de los sacerdotes de 79 y 80 años reposarán en las montañas donde trabajaron durante décadas, en la localidad de Cerocahui, en cuya iglesia fueron asesinados hace una semana junto a un guía turístico local al que intentaron ayudar cuando huía de un líder criminal de la zona.
En el último adiós a los religiosos, que comenzó el sábado con una misa en la ciudad de Chihuahua y culminará el lunes en Cerocahui, resonó una frase que resume la crítica no sólo de los jesuitas, sino de toda la Iglesia católica y gran parte de la sociedad mexicana a la estrategia de seguridad del Gobierno, que no ha logrado en más de tres años reducir la violencia: “Los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos”.
La pronunció el jesuita Javier Ávila en alusión al lema presidencial que apuesta por luchar contra la inseguridad con “abrazos, no balazos”, durante una misa de cuerpo presente el sábado en la ciudad de Chihuahua, frase que desató los aplausos de los asistentes y dejó sin voz por la emoción al compañero de los asesinados.
Desde ahí los féretros iniciaron la subida a la sierra, con paradas en varias localidades, por unas montañas de carreteras sinuosas, de gran pobreza y marginación, y donde la violencia del crimen organizado, que tala estos bosques para plantar amapola y mariguana, y utiliza los profundos cañones para operar sin ser visto, no ha hecho más que crecer en los últimos años, según denunciaron las víctimas.
Mientras tanto, las autoridades siguen buscando al presunto asesino, identificado por un sacerdote superviviente como un conocido líder criminal local que andaba a sus anchas por la zona aunque tenía una orden de aprehensión desde 2018 por el asesinato de un turista estadounidense.
La primera parada del recorrido del cortejo fúnebre fue Creel, la entrada de la sierra. Luego las carrozas fueron subiendo poco a poco por las barrancas, parando en otras localidades en medio de un fuerte despliegue de las fuerzas de seguridad hasta llegar al interior de la iglesia donde habían sido asesinados a balazos.
En cada parada se repitieron rituales indígenas que, según sus creencias, sirven para restablecer el orden de la vida y elevar sus almas al cielo.
Al llegar a Cerocahui, hombres, mujeres y niños flanqueaban la carretera para recibirlos con globos y banderas blancas, símbolo de una paz que es esquiva en esta sierra.
En los últimos cinco años han asesinado en esta región del estado de Chihuahua -limítrofe con Sonora y Sinaloa- a defensores de derechos humanos, líderes indígenas, ecologistas, a un turista y a una reportera que había publicado numerosos artículos sobre los vínculos de narcotraficantes con políticos locales.
Por eso en los últimos días los jesuitas han denunciado con más fuerza algo que llevan años repitiendo: la “vergonzosa impunidad” que existe no sólo en la Tarahumara, sino en todo México, “un país invadido por la violencia”, en palabras del padre Ávila.
Pero el Presidente Andrés Manuel López Obrador insiste en que su estrategia es la correcta, aunque en lo que va de su administración, se han registrado casi 124 mil asesinatos, más que en todo el sexenio con el que comenzó la llamada guerra frontal contra los cárteles del Presidente Felipe Calderón (2006-2012).
“Nuestro tono es pacífico, pero alto y claro”, insistió el padre Ávila en la misa de Chihuahua. “Pedimos al Presidente que revise su estrategia de seguridad”.
No hubo respuesta. Sólo el rasgar de guitarras, los rezos y el sonido de los capullos de mariposa con pequeñas piedras que se anudan a los tobillos de los danzantes mientras los jesuitas repetían su compromiso de seguir trabajando por la justicia y los derechos humanos.