David Trueba se mimetiza en su nueva novela, Tierra de campos, con una estrella de rock que pierde a su padre en plena crisis de los cuarenta. “El arte no existe si no busca conflicto con el receptor. No puede ser un producto adecuado a lo que demanda la mayoría”
Ciudad de México, 27 de mayo (SinEmbargo).- David Trueba hace tiempo en su librería madrileña La buena vida, donde en pocas horas tendrá lugar la presentación de su libro. Tierra de campos es una biografía musical y un road trip nostálgico a lomos de un coche fúnebre.
Trueba retrata la vida de Dani Mosca, una estrella de rock sin excesos, desde la adolescencia y el inicio de su banda en pleno pos-franquismo hasta la muerte de su padre, en su cuarentena.
Cineasta, crítico de opinión, novelista y ahora también músico. El pequeño de los Trueba no necesita haber tocado un instrumento en su vida para mimetizarse con su protagonista. Las estrofas de canciones inventadas se convierten en pasajes del libro y los bajos fondos del mundillo se hacen vívidos como en una película.
Empezamos hablando de esa inmersión para acabar en un debate sobre los boicots, la masificación de las mentes o el auge de los nacionalismos. Un proceso natural porque David Trueba no antepone “la libertad de expresión al negocio”. Opinar es su oficio tanto como escribir o rodar. En esta entrevista hace un repaso a todas esas facetas y a alguna más.
–La carretera o road trip es una alegoría que se repite en sus películas Cuatro amigos y Vivir es fácil con los ojos cerrados. ¿Qué representa en esta novela?
–Me gusta que los personajes hablen al desplazarse físicamente y que sea también un viaje emocional. Yo aprendí a relacionarme mejor con mi país cuando vivía fuera de España. Quizá el nacionalismo se cura viajando. Mi libro habla mucho de eso. El protagonista viaja a los orígenes del padre para buscar los propios. Hay dos momentos en los que es fundamental tu origen: al nacer, porque te va a condicionar, y al morir, porque es donde te sientes cómodo. Esos dos lugares son enigmas. ¿En qué medida somos por nosotros mismos y cuánto hay de hereditario y cultural en nuestra forma de ser? Es una metáfora perfecta para entablar un diálogo emocional.
–La profesión también forma parte de esa ecuación. ¿Qué parte del oficio de un personaje se queda en el escritor? ¿Cuánto hay de músico ahora en usted?
–Es cierto que también somos, entre otras cosas, lo que hacemos y la labor que desempeñamos. Dani Mosca (el protagonista) se abrió paso en mí como alguien cercano, pero a la vez con la suficiente distancia para hablar del oficio de músico mejor que del de cineasta o escritor. Y, cuando convivió conmigo, llegó el momento más doloroso. La amputación final. Es una sensación muy parecida a lo que llaman las mujeres depresión posparto. A lo que le has dedicado tanto tiempo ya está ahí fuera, independiente y vuelve la pregunta: ¿quién soy yo de nuevo?
–La distancia al escribir conlleva el riesgo de caer en lugares comunes. Y la música está especialmente llena de clichés. ¿Cómo los ha evitado?
–Hay elementos que me molestan mucho del retrato musical. El de transmitir un alto grado de transgresiones para aparentar ser auténtico. Que tuvieron una infancia difícil o que consumieron muchas drogas, por ejemplo. Si no lo dicen en las biografías parece que es imposible llamar la atención. Yo quise crear un personaje al contrario, una persona que odia el disfraz y a la vez no puede escapar de él. Ahora bien, el cliché está ahí. He conocido a muchísima gente devorada por el personaje y que me sorprendieron cuando adquirí un grado de intimidad con ellos. No lo pueden disociar. Es su protección pública.
–Llama la atención el personaje de Gus. Un Tino Casal que sobrevivió a la homofobia posfranquista gracias a sus aires de divo. ¿Es peor ahora?
–Era imposible sobrevivir sin crearte un personaje. Hemos avanzado muchísimo. No sabes lo que era una clase solo de chicos cuando salía un alumno afeminado a la pizarra. Era inaguantable para cualquier persona que tuviese un mínimo de sensibilidad. Los chistes constantes, la ridiculización. Es cierto que todavía hay parejas de chicos que reciben una paliza si se dan un beso por la calle. Ocurre cada fin de semana. ¿Quién les da esa paliza? Esa es la pregunta. Casi siempre nos hacemos un arquetipo de los agresores, pero ellos también se han formado en el contexto de esta sociedad. Algo estaremos haciendo mal.
–Ha reconocido que la figura del padre es el personaje más autobiográfico. El protagonista empieza a admirarle más cuando se muere, ¿le pasó también?
–Mi padre no es que fuese muy intelectual, no era la figura que yo buscaba como maestro. De adolescente imaginaba que mis padres eran Voltaire y Simone de Beauvoir, en lugar de gente vulgar. El tiempo me ha servido para dar gracias a la vida por ellos. Algo que muestra que nuestra sociedad es demasiado infantil es el desprecio hacia los demás, la idea de superioridad y la nula capacidad de percibir las virtudes ocultas. Esos son los peores rasgos de la adolescencia, pero también creo que se curan con la edad.
–En el lado opuesto está el caso de Jonás Trueba, el de crecer en una saga familiar como la suya. Tiene ventajas, ¿pero cuáles son las desventajas?
–El reto. La mirada comparativa de los demás. Cuando llegas y estás asociado a un apellido o a otra persona, comienza una comparación muy injusta. Yo también sentí el aliento de los exterminadores cuando arranqué. Eso te hace más inmune a las opiniones, porque sabes que ha habido un deseo de anularte. Siempre le recomiendo a Jonás hacer lo que te gusta y resolver poco a poco el malentendido entre quién eres y cómo te apellidas.
–Haber trabajado como crítico, ¿condiciona a la hora de escribir una novela?
–Una de las cosas que he aprendido de ser crítico es lo fácil que puedes caer en el desprecio. En no apreciar el esfuerzo de los demás antes de elaborar tu tesis. Para mí, el mejor crítico es el que tiene la capacidad de aislar la obra de quien la hace, del contexto y de las modas del momento. A partir de ese esfuerzo gigantesco, alguien se puede llamar crítico de verdad. Pero si algo tengo clarísimo es que son imprescindibles. Son como una especie de vigilantes de la sociedad de consumo, quienes redirigen lo que el mercado no puede redirigir solo. Ellos también deben aprender a no ser omnipotentes y a tolerar que germinen cosas que no son de su agrado.
–Existen críticos que mueven más el consumo hacia ellos mismos que hacia el producto. ¿Cómo se ve eso desde el lado del creador?
–Somos muy falsos. Lo que más nos gusta es que nos ponga bien un crítico. De hecho, nos gusta más que nos ponga bien el que pone mal a todos los demás. Esto es muy curioso. Porque cuando somos todos los demás nos ponemos furiosos. Existe una relación muy infantil entre críticos y autores.
–Las redes sociales a veces son incluso más peligrosas que un crítico, como se vio en el boicot a Fernando Trueba. ¿Hay miedo a las redes entre los autores?
–El caso de Fernando fue un castigo político por tocar el gran tabú de España. Lo hemos hablado muchas veces. Es una muestra de la agresividad social y de la falsa idea de democracia. Vivimos una democracia muy curiosa en la que todos deben pensar lo mismo. Yo comparo las redes sociales con lo que significaba la taquilla para mí en los inicios. La persecución del éxito. ¿Hasta qué punto no tiene algo de infantilismo? Querer que te quieran y que te quieran todos, en vez de conseguir gustar con lo que tú quieres hacer. El arte no puede existir sin ese conflicto con el espectador. Si no, sería solo imitativo. Un producto adecuado a lo que demanda el consumo mayoritario.
–¿Generar ese conflicto no es como tirar piedras sobre el propio tejado?
–Hay que generar esa fricción pero sin aislarnos. Lo que no me gusta de las redes sociales es que imponen un análisis demasiado urgente. El arte no puede ser nunca analizado con urgencia, sino desde el reposo, para entender el efecto que causa un tiempo después. Tampoco me gusta la masificación de las voces. Muestra un empobrecimiento. Esa masa no viene en grupo, viene de uno en uno. Un ejemplo claro es el like. En qué medida todos esos likes son el mismo like. Cada voto, ¿es la misma mano o es una mano distinta? Sin embargo, al meterse ahí conforman una masa y las masas son nazis por antonomasia.
–¿De ahí que surgiese esa reacción en contra de la película de su hermano?
–Para mí, esa es la mayor traición a la democracia. Que el negocio esté por encima de la libre expresión. El caso de mi hermano me pareció abyecto. Al fin y al cabo, él sacaba una película para ponerla a la venta y fueron a tirarle piedras a su tienda. Eso tiene un nombre. Nunca jamás me voy a callar. Le dediqué este libro a Fernando para decirle a la gente: “No tengas miedo de defender a quien crees”. También hay que decirlo públicamente, aunque pongas en riesgo tu negocio. Y ojo, rechazo tanto el boicot a mi hermano como a Coca-Cola o a un cantante de reggaeton. Si seguimos así, acabaremos poniendo estrellas de David en el escaparate o en la camisa de los demás.
–Precisamente las redes sociales son una herramienta de la nueva política. ¿Cree que es un error apelar a la masa? ¿Le funciona menos a la izquierda?
–Al revés, es un acierto para ellos. Es la llave maestra para conseguir adeptos. La izquierda vive una contradicción permanente. Una persona de izquierdas tiene que aprender a convivir con el espíritu crítico y a poner en cuestión lo que hace. Tiene que aceptar lo que piensen los demás para ser una persona de progreso, porque si no, sería de reacción. Todos esos elementos de complejidad del discurso son los que para mí conforman la izquierda. Obviamente, para ganar unas elecciones y ganar adeptos debes desvirtuar esa complejidad. Adeptos ciegos, eso sí. Por un lado es una estrategia hábil, pero por el otro pierdes la calidad de tu discurso. Tengo problemas para aceptar el uso que se está haciendo de las emociones. Se usan para generar una fidelidad ciega en vez de apelar a la inteligencia individual.
–Hacer uso de las emociones ha sido el impulso del ultranacionalismo en Europa. ¿Por qué estamos tan seguros de que aquí no pasará?
–Es necesaria mucha objetividad para no colgarnos medallas. Así caemos en la trampa. Hay que ver lo que pasa fuera y aplicarlo a nuestro país. ¿Cómo es posible que siga tan desunida la izquierda en España? Concediéndole tanto margen a la derecha. ¿Por qué el patriota español considera nefasto al patriota catalán? Todas esas incoherencias nos las debemos plantear.
–Y aun así seguimos premiando políticas de migración brutales o de austeridad.
–Creo que nos equivocamos enfocando la crisis económica como una oportunidad para cambiarlo todo. Al final, no hemos cambiado nada. Los dirigentes de las instituciones económicas que nos llevaron a la deriva son ahora los dirigentes de las economías nacionales. Pero eso no es fruto solo de una mano negra, es fruto de una sociedad que necesita respuestas inmediatas. La gente debe tener trabajos, aspiraciones y resolución a los conflictos cotidianos. Ahí la derecha volvió a ganar la partida. Ellos tenían un plan inmediato, aunque fuese de recortes, y eso gustó más a los electores. Vamos a aceptar que la democracia a veces derrota nuestros propios intereses.
–Para no caer en la resignación, ¿dónde queda la reforma?
–La reforma es humana, está en todos los estratos de la sociedad. La mayor reforma que puede hacer una persona es elegir muy bien dónde pone cada euro. No es un accidente que hayamos primado la ropa barata, el producto de baja calidad o las empresas de comunicación americanas frente a la producción local y la generación de empleo. Por ejemplo, aunque muchas veces he sido atacado por ellos, yo soy un defensor del gremio del taxi y pienso que Uber es inaceptable. Hay cosas que son intolerables: el robo, la destrucción del empleo, del tejido laboral y del comercio de cercanía. Todas esas cosas no las está destruyendo Angela Merkel, las destruyen los españoles cada día con su modo de consumir. Perdón por haberme enrollado con esto. Parece que soy yo el que me presento a unas elecciones [ríe].
–Al contrario. Algunos artistas no aceptan hablar de política durante su promoción.
–¿Verdad que no? Es como si les robasen lectores o espectadores. Pero es lo que te decía antes, no soporto que el negocio esté por encima de la libertad de expresión. Es como si fuese un concurso de Miss España permanente, donde a ninguna Miss se le ocurriría decir algo inapropiado o que molestase al jurado. Pero no estamos en Miss España. Somos una sociedad que crea, opina y discute.
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