Susan Crowley
27/04/2024 - 12:04 am
Guillermo Santamarina o, ¿Los Pinos alternativo?
Tal vez en la exhibición curada por Santamarina podamos encontrar algunas aproximaciones, siempre irónicas y ambiguas. Y ese es el arte de Tin Larín, jamás dar por hecho nada, no existen las respuestas absolutas.
Cada uno puede tener su opinión sobre el Tin Larín. Habrá quien reconozca sus méritos o quien minimice sus aportes. Da igual. En lo que todos deben coincidir es en que, cuando se habla de cambio en el arte contemporáneo mexicano, es una omisión imperdonable no traer a cuento a Guillermo Santamarina, mejor conocido como Tin Larín. En estos días, con su exposición ¿Hecho consumado? se apodera del otrora ostentoso “hogar” de los presidentes. Cargado de historias de corrupción y privilegios, hoy abierto para ser visitado por quien quiera, Los Pinos se transforma en espacio de emergencia artística. Tomar y apropiarse los sitios y convertirlos en un relato personal ha sido la manera de funcionar del ya legendario curador.
La historia del arte de nuestro país, a partir de los ochenta, es mucho más interesante cuando se toma como protagonista a Guillermo. Ya sea como artista con ideas y acciones por demás originales; elaborando nociones complejas dentro de casi todos los foros de especialistas (poniendo en jaque a uno que otro pedante); organizando las primeras ferias de arte contemporáneo; involucrado como curador dentro de instituciones vanguardistas como El Eco, Ex Santa Teresa, Carrillo Gil, Centro morelense de las artes o MUAC; como el gran divulgador que es, dando clases a nuevas generaciones con una generosidad inusual en el medio; renovando su lenguaje en prácticas performáticas que son registro fiel de sus ideas o estableciendo nuevos paradigmas, y con esto me refiero a su más reciente exposición en Le Laboratoire: Fetiches de la condición apolar, de lo mejor y que salva la infestada de frivolidad semana del arte. Y con miedo a que se me escapen un montón de cosas, no puedo dejar a un lado la que debe ser su modalidad favorita y en la que nadie sabe lo que él, me refiero al arte sonoro y la música, deleitándonos con sus exploraciones que quedan como playlists publicadas con el título Tinlarinitis en Facebook.
No resulta fácil definir a Guillermo sin considerarlo una institución o más bien hay que decir que ha hecho de la institución lo que se le ha pegado la gana. Y este es precisamente su valor, haberse escapado de los títulos rimbombantes, de las poses de eruditos que usan los puestos públicos para enarbolar su ego y utilizan un lenguaje rebuscado para ocultar el lastre que les ocasiona la burocracia institucional llamada hueso del sexenio. Aún dentro de las instituciones, Santamarina huye bien librado de las cortes que se van pasando el poder de mano en mano, en los “me leés, te leo” del sistema. Así se mantiene porque es su naturaleza, libre, espontánea, divertida, profunda, sagaz, sarcástica. En una palabra, brillante.
Eternamente fugado de los sistemas, evasor de las clasificaciones, Tin Larín no se detiene. Y no puede evitarlo, su oficio combativo e irreverente reta a la institución, la seduce, la crece, la cambia y luego, se va. El desafío de Guillermo revela conocimiento y respeto profundo por su contrincante; de una ironía que escapa a muchos, pero que siempre deja algo a nuevas formas de aprendizaje y reflexión.
Descubrir su impronta en las instalaciones (sitio-específico), elaborada con un tejido fino, sensible, inteligente en la exhibición ¿Hecho consumado?, no solo es un paso adelante en la noción de curaduría conceptual de la que fue pionero, hoy abaratada por la cantidad de improvisados, además Guillermo juega con ella, la renueva y le inyecta ideas.
Los Pinos simboliza la toma colectiva por edicto presidencial. En una época en la que las jacarandas florecen como en ningún sitio, las rejas se abren para dar acceso a un mundo que fue prohibido para todos nosotros durante décadas. Penetrarlo hace pensar en ciertas escenas de películas: el pueblo entrando a Versalles después de ver las cabezas de los reyes absolutos rodar por el cadalso; o Bertolucci en El último emperador delante de la Ciudad prohibida. También nos invita a evocar las noticias, aquella entrada de los revolucionarios a la casa de Gadafi o el allanamiento del palacio de Ceausescu en Rumanía.
La Casa Miguel Alemán provoca una sensación de ansiedad, en ella reverberan las voces mezquinas de sus gobernantes; de las familias y los abusos cometidos, de la corrupción de un Estado Mayor Presidencial que vivió para cumplir los caprichos de los mirreyes y las niñas bien que pasaban seis años viviendo como potentados a costillas del pueblo. Pareciera que eso ha quedado en el pasado, pero ¿es un hecho consumado?
Tal vez en la exhibición curada por Santamarina podamos encontrar algunas aproximaciones, siempre irónicas y ambiguas. Y ese es el arte de Tin Larín, jamás dar por hecho nada, no existen las respuestas absolutas. Preguntar y dejar que las ideas se tejan en una compleja red; casi como si ejecutara una danza muy en su estilo performático, muy en su lenguaje lleno de referentes necesarios y de una que otra anécdota vivida. Por ejemplo, de cómo ha visto crecer a quienes fueron los artistas emergentes que respaldó con sus ideas y en sus históricas exhibiciones. Y estamos hablando de ya consagrados como Gabriel Orozco y Damián Ortega o, quienes participan en esta exposición, como Daniel Guzmán y Eduardo Abaroa.
A través de ellos y de las siguientes generaciones, Guillermo nos va adentrando a las nuevas voces, al giro que el arte ha tomado por una necesidad de consciencia política y del planeta. En la exposición abundan archivos, documentales, registros, instalaciones. Guillermo navega sin problema en estos lenguajes.
Con su generosa curaduría, Santamarina narra las hazañas de los artistas a los visitantes, desde los sabios del sistema hasta uno que otro despistado que recorre los pasillos. Todos sacan algo de esta visita.
Las nuevas arqueologías que se ven reflejadas en la obra de Adriana Salazar y su Museo animista del Lago de Texcoco o en El desalojo; en una bellísima instalación de Arturo Hernández Alcázar, Tierra perdida, que denuncia los abusos de la industria minera; o dentro del closet presidencial la ocurrente pieza de Balam Bartolomé, Pisa y corre, prótesis encarnada en un bat de beisbol que emula la pierna perdida del dictador Santana y que, dice la leyenda, terminara siendo usada para batear pelotas. Increíble la presencia del también ya parte de nuestra historia Daniel Guzmán con su serie “El hombre que debiera haber muerto, pero resucitó a otra vida”.
Casi al final del recorrido, una pieza que todos los mexicanos deberíamos ver. Sarcástica e increíble por su valor artístico, la magnífica apropiación de Gabriel Garcilazo a un códice náhuatl del siglo XVI, sirve para narrar el pacto de García Luna y el Cártel de Sinaloa durante la guerra contra el narco de Felipe Calderón, titulada El lienzo de Felipe. Y del mismo artista, una apropiación del Códice Mendoza con el título Códice FMI, que nos cuenta el proceso de consolidación del estado neoliberal, un imperdible por su caricaturización brillante. Sobre la alfombra, de Gina Arizpe, un tejido elaborado con las camisetas de los migrantes en el que despuntan los materiales que podrían identificar a cada uno de ellos. No se puede dejar fuera la pieza ya emblemática de Ilan Liberman y que estremece tan solo de pensarla: Niño perdido, cien dibujos en miniatura, réplicas de las fotografías de niñas y niños desaparecidos publicadas y que el artista nos obliga a observar a través de una lupa.
Quizá la parte más divertida sea el absurdo ascenso de las escaleras expresidenciales con un candil que no tiene desperdicio por lo kitsch que resulta. La genialidad de Santamarina, colocar la extensa Cenefa, del colectivo Tercerunquinto, formada con frases utilizadas por los partidos durante sus campañas. Una gozada leer las promesas de los candidatos para seducir a los votantes, como ustedes comprenderán. Estas piezas y otras del mismo nivel y calidad, en un discurso muy a lo Santamarina.
¿Hecho consumado? permite asomarnos a los errores, a las metáforas, a las desgracias, a las vergüenzas de nuestra historia de una forma poética, sin resentimiento, con la posibilidad de ver el asco que podemos ser como sociedad y el milagro del artista que sabe leer quiénes somos. Gracias Tin Larín. @Suscrowley
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