Es bien sabido que entre los otomíes de la huasteca veracruzana el recorte de papel para la fabricación de los cuerpos de las divinidades es algo bastante común, sin embargo, ésta no es la única forma de convocar a los espíritus.
Por Iván Pérez Téllez
ENAH-INAH
Ciudad de México, 27 de marzo (SinEmbargo).- En una ocasión, durante un Costumbre en la comunidad otomí de Cruz Blanca, le pregunté a don Cecilio por qué, al momento de entregar las ofrendas, se colocaba una pequeña mesa con alimentos frente a los músicos que tocaban durante el ritual comunitario. Él me dijo que esa ofrenda era para los para los instrumentos: el violín, la jarana y la quinta huapanguera. Entonces le interpelé: ¿tienen corte los instrumentos? A lo cual el chamán otomí respondió: Sí. Fue de este modo que comencé a indagar sobre dotación instrumental de los instrumentos-persona.
En principio partía de la idea bastante común de que ciertos objetos —las tijeras, la campana, el bastón, el sahumador, todos ellos instrumentos chamánicos— poseen una interioridad análoga a la humana, un alma que los vuelve una suerte de persona, de persona no-humana, y por lo tanto deben ser tratados como tales durante el tiempo ritual.
Es bien sabido que entre los otomíes de la huasteca veracruzana el recorte de papel para la fabricación de los cuerpos de las divinidades es algo bastante común, sin embargo, ésta no es la única forma de convocar a los espíritus. El agua traída del pozo, por ejemplo, se suele verter en una botella de plástico, de preferencia de color verde, y se le coloca un collar de flores: es la Sirena. De igual forma, se suele utilizar una vasija de barro —de ésas que fabrican los nahuas de Chililico, Huejutla, Hidalgo— que contiene en su interior agua del pozo con el mismo propósito: que la dueña del “agua de abajo” esté presente durante el Costumbre. Por su parte, la Santa Rosa (cannabis indica) puede asomarse en forma de hojas secas dentro de una bolsa de plástico o por medio de recortes en papel estraza. Aunque todos estos objetos poseen recorte de papel, también es común que se les convoque mediante otras corporalidades. Así, los cuerpos de papel no siempre son las “representaciones” elegidas por los otomíes para convocar a los espíritus dentro de los distintos contextos rituales.
Don Cecilio me señaló que se invitan músicos porque los instrumentos son personas que hablan durante el Costumbre; le hablan a los cerros —San Jerónimo, Mayonikha o Chicontepec—, a la Sirena, a la Cruz o a la Lumbre, pero no cantan propiamente: hablan. Fue muy enfático en ello.
Los instrumentos hablan y conocen los discursos-sones de los elementos honrados durante los rituales comunitarios del tipo Costumbre. De cierto modo, los músicos participan como los “instrumentos” de los instrumentos-persona. Es decir, desde el punto de vista de los espíritus-instrumentos musicales, son ellos quienes utilizan a los músicos y no al revés. Si en el mundo humano escuchamos sones de Costumbre, en realidad se tratan de palabras proferidas por los instrumentos-persona, casi a la manera de los chamanes.
En un Costumbre es habitual que, por ejemplo, frente a las “camas” de los malos aires —los Diablos y su cohorte de muertos en desgracia— se sienten los curanderos a proferir, al unísono y en ocasiones en varias lenguas como el náhuatl y el otomí, una serie de discursos ceremoniales destinados a honrar y ofrecer los dones que se les disponen; bebida, comida y cigarros, entre otros. Esta labor de diplomacia requiere cierto tiento así como un dominio pleno de la palabra; los chamanes son, desde la visión otomí, verdaderos abogados que realizan labores “cosmopolíticas” de negociación, intermediación, petición y resolución de conflictos. En esos momentos del ritual se da una polifonía de voces, mientras los curanderos hablan y agitan con las manos ramos de coyol.
De manera análoga, los instrumentos-persona podrían pensarse de esa manera: chamanes hablando-cantando a una sola voz y a un mismo tiempo, en una “hemorragia” verbal, aunque nosotros escuchemos “música”. La participación de los músicos es capital; después de todo, sin sones de Costumbre no hay ritual, en tanto que tampoco hay ritual sin la presencia de los badi.
Durante el Costumbre, a los instrumentos-persona se les suele dar de beber aguardiente por la boca —ese orificio de la tapa por donde sale la voz del instrumento—, además se les enflora, les brindan alimentos y se les colocan sus ramos de coyol y ceras, como cualquier otra persona humana que participa del ritual. Los instrumentos-persona son construidos con madera que fue talada en el monte, por lo tanto, sus cuerpos provienen del monte; es decir, son seres del mundo de los espíritus, ahí donde se llevan los recortes de papel que se utilizan durante las limpias o barridas. Y aunque los traen consigo los músicos, estos “objetos”, no dejan de ser seres de otro dominio, como las divinidades mismas que son convocadas en el Costumbre.
De ahí que los instrumentos-personas sean pensados como muchos otros espíritus o divinidades, con volición y capacidad de actuar en el mundo, además de estar divididos en género entre hombres y mujeres; el violín es considerado mujer —su recorte tiene una fronda en la cabeza que denota su género—, mientras que la quinta huapanguera y la jarana huasteca son tenidos por varones.
La evidencia más contundente de que los instrumentos del trío huasteco son persona se encuentra en los propios recortes de papel. Al ser elaborados por los chamanes, en ellos se aprecia una figura antropomorfa con un instrumento en su corazón-estómago, en el centro de su cuerpo, que es la parte visible en el mundo humano. Así, el recorte del violín posee una estilización de ese mismo instrumento a la altura del abdomen, lo mismo ocurre con los dos instrumentos restantes.
Que en el mundo otomí sea posible algo como lo que se he descrito multiplica las formas de ser y estar en el mundo. El pensamiento del Otro contrasta con nuestras propias concepciones de lo que es la música o la noción de persona y, por ende, las multiplica.