El escritor y periodista Héctor de Mauleón contará la historia de la inundación de 1629 en la Ciudad de México con la colocación de una placa artesanal entre las calles Motolinia y Madero; asegura que ha sido la tragedia más grande que ha vivido la ciudad.
Ciudad de México, 27 de marzo (AP).- Donde hoy se pasean hombres y automóviles, alguna vez transitaron canoas. El 21 de septiembre de 1629 comenzó a llover y la tormenta no paró durante 36 horas. El agua barrió animales y sepultó carretas. En menos de dos días, se inundaron las calles de la capital de México.
Algunas crónicas novohispanas y posteriores conservan esbozos de la tragedia, pero quizás el único sobreviviente es un mascarón, una decoración arquitectónica con forma de cara, en la esquina de las calles Motolinia y Madero en la Ciudad de México. Aunque se ha deteriorado, la figura de piedra aún define la cabeza de un león. Su cara felina se alza más de dos metros y, de acuerdo con el escritor y periodista Héctor de Mauleón, marca el nivel que alcanzó la inundación.
Hoy no hay nada que cuente esta historia a los que pasan por ahí, pero pronto lo habrá. Junto con su amigo y colega, Rafael Pérez Gay, De Mauleón encabeza un proyecto apoyado por el gobierno capitalino para colocar 200 placas artesanales que recuperan la memoria de algunas calles de la ciudad.
La geografía de esta metrópoli es su condena. Hace seis meses un terremoto dejó más de 200 muertos y 32 años atrás otro temblor cobró miles de vidas. La ciencia lo ha confirmado: la ciudad que nos trazaron recubre el lecho de un lago y sobre él se asentaron las construcciones. Por eso aquí una catástrofe aumenta su fuerza destructiva y el golpe de la naturaleza es más letal.
A De Mauleón le entusiasma su proyecto porque, afirma, los citadinos suelen creer que su historia no fue nada más que los sismos, pero la inundación de 1629, asegura el escritor, ha sido la tragedia más grande que ha vivido la ciudad.
El paso del agua -cuya ferocidad creció debido al desborde de los lagos circundantes- mató a 30 mil personas y provocó el abandono de la ciudad durante cinco años, según los recuentos de la época. Aunque casi todos las habitantes se murieron, unos 400 se quedaron y aprendieron a vivir como personajes de una película apocalíptica.
Como no había drenaje ni alcantarillas, la gente se transportaba en balsas, los pisos de sus casas eran los los balcones y escuchaban misas desde las azoteas. Sin embargo, a veces los sobrevivientes saciaban su sed en las mismas aguas que sacaban a flote cadáveres de bestias y personas. Cuando las epidemias llegaron, la cifra de muertes aumentó.
Se dice que en 1633 no hubo más lluvia y el agua se evaporó. La gente que volvió se dio cuenta de que la mayor parte de los edificios estaban arruinados y debían reconstruirse. Por eso casi no hay ejemplos de arquitectura anterior al siglo XVII y lo que vemos pertenece a una época posterior.
“Todo lo anterior desapareció y lo único que queda de ese mundo es este mascarón”, dice De Mauleón.
¿Por qué sobrevivió? Nadie lo sabe; es uno de los enigmas de la ciudad. “Lleva a muchos siglos y nadie se explica. Estuvo en una casa que fue derrumbada pero luego alguien lo encontró y lo volvió a colocar “.
Hoy la casa es una óptica. Frente a ella un hombre limpia zapatos y en un McDonalds se despachan hamburguesas. Miles pasan a diario sin saber que existe, pero el león pareciera verlo todo como un fantasma de la ciudad.