“Lo que sucede con el gusto culposo se llama ambivalencia cognitiva y afectiva. La primera es una discrepancia entre conductas de apapacho y de autocontrol: cuando la persona siente que está siento indulgente consigo misma, siente culpa porque no está teniendo autocontrol en algo: comer en la dieta, echarse un cigarro cuando queremos dejarlo, comer a deshoras, etcétera.”, señaló Dario Guajardo, psicólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Por Luis Carreño
Ciudad de México, 27 de enero (Vice Media/SinEmbargo).- Soy Luis, y tengo muchas aficiones y gustos: me sé varias canciones de RBD y el Komander, algunos reggaetones nuevos y viejos, canto a todo pulmón en la bici, de vez en cuando veo entrevistas con personas famosas insoportables, me gustan las paletas Payaso, soy más torpe que cool, disfruto los videos de gente cayéndose, me gusta comer en la calle sin fijarme en la higiene del lugar, a veces meo sentado y traigo un anuncio importante: los placeres culposos deben morir.
El contexto en el que estamos los ha vuelto obsoletos e incongruentes con los nuevos valores e ideologías; a fin de cuentas, qué es un guilty pleasure sino la vergüenza que uno proyecta sobre algo, alguien o nosotros mismos.
Partamos de un ejemplo: hace un par de décadas, dentro de la sociedad burguesa mexicana, bailar ritmos tropicales estaba asociado con lo marginal y no era hasta la euforia de la borrachera que en las celebraciones más tradicionales de “la sociedad”, llámese bodas y cumpleaños diversos, se podían bailar. Porque uno borracho “hace cosas que en sobriedad no haría”. Lo mismo con las visitas a los salones de baile y centros nocturnos como Los Ángeles, Barba Azul o California, donde por un momento el delgado pico de la estadística que le pertenecía a los más ricos cedía ante los placeres de lo popular para empaparse en sudor de merengue y cubas de daiquirís.
Pero al día siguiente —de aquella época y la contemporánea—, en la cruda culposa de bailar cumbias, perrear, cantar baladas románticas, corear reguetones viejos, ver películas de guiones sencillos, beber directo de la botella, cantar a todo pulmón en el carro, leer sobre la farándula o ver reality shows, nos encontramos de nuevo con nuestros fantasmas. Poniendo un escudo para justificar nuestros gustos y asegurar nuestra posición en la perspectiva que queremos proyectar hacia los demás, ¿pero en realidad es lo que necesitamos?
Para entendernos hace falta aceptar esto: en los gustos no hay medios tonos, o te gusta o no te gusta, quizás algo te puede gustar menos o más, pero, a fin de cuentas, te gusta; y cuando algo no te gusta, no te gusta y punto, y quizás no habrá forma humana o extraterrestre que pueda hacerte cambiar de opinión. Partiendo de esta idea, el adjetivo de culposo sólo proyecta la lástima, compasión y pena que sentimos sobre las personas que “genuinamente disfrutan eso” —lo cual es falaz por la misma razón de arriba, además de egocentrista y despectivo—, el disfrute, si existe, va en diferente intensidad, pero por el mismo camino.
Entonces, ¿qué dicen tus gustos culposos sobre ti? Si la culpa no es más que “un estado afectivo en el que la persona experimenta conflicto por haber hecho algo que cree no debió haber cometido” ¿por qué desearías no haberlo hecho? ¿por qué no quieres contarle eso al mundo? ¿tanto te duele saberte ciertas canciones o mover las piernas con una canción pop?
Dario Guajardo, psicólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México, nos habló sobre esto desde la psicología:
“Lo que sucede con el gusto culposo se llama ambivalencia cognitiva y afectiva. La primera es una discrepancia entre conductas de apapacho y de autocontrol: cuando la persona siente que está siento indulgente consigo misma, siente culpa porque no está teniendo autocontrol en algo: comer en la dieta, echarse un cigarro cuando queremos dejarlo, comer a deshoras, etcétera. Por su parte, la ambivalencia afectiva se refiere a lo que te hace sentir bien pero también mal; también es importante destacar que existen personas que dicen sentir culpa por ciertas cosas, pero que en realidad no la sienten”.
Culpar tus gustos es censurarte, es reprimir tus instintos, es vivir y responder para alguien más. A fin de cuentas son pocos —o nulos— los riesgos que corres por darle play a una canción adolescente —o a cualquiera de tus gustos culposos—, incluso, puede resultar en todo lo contrario, y convertirse en una nueva anécdota a través de tu valentía por mostrar al desnudo hasta tus más mínimas preferencias y disfrutes. Según Dario, “Se trata de construir tu identidad y entre menos cosas reconozcas de ti mismo, menos te vas a conocer, y lo que se aboga ahora es que todos nos conozcamos. Negar lo que te gusta es negar conocerte a ti mismo”.
Y sobre las implicaciones de tener culposos: “No tienen mayor consecuencia, pero es no asumir algo que te gusta, y eso es importante para tener equilibradas dos partes fundamentales: el querer y deber ser”, concluyó Dario.
Asume tus gustos, disfrútalos, compártelos, enamórate más de ellos, siempre habrá alguien dispuesto a cantar corridos contigo y tomar Four Loco después de un concierto de punk, y viceversa. ¡Estira tus experiencias!