Julieta Cardona
27/01/2018 - 12:00 am
¿Cómo sale una de un amor a medias?
Ella me besa el cuello y se levanta. No soy lista, pero le hago creer que estoy dormida. Tampoco es cosa del otro mundo, solo quiero ver cómo gesticula cuando está frente al espejo, la expresión de sus ojos cuando se mira las tetas, las axilas, el vientre; quiero que me pegue el olor a […]
Ella me besa el cuello y se levanta. No soy lista, pero le hago creer que estoy dormida. Tampoco es cosa del otro mundo, solo quiero ver cómo gesticula cuando está frente al espejo, la expresión de sus ojos cuando se mira las tetas, las axilas, el vientre; quiero que me pegue el olor a canela con el que regresa de la ducha. Quiero ver cómo deambula por la habitación con el cabello amarrado, seco. Descalza. Toda descalza.
Pasará que después de verme ahí tirada en su cama, piense “pero bueno, yo de qué forma terminé liada con esta”. Le echará un ojo a mis calzoncillos y se reirá casi en secreto, será por el recuerdo de la torpeza con la que nos desvestimos o por otra cosa que importa algo menos.
Se olerá las manos. Le darán cosquillas en la boca y hasta abajo. Se preguntará cuántas veces debe de sentirse el amor para que sea amor y yo querré susurrarle –como alguna vez en la escuela soplé la respuesta de un examen–: “¡Una, niña, una!”. Pero no: la miro por las rendijas de mis párpados; alimentando el morbo, supongo, de espiar a alguien que no volveré a ver.
Me dan ganas de decirle que si siente algo esdrújulo, prieto, colorado, rosa mexicano –o que si se mezcla con cosas que dan risa, de pronto se volverá color salmón, o que si es libre es verde y es blanco, o que si hierve es sangre, o que si le da miedo pero sigue siendo amapola o vino tinto–, entonces es amor; que confíe en mí porque aunque no soy lista, sé cuando es amor. O que si es transparente, es nada. O que si es torpe, inocente y quizá tropezado, si se siente a medias, entonces soy yo.
Ella mira la hora y hace la misma mueca que hizo ayer. Se dice algo como “Pero qué mierda, ya casi termina” y yo no podré –ni querré– murmurar una palabra porque, no sé, también me escurro. Pasarán años y, bueno, siempre quise volver a verla, pero lo mío fue como el color del mar, ¿y cómo sale una de eso?
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