“Los amigos me mandan a decirle que usted no está en regla con la organización del barrio. Tiene que pagarnos 50 mil euros por su retraso, y 500 euros por mes a partir de ahora” – “¿Me está usted pidiendo el pizzo?”- Preguntó Vicenzo Conticello al hombre que se había apersonado en su restaurante a finales de 2005. -“Vaya y dígales a ‘los amigos’ que aquí no se ha pagado nunca y que no pienso romper las reglas de mi propia familia. No voy a pagar”.
Para Conticello era su primer encuentro en vivo y en directo con la ‘Cosa Nostra’, la mafia siciliana, aunque de manera indirecta, su negocio, un célebre restaurante ubicado en el centro de Palermo, había venido sufriendo el acoso del crimen desde un par de años atrás: atracaban a sus clientes, hacían destrucciones en las inmediaciones del restaurante, y una vez fueron aún más lejos, entraron a su casa y ‘como aviso’ mataron a su gato, con cuya sangre ensangrentaron las paredes.
Cada uno de estos sucesos, era puntualmente denunciado a la policía y a los carabinieri, (la policía militar del Estado italiano) lo que puede parecer una obviedad, pero lo cierto es que en Sicilia, denunciar la extorsión, no es precisamente una costumbre… la costumbre es ‘pagar y callar’, o bien, ‘sufrir las consecuencias, para luego pagar y callar’.
El silencio, como consecuencia del miedo, es parte de la cultura que ha acompañado a Sicilia desde el surgimiento de la llamada ‘mafia de mafias’: la Cosa Nostra; que nació en esta región insular de Italia a mediados del siglo XIX, cuando un grupo de ‘guardianes’ se hicieron con el control de fincas agrícolas, para luego transformarse en una organización criminal que se alió al poder político, extendió sus redes, y monopolizó los negocios de la isla. Su particular (y temida) ‘mercadotecnia’ consiste en el uso de la violencia, las amenazas y la amedrentación.
“Tuve mucho miedo cuando le respondí de esa forma al hombre, pero recordé lo que alguna vez me dijo mi abuela: ‘si pagas una vez, pagarás para siempre’… ella estuvo al frente del negocio muchos años y logró mantener a raya a los mafiosos, porque a algunos los había conocido desde niños… la ‘Nona’ tenía un carácter impresionante… solo una vez se atrevieron a pegar con cola loca el candado, era el símbolo para decir: si abres el restaurante, pagas… ella hizo un escándalo público, para que todos supieran que la estaban amenazando y que no se quedaría callada, ni con el negocio preso o cerrado. De ella me vino esta fuerza para enfrentar mi temor”.
EL HONOR SE HEREDA Y SE GANA, EL HONOR ES VALIENTE
A la muerte de ‘la Nona’, su abuela, Vicenzo Conticello se hizo cargo del negocio familiar en 2001. Aunque no de manera inmediata, pues pasó mucho tiempo en el extranjero, trabajando en diversas iniciativas humanitarias y de cooperación internacional. Dejó Sicilia siendo muy joven, pero luego, ya convertido en chef, regresó para administrar la ‘Antica Focacceria San Francesco’, un famoso restaurante de bocadillos cuyas delicias recomiendan las guías gastronómicas italianas, y que abrió sus puertas en 1834, es decir, unos 30 años antes de que la ‘Cosa Nostra’ cobrara fuerza (alrededor de 1870).
“Esta Focacceria es parte de la historia de Palermo. En tiempos de la abuela facturábamos unos 600 mil euros al año, pero entre mi hermano y yo, basados en esa herencia, llegamos a hacer 3 millones por año. Crecimos, y la mafia se percató de ello. Comenzaron a extorsionarnos sin que por un tiempo yo me diera cuenta: me pedían regalos para los niños de los hombres presos, me pedían que regalara comida como supuesta caridad, y yo lo hacía, sin saber que en realidad, me estaban probando. Luego comenzó la violencia y las amenazas, hasta la petición formal. Tuve miedo, pero no dudé. Pagar el pizzo no estaba en mis planes, ni en mis códigos. Yo tengo mis principios muy claros”, dice en entrevista Conticello.
Gracias a las denuncias previas que había hecho, y una vez que la extorsión se hizo de frente y sin rodeos, las autoridades antimafia pudieron actuar de inmediato: interceptaron todas las llamadas de Vicenzo e instalaron micrófonos para hacer escuchas ambientales; a los 15 meses capturaron a los implicados, entre ellos a un ‘boss’, un reconocido capo o ‘jefe de familia’. Vicenzo Conticello, este chef siciliano todavía no sospechaba cómo y cuánto cambiaría su vida a partir de esas detenciones. Y menos aún sospechaba cuánto cambiaría Palermo y toda Sicilia con su ejemplo, con el simple y sencillo gesto de romper la cultura del silencio, que se impone en los territorios del miedo.
“El día del juicio se creó mucha expectación. Yo fui como testigo y cuando el juez me preguntó si reconocía a mis extorsionadores, me giré y los señalé uno por uno. No había nada que pensar: los valores no se piensan; aunque es verdad que nunca fui consciente de las consecuencias. Cuando volví a mi casa, y recibí la llamada del Primer Ministro y del Presidente de Italia, del Alcalde y de muchísimas personas, me di cuenta de que –sin proponérmelo- me había convertido en un símbolo. Para mí denunciar un crimen era normal, pero mis años fuera de Sicilia me hicieron olvidarme que aquí impera ‘otra ley’, donde el miedo se ha convertido en costumbre, y el silencio en el mejor aliado de la mafia”.
Por contradictorio que parezca, quienes pertenecen a alguno de los clanes criminales italianos, se denominan a sí mismos ‘mafiosos’, que significa ‘hombre valiente’ y ‘hombre de honor’. La Cosa Nostra (madre de las mafias) comenzó a llamarse así para hablar de ‘nuestros negocios’, refiriéndose a esa ley fuera de la ley que encarnó la organización en su nacimiento. Entre sus afiliados, han de cumplirse una serie de códigos, aunque su máxima ordenanza es la ‘omertá’, la respetada y muy temida ‘ley del silencio’, que impone a quien la quebrante, una pena de muerte segura.
Y no cabe duda que, para la Cosa Nostra, el chef Vicenzo Conticello, se ha atrevido a desafiar esta regla no escrita de los códigos mafiosos, cuyo poder es casi omnipresente desde hace más de un siglo, en la cultura y la vida cotidiana de esta isla Italiana.
LOS JÓVENES PIDEN ‘DIGNIDAD Y LIBERTAD’
Apenas un año antes de la hazaña de Conticello, también en Palermo surgió una organización juvenil que convirtió al chef Vicenzo en el claro ejemplo de lo que ellos buscaban: terminar con el miedo, dejar de ser una sociedad rehén de los designios criminales, y sobre todo, recuperar la dignidad de vivir… honradamente.
En una noche de 2004, varios adolescentes -que no llegaban a los 20 años-, hacían planes para abrir un bar. Y entonces surgió la pregunta obligada para todo empresario siciliano: “¿Y qué haremos si nos piden el pizzo?” La respuesta que estos jóvenes se dieron a sí mismos y que le dieron a la capital siciliana, fue una protesta social que sacudió las consciencias dormidas de su ciudad.
Esa misma madrugada entraron en acción y al día siguiente, las calles de Palermo aparecieron ‘empapeladas’ con pequeños panfletos que contenían un mensaje estremecedor tanto para la mafia como para los ciudadanos: “Un pueblo que paga el pizzo es un pueblo sin dignidad”. A partir de ese día, aquellos muchachos que iban a abrir un local de noche, acabaron fundando una organización que ha traído un nuevo amanecer a Palermo, y que se ha convertido en todo un movimiento, que va, nunca mejor dicho: in crescendo, sumando gente y acciones a su causa.
En menos de una década, la iniciativa ciudadana ‘AddioPizzo’ está logrando revolucionar lo que más cuesta cambiar cuando la cultura de la violencia impone su ley y sus decretos: las mentes y los corazones de los sicilianos, que ahora están volviendo a creer que es posible liberarse poco a poco, de una vida permeada por la economía mafiosa.
“Porque si mi panadero paga el pizzo, yo también, cuando compro el pan, dejo una parte de mi dinero a la mafia, y me someto a ella”, dice el manifiesto bajo el cual se fundó este organismo que promueve el llamado ‘consumo crítico’, y que ha ido adhiriendo a empresarios de todas las ramas –comprometidos en NO pagar las extorsiones- , así como a consumidores dispuestos a comprar y pagar exclusivamente aquellos productos y servicios que estén ‘limpios’, y fuera de los tentáculos de la Cosa Nostra.
NUEVAS GENERACIONES Y NUEVOS VALORES: OTROS PRECIOS POR PAGAR
Tan solo en Sicilia, que es la cuarta isla más grande de Europa y la más densamente poblada de todo el Mediterráneo, se calcula que unos 130 mil empresarios pagan puntualmente el pizzo a la mafia. Como resultado indirecto del miedo, el silencio y la sumisión, esta cobranza criminal factura alrededor de 150,000 millones de euros anuales; fondos exorbitantes que se reinvierten en otras actividades delictivas, (narcotráfico, trata de personas, compra de armamento, mercados negros, pago a funcionarios y políticos, etc) o bien, acaban blanqueándose en negocios legales de todo tipo, los llamados ‘cosa nuova’.
Es fácil entender que después de siglo y medio de chantajes, el hecho de ‘vivir amafiado’ sea casi una tradición para los sicilianos. Es parte inherente de su ‘modus vivendi’. Pero las nuevas generaciones están demostrando que los cambios sociales solo son posibles cuando existe el valor, primero para iniciarlos, y después continuarlos con paciencia, inculcando entre los más jóvenes una nueva cultura. Porque a fin de cuentas, la época que vivimos nos determina, y las costumbres sociales nos forman o deforman.
Y si los fundadores de AddioPizzo, que hoy tienen alrededor de 30 años, estuvieron marcados por ‘el tiempo de las masacres’, cuando la Cosa Nostra desató una ola de violencia y asesinó a jueces, líderes y políticos que se atrevieron a desafiarlos, ellos quieren que las generaciones futuras tengan otros referentes. Por eso, gran parte de su activismo antimafia se centra en ir a escuelas e institutos para explicar que la dignidad es posible, y no hay precio que pueda pagarla.
Vicenzo Conticello, que en el momento de su histórica denuncia contaba con 47 años, acompaña constantemente a AddioPizzo en sus campañas, pues él es el ejemplo fehaciente de que Sicilia puede prosperar más y mejor si deja de pagar las extorsiones. El célebre chef de la ‘Antica Focacceria San Francesco’, vive hoy custodiado por 6 agentes asignados a vigilarlo las 24 horas durante todo el año, es casi imposible que asista a actos públicos, y su casa y negocio están siempre monitoreados. “Soy un preso de la libertad que quiero para mi gente”, dice este cocinero palermitano.
Sin embargo, viaja mucho, y ya ha comenzado un proyecto internacional denominado ‘Chefs for Life’, que consiste en entrenar a jóvenes de bajos recursos de varios países, para darles un oficio y una opción de vida que los aleje de la delincuencia: “Queremos implementar este programa en Latinoamérica, en Pakistán, en India, en Oriente Medio (…)”…. Pero Conticello vuelve siempre a Sicilia, porque sabe que el miedo necesita un contrapeso, y que él es uno de los símbolos de ese nuevo equilibrio que están buscando los sicilianos y otros muchos italianos hartos del reinado de las mafias.
El escritor y periodista Roberto Saviano, autor del libro Gomorra, en el que narra la truculenta verdad detrás de la mafia napolitana ‘La Camorra’ (que junto con la Ndrangheta y la Sacra Corona Unita conforman los negros clanes italianos) es otro personaje que también ha roto a su manera la temida omertá, o ley del silencio; y aunque es nacido en Nápoles, Saviano se ha unido a las campañas de AddioPizzo y de otras organizaciones antimafia que, poco a poco, empiezan a proliferar y a fortalecerse en toda Italia.
Y aunque todos los que han emprendido esta cruzada para terminar con la cultura del soborno y el triste acostumbramiento a la ilegalidad, saben bien que ‘la mafia no perdona’, todos parecen estar de acuerdo en que ‘el esfuerzo vale la pena’.
“Sí. Era necesario que Sicilia se mirase a sí misma. Que dejara de callar y otorgar. Era necesario que un padre se sintiera avergonzado cuando su hijo preguntara si pagaba el pizzo. Era necesario emprender riesgos solitarios para lograr cambios colectivos, porque cuando somos muchos, es más difícil matarnos o destruirnos a todos. Estos procesos toman tiempo, claro que sí, pero a la dignidad no se llega negociando o buscando atajos”, afirma Vicenzo Conticello, el chef que desafió a la mafia, y que literalmente, vive para contarlo, esperando que su ejemplo cunda, y sirva de algo, tanto en su natal Palermo como en Sicilia y en otros lugares del planeta que viven bajo la ley del silencio amafiado.
Fotos: Cortesía -AddioPizzo y Vicenzo Conticello-.