Se supone que esta bitácora es una especie de diario, no sé qué tanto se esté pareciendo a un diario. Ni un solo día he empezado con la frase “Querido diario”, pero creo tampoco he hablado desde una perspectiva más personal e informal sobre las elecciones o mis sensaciones respecto a ellas. Así que ahora diré lo que siento. Leí el texto Pretextos para no salir de casa, de Mariana Gallardo en SinEmbargo.mx. Y aunque me gustó bastante, creo que le faltó el pretexto o razón más esencial hoy en día para no salir de casa; no salir para no ver propaganda electoral. ¿Qué mejor razón? Propongo también, no ver la tele para no ver candidatos, noticias, reportes y escándalos. No prender la radio para no escuchar spots, noticias, reportes y escándalos. ¿Por qué no se hace como en el futbol un medio tiempo? Que se descuelguen por un par de días todos los posters, las lonas, las pancartas. Que se suspendan las noticias, reportes y escándalos. ¿A alguien le está sirviendo todo esto para definir su voto? A mí no. Es más, yo votaría por el que nos concediera un descanso; pensaría que ese candidato percibe las inquietudes ciudadanas. El que se empeña en apretar el paso, reforzar su presencia y multiplicar su imagen tengo la certeza de que desconoce el sentir ciudadano, y si no lo desconoce, entonces está dispuesto a ignorarlo.
Propongo que si van a reunirse con algún grupo de amigos o familiares, por anticipado pongan sus condiciones: prohibido hablar de política.
Decía en mi primera columna que de todas aquellas cosas que se hacen legales con la mayoría de edad, votar era la que menos morbo y menos interés despertaba cuando se es joven. Ahora entiendo porqué. Más allá de la palabrería y las sonrisas fingidas, hay pocas cosas interesantes y nobles en este mundo de la política. Es más, no he encontrado aún nada agradable en la política, y lo interesante es que nos interesemos en ella. Y no sé si de verdad no sentimos interesados en ella, o nos sentimos obligados a hablar de ella porque creemos que a la política va directamente ligado nuestro futuro, si vamos a tener trabajo, conseguir una beca, tener acceso a la salud, seguridad, servicios, etcétera. De todo eso se ocupa la política, o al menos debiera ocuparse.
Y con todo este hartazgo tan palpable, me sorprende ver los mítines se ven siempre desbordantes de gente, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿es nada más por las tortas y los refrescos?, ¿los aztecas abandonaron Aztlán porque les habían ofrecido una torta?, ¿por qué el águila de la bandera está devorando una serpiente y no una torta?, ¿será porque esa serpiente se comió la torta del águila?
P: ¿Qué le hubieran llevado EPN, AMLO y JVM al niño Jesús si hubieran sido Reyes Magos?
R: Pues una torta y un refresco.
Mentira. Le hubieran dicho: “Ven y te damos una torta”.
La torta y el refresco son la savia de la política. Todos los políticos forman parte de una hermandad, una cofradía que le rinde culto a las tortas. Lo crean o no, estos megalómanos veneran a un trozo de pan, porque ellos saben que ése ente divino, efímera masa, vulnerable refugio del jamón y queso, es el lazo comestible; vínculo sagrado entre pueblo y gobierno, o aspirantes a gobierno. A los cuatro vientos se esparcirá el olor de una torta y en torno a ella se congregarán los pueblos.
Bueno, o decidimos creer en esta delirante apoteosis de la torta, o sucede que aún hay ahí afuera un pueblo que aún quiere creer y tener esperanza en estos hombres; un pueblo con mucha hambre, y no precisamente de tortas.