Las Navidades de ahora no tienen nada que ver con las de antes. Suena a frase hecha pero es una realidad. No lo decimos nosotros, nos los han contado los que vivieron estas fiestas siendo niños en los años 40 o incluso con anterioridad.
Ciudad de México, 26 de diciembre (SinEmbargo/The Huffington Post).- Ahora sabemos cómo son. Compras, luces, comidas copiosas, fiestas por doquier, copas sin parar… en pocas palabras, consumismo.
Las Navidades de ahora no tienen nada que ver con las de antes. Suena a frase hecha pero es una realidad. No lo decimos nosotros, nos los han contado los que vivieron estas fiestas siendo niños en los años 40 o incluso con anterioridad.
Ocho mujeres octogenarias (algunas incluso nonagenarias) de la residencia de mayores Alameda, en Madrid, se han reunido con El Huffington Post para hablar de cómo eran las fiestas entonces.
EL POLLO, PLATO ESTRELLA DE LA NOCHEBUENA
De los 14 días que duran las fiestas, la noche del 24 de diciembre era la más importante. Ese día todos se juntaban en torno a la mesa para cenar en familia. Y ese día se servía pollo. “Entonces era un lujo”, cuenta Mercedes Blanco. Se hacía asado en la mayoría de los casos aunque a veces, como pasaba en casa de Luisa, el pollo se preparaba en pepitoria. “Es que en mi casa no teníamos horno”, explica.
La residente recuerda con ironía que de niña no sabía qué era el marisco. “”Ni nécoras, ni gambas, ni cigalas… No lo supe hasta mucho después. Lo único que conocía eran las sardinas”, ríe.
El menú se completaba, en muchos casos, con una sopa de almendra o con batata asada o boniato para acompañar al pollo. “Eso cuando había pollo, porque sino se cenaba conejo, arroz… ¡lo que fuese!”, explica María Jesús.
NOCHE DE POLLO Y TARDE DE AGUINALDO
Antes de la cena familiar, se juntaban con los amigos. “Cogíamos la zambomba e íbamos de puerta en puerta para pedir el aguinaldo”, continúa María Jesús, quien se anima a entonar La marimorena, el tema que cantaban de niñas.
Se trataba de conseguir unas perras gordas (10 céntimos de peseta, imposible de convertir en euros) para después ir a comprar dulces. “Sacábamos una o dos pesetas como mucho y luego comprábamos caramelos y los repartíamos entre el grupo de amigas”, recuerda la cordobesa Dulcinea. “Sí, ricas no nos hacíamos”, puntualiza Luisa.
TURRONES, POLVORONES Y OTROS DULCES
Hay cosas que cambian, y otras que siguen igual. Los dulces en las Navidades de los 40 eran los mismos que ahora: turrones y polvorones. “Nosotros tomábamos turrón El Lobo”, explica Luisa. “Sí también había el de 1880 y el Xixona para los que estaban mal de los dientes”, añade Dulcinea.
Muchos compraban el turrón al peso en las ferias de los pueblos. “Ése sí que era auténtico”, recuerda María Jesús. Los polvorones ya eran otro tema. “En mi casa los hacíamos nosotros mismos”, cuenta Mercedes Blanco, quien explica que tras terminarlos los envolvían con papeles de colores. Iguales que los de las tiendas.
VILLANCICOS Y MISA DEL GALLO
La cena de Nochebuena se disfrutaba con ropa de domingo. Milagros cuenta que no entraban en el comedor (de respeto, como se llamaba para diferencia de la salita de estar) hasta que no estaban todos arreglados. “Éramos muy felices”, explica.
Tras el aguinaldo, iba la cena, seguían los villancicos y se terminaba con la misa del gallo. A medianoche toda la familia iba a la parroquia a escucharla. “Estaba llenísima”, cuenta Mercedes Blanco.
MUSGO Y ROCAS PARA EL BELÉN
En los 40 se decoraba la casa en Navidad igual que se hace ahora, aunque en esa época lo que primaba era poner el portal de Belén. El árbol llegó mucho después. Dulcinea cuenta que el primero que puso fue en el 62 cuando se fue a vivir a Sevilla. Otras como Mercedes Blanco empezaron a ponerlo antes, en 1950, justo cuando se casó.
El portal de Belén sí lo ponían todas, aunque en diferentes modalidades. María Jesús explica que sólo ponían el Misterio —la Virgen María, San José, el niño Jesús, la mula y el buey—, mientras que Milagros asegura que en su casa era mucho más grande. “Mi casa era un nacimiento en sí porque decorábamos hasta las lámparas”, dice.
Sea como fuere, la decoración se ponía sólo unos días antes de la Nochebuena y no a principios de diciembre como se hace ahora. “Íbamos a por el musgo al campo y sacábamos mantos con un cuchillo·, cuenta Dulcinea. “También íbamos a las vías de tren a por una cosa que llamábamos moco de tren y que parecían auténticas rocas, mucho mejor que las de corcho de ahora”, explica Mercedes Blanco.
FIN DE AÑO CON UVAS Y SIN CAMPANADAS
Las ocho entrevistadas tomaban uvas para despedir el año pero no seguían las campanadas por la tele como ahora, ni por la radio. Cuando el reloj marcaba las 12 de la noche, se las comían sin que sonasen. “Cuando ya teníamos 16, 17 años íbamos al baile y el chico que nos pretendía nos compraba el cotillón [las uvas]. Daban las campanadas los de la orquesta con los platillos”, cuenta Dulcinea, que acabó casándose con un joven que le regaló las uvas en el baile.
“Yo una vez fui a la Puerta del Sol con mis tíos”, añade Luisa. “Los demás años lo hacíamos en casa con un caldero”. Para brindar nada de champán. De eso no había. “Tomábamos anís con agua cuando éramos pequeños”, dice Luisa. Las famosas palomitas. También bebían ron Negrita o vino de moscatel pero nada de champán ni cava.
UNA MUÑECA POR REYES
Lo que también ha cambiado es la mañana de Reyes. Escribían cartas a sus Majestades de Oriente como hacemos ahora, también ponían los zapatos la noche anterior y los esperaban con la misma ilusión, pero los regalos no eran ni parecidos. “Yo recuerdo que con 10-11 años me ponían casamientos, que eran higos secos con nueces dentro”, explica María Jesús. “Estaban riquísimos”.
“A mí me traían todos los años la misma muñeca, así hasta los 18. No me dejaban sacarla de la caja y así se mantenía. Cuando cumplí los 18 se la regalé a una prima pequeña, la sacó y a las dos horas estaba rota”, se ríe Dulcinea, que confiesa que lloró mucho cuando ocurrió. El regalo se completaba con peladillas y otros dulces.
El sueño de Mercedes era hacerse con un muñeco de la marca alemana Tortuga. Todos los años lo pedía y nunca lo consiguió. “Hasta que me casé y me lo regalaron”. Luisa cuenta que eran tres hermanas y que un año su madre les hizo un babero a cada una, todos con un mensaje. “El mío ponía ‘ten cuidado con las galletas’, me marcó”, ríe. “También me echaban una mandarina, un polvorón… y un año tuve una muñeca de cartón que si se mojaba se estropeaba”.
“Mi madre me hacía las muñecas y les pintaba la cara con un lápiz. Les ponía unas bocas muy sensuales”, añade Herminia, quien no se cortaba en llenar las cartas de peticiones aunque supiese que no conseguiría nada. “A nosotros lo que nos hacían eran regalarlos varias cosas para que jugásemos entre todos los hermanos”, dice Mercedes Moreno.
CHOCOLATE EL DÍA 1 Y SIN ROSCÓN EL 6
La costumbre de tomar chocolate con churros el 1 de enero es algo que viene de muy atrás. Todas lo hicieron alguna vez durante su infancia. “Lo tomábamos para desayunar”, dice Dulcinea. “Y si no había churros, pues pan frito”, añade María Jesús.
Lo del roscón de Reyes ya era más raro. Herminia es la única que recuerda comer este dulce en esa época. En otras casas había bizcochos, buñuelos o pestiños por Navidad. El dulce variaba de un sitio a otro pero todas compartían una sensación. “Había mucha felicidad”, asegura Milagros.