Antonio María Calera-Grobet
26/11/2023 - 12:05 am
¿Quién mató a la mariposa?
“¿A dónde se corre si, quizá, no se trate de una mariposa en soledad?”
No quedó mucho después del gran olvido. Muy poco en realidad lo que restaba bien plantado o deambulando sobre la tierra, ondeando entre las aguas del mar. Y habría que decir que de eso poco permanecía: casi nada jalaba agua por la boca, casi nada llevaba a su cuerpo algo verde de donde hubiera, luz de donde pudiera; y eso poco que quedaba sobrevivía entre las sombras con mucho esfuerzo ante la muerte que acontecía por doquier. El aire era mortecino ya como normalidad natural.
Hubo entonces que hacer aparecer, por ejemplo, a una mariposa: esa fue, entonces, la cuestión de las mujeres y los hombres: una mariposa que aleteara, que levantara el vuelo hacia el mundo del ser. Es decir, una mariposa de veras y no una mera simulación de ella, de veras de pura verdad ontológica en cada pata, en cada antena. Antenna que, como escribiera Aristóteles, sirviera tanto para guiar sus vuelos, como para sostener su ser en el aire: soportar su existencia y hacerla moverse por el universo a su manera. Hacerla emerger del mundo de las sombras con todo su peso específico y al mismo tiempo, con toda su liviandad: esa fue la cuestión. Una mariposa como decir una escalera para subir, un lápiz para dibujar rutas o un bandoneón para componer silencios en medio del escandaloso caos.
Y para ello quedaban algunas preguntas por responder, por no decir algunos culpables que señalar con el dedo de la justicia que mira lo creado con indignación: en resumen, se trataba de saber bien a bien quién había matado todo lo que había que volver a pintar. ¿Quiénes habían abatido a esas alas que no hacían salvo batir el mundo a su alrededor haciéndolo viento, haciéndolo frenesí? ¿Quiénes matado al ruiseñor, a la nutria nutricia, a los bulbos y brotes y grupas, pezuñas y branquias, quiénes los asesinos que agrietaron las pieles y las botaron bajo la penumbra, quiénes los viles asesinos del fulgor que antes resplandecía por el sólo hecho de vivir? Porque no se trataba solamente de seguir el camino, continuar con las viejas preguntas retóricas como aquella de si era el arte el que imitaba la vida o al revés. No, la cuestión era saber bien de dónde nos vino la muerte, definir su cosa súbita, el acero fundido sobre los árboles y las aguas, pero también sobre las casas y las familias en su interior: cómo habría que renacer del estropicio, mejor dicho, de la hecatombe del mundo, con su imperfección, pero también con su más absoluta belleza: la risa, el pensamiento, el amor.
Y entonces Chuang Tzu soñó que era una mariposa (y al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado con que era una mariposa, o bien, si era una mariposa que había soñado con ser Chuang Tzu). Entonces, nos dimos cuenta de que los sueños son como la vida y los sueños no sólo sueños son, que están conectados los mundos de afuera y el interior. Y, más claro aún para toda resurrección, no hay nada separado en este mundo: nos hallamos ligados por dentro y por fuera, no hay diferencia alguna entre un hombre y una mariposa, un cuadro de esa mariposa, la idea que tiene de ellos un espectador, la imagen grabada en la cabeza que produce el sueño de la mariposa, la memoria de aquella que se contempló por varios minutos o la sospecha de su presencia en un instante a penas memorable. Son todas, improntas de la existencia en su más amplio sentido (sentido como sensación, como experiencia, como dirección y como razón y noción).
Para no alargar, la cuestión es: que el aleteo de una mariposa en Brasil hace aparecer un tornado en Texas, como el cuadro de un aleteo puede desatar una tempestad en una galería de Nueva York y en toda la teoría del arte que, si se entiende como reflejo y eco de un tiempo y un espacio, un contexto en amplio espectro, menudo faenón trae consigo. Que todo lo que hagamos, por pequeño como un poema o ralo un ensayo, bien pudiera provocar un sismo (o cisma) si se hace con cierto rigor. Sea un panadero, un zapatero, un periodista, un científico o un pintor: una pensadora o pensador del mundo (que importa el género, hoy más que nunca). Veamos: aquí surge, entonces, un cuadro de una mariposa que emerge del olvido dicho, que aletea de nuevo entre la nada como si en ello le fuera la vida, hace viento y por ello sentido de lo que significa la existencia. Pero, ¿quién bate en verdad, la mariposa o el artista?, ¿quién designa el ritmo?, ¿quién lleva realmente la batuta, quién es quién en el concierto de este lienzo? Atestiguamos la emergencia de una mariposa a través del silencio, un goteo de colores desde el fondo del blanco que es lo mismo que limbo, una nada o un olvido. Se le hizo aparecer.
¿Es acaso una terquedad saberlo enciclopédicamente? ¿Qué es el significado y qué el significante, quién el autor y qué el trazo, cuál la fuerza creadora y cuál la fuerza permanente de arrastre y conmoción? Como si sólo pudiéramos atender la claridad con la sesera hirviendo irremediablemente. Sí, hay pinceles en movimiento, un paño quieto, configuraciones y derrames, ríos de pensamientos y sinapsis. Aleteo. Pero también hay un dolor inmenso en irlo aniquilando todo en este mundo en nombre del saber y el avance. ¿Correr a dónde? ¿A dónde llegará nuestro trance?
¿A dónde se corre si, quizá, no se trate de una mariposa en soledad? Si la obra de dos mentes, por una suerte de ideas respiradas o espíritus del tiempo, creara dos mariposas, cientos de mariposas con distintas proporciones y perspectivas, con paletas diversas atravesando el rosaccio y el verdaccio como bases del ser, con estrategias técnicas amplísimas e intenciones fenomenológicas casi tan diversas como las mentes mismas que hicieron surgir la forma, ¿tendremos entonces millones de existencias o una sola, dicha de muchas maneras, tantas como son posibles en esta tierra? ¿Nos salva eso de ser minúsculos, de estar siendo para dejar de serlo o de estar destinados a una milésima de segundo en la existencia universal?
Mire usted a esta mariposa abierta de alas, detenida frente a usted. La que sea, si es que piensa en más de una. ¿Ve algún alfiler en el centro de su pecho? ¿Quién la mató? ¿Asiste usted a la belleza de su renacimiento o a la representación macabra de su necropsia? ¿La mató usted o el pintor? ¿Cómo es que llevará este cuadro en su memoria? ¿Cómo va a vivir o morir con ello? ¿Aparece usted frente a esto que le clama o, al menos, le convoca? Díganos: ¿batirá o abatirá usted el sentido último de estas cosas en el mundo de la representación? ¿Quién mató a esta mariposa y quién su creador? ¿Podría ser que se tratara de usted, en todo caso (la mariposa o el creador)?
Quizá este sólo sea un enardecido intento de que pensemos, todos los que estemos imaginariamente reunidos en este punto, justo en la codificación de las letras de estos renglones, que, al hacerlo, es decir, al pensar en la cuestión de la mariposa y su peso específico en la existencia (como el de cualquier ser), estamos siendo y provoquemos, así un tornado en el otro extremo, con la sola fuerza del pensamiento.
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