Jorge Alberto Gudiño Hernández
26/11/2022 - 12:05 am
Fiebre mundialista
Conozco y he esgrimido (también lo lamento) los argumentos en contra del fanatismo, de dar importancia a algo que nos es ajeno.
No soy un fanático del futbol y lo lamento. Ya he comentado que me encantaría emocionarme mucho por las victorias de mi equipo. Tampoco puedo acarrear esa dignidad de quienes suelen apoyar a una escuadra perdedora. Me encantaría perderme en ese tiempo sagrado que significa un partido. Sin embargo, mis hijos se han contagiado de la fiebre mundialista, quizá porque ahora juegan en un equipo y saben de las victorias y las derrotas. Cuando a ellos les toca estar en el campo, sufro y me entusiasmo pero es más por ellos que por el partido en sí mismo.
Conozco y he esgrimido (también lo lamento) los argumentos en contra del fanatismo, de dar importancia a algo que nos es ajeno. Pese a ello, entiendo bien lo que puede significar el Mundial para muchos. Incluso ahora, cuando las críticas a la FIFA y a Catar están sobre la mesa en todo momento. Justo por eso, me dejo llevar por la corriente de esta competencia.
Considero exagerada la crítica de los detractores del Mundial hacia los fanáticos. Es cierto, en Catar se violan muchos derechos humanos, pero es un tanto ingenuo suponer que por esa razón los fanáticos dejarán de ver los partidos. Al contrario, el que estén todos los reflectores en esa zona del mundo nos ha permitido tener un poco más de consciencia de lo que allá sucede. De no haber sido así, muchos seguiríamos ignorando todo al respecto. Eso no significa, empero, que se apoye a la organización del evento, que se dejen pasar las críticas, que se minimice el asunto.
Si las semanas anteriores me dejé seducir por la retórica de mis alumnos que especulaban acerca de las posibilidades de uno u otro equipo, esta semana hemos llegado al límite. Los análisis de un futuro tan incierto como puede ser el que parte de los posibles resultados de un partido y los cruces para que la selección mexicana avance son tan válidos como otros que pretenden prever los resultados de una elección. La diferencia estriba, quizá, en que en este campo, todos pueden opinar con argumentos. Es mucho más inclusivo.
He criticado, en otras ocasiones, las absurdas sumas de dinero que cobran algunos futbolistas. Lo he dicho: me parece ridículo que ganen más que un científico de los que le cambian el rumbo a la humanidad. Pero no siempre se piensa en la justicia a la hora de participar en una fiesta. De ser así, estaríamos condenados a no disfrutar nunca los festejos.
or otra parte, el Mundial nos abre la puerta de la gesta heroica, de la epopeya. Hay mucho de belleza en quienes son capaces de hacer con su cuerpo algo que va más allá de las posibilidades de la mayoría de los mortales. Es cierto, también, que no aplaudimos con el mismo entusiasmo a quienes hacen lo propio con su mente, pero eso no quita el valor de las hazañas futboleras.
Hay, pues, mucho de injusticia en torno al Mundial, como lo hay en todos los aspectos de la vida. Hay, también, claros señalamientos en torno a la corrupción y al poco respeto de derechos humanos fundamentales, pero también sucede en otros contextos. Hay, pues, muchas razones para mirar con ojo crítico a lo que sucede y sucederá en Catar a lo largo de este mes, sin duda. Y también hay muchas razones para disfrutar. Y no parece tan mala idea dejarse llevar por las emociones. Las buenas y las malas. Tal vez la clave sea, como casi siempre, volverse un espectador crítico. De ésos que se dan cuenta de todo lo malo pero son capaces de disfrutar lo bueno.
Como no le voy a nadie, espero que gane la selección que apoyan mis hijos, me sumo a la ingenuidad que abre la esperanza de que gane México, me doy por bien servido si llego a ver un buen partido y, más, mucho más, si soy testigo de una jugada prodigiosa. De nuevo, eso no me debería cerrar los ojos, obnubilar o hacerme olvidar de lo malo. La vida bien podría ser eso: ser capaz de distinguir mientras uno se permite la entrada en esos tiempos sagrados, de fiesta. Que gane, pues, quien lo merezca.
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