Pobre amar

26/10/2014 - 12:03 am

“Enamorarse” siempre me ha sonado a danza, a listones que se enredan en las pantorrillas, en los antebrazos, y que los acróbatas usamos para subir hasta arriba de la carpa, bajar resbalando suavemente, volver a subir, a veces con grandes esfuerzos, pero siempre con música y entre colores vivos, a veces con el compañero que nos tiende las manos desde su propio trapecio, otras sin red debajo y con el vértigo, el miedo de quebrarse los huesos. Como amante de las palabras prefiero el enamorarse, amar me suena a pasivo, a ya haber llegado a una meta que espera tras la carrera de obstáculos, a entrar a la puerta correcta y dejar atrás los emocionantes corredores, a elegir la canción en vez de seguir cantándolas todas. Amar me suena a exhalación, a ya llegué a la posada, tiro las maletas y me saco las botas: ahí están, mi amor, los hoyos de mis calcetines y mis alegres eructos, te amo. “Amar” está tan manoseada, tan besuqueada, tan ultrajada y mal utilizada… a veces me suenan mejor la pansita de rez, la sesina y la serbesa vien elada, que el amor amoroso hasta que la muerte nos separe y la cámara deje de enfocar nuestros besos en la cama y se vaya dirigiendo al suave oleaje del mar, afuera. Amo esto, amo lo otro. Te amo y por eso te pego, te amo y por eso te sigo, te amo y ya con eso aguántate, etcétera. Pobre “amar”, que de tanto usada ya la venden en ventas de garaje, que de tan trillada ya es tierra infértil para la poesía y para la imaginación. Prefiero el enamorarse porque es moverse, es caer, es subir. Me gusta el “en”, que es un lugar para guardarse las razones, pues al enamorarse le gustan las explicaciones y al amar le parecen superfluas, dice “si me tienes que decir, no es tan absoluto”. Prefiero lo no absoluto, las muchas palabras, el cofre llamado EN para abrirlo y encontrarme con que:

Lo encuentro besando la cabeza de mi perro

Lo escucho tarareando una canción pop

Lo miro sazonando sus platillos espontáneos

Me pide un beso ante cualquier separación

Se ríe con mis pequeños caprichos

Me abraza cada que nos cruzamos

Baila conmigo a la menor provocación

Me besa la frente mientras me quedo dormida…

Y entonces no hay un te amo por que sí, un verbo que pretende imponerse a los demás, sino un te encuentro, te escucho, te miro, te ríes, me abrazas, me pides, me besas, bailamos… Acción, danza, y un seguir caminando por la vereda. Enamorarse es recoger flores a cada paso, creer que llegarás y tu jarrón estará lleno y encontrar que sigues caminando, con los dedos entrelazados, y el otro te señala el atardecer, el árbol, la ardillita que come nueces y las nubes que hacen que todo crezca; enamorarse es la sorpresa de la nueva orquídea que sólo podía nacer con las semillas de tu cofre y las semillas del mío. El infinitivo de amar es solitario mientras enamorar es algo que alguien te hace. Yo amo vs. Yo enamoro. El imperativo: ámame. El imperativo: enamórame… envuélveme, sedúceme, dame más razones para mi cofre, bailemos. Es seguir, porque te sigues enamorando, te enamoras más, te re-enamoras. Amar es meta cerrada; enamorarse es presente continuo. 

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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