Mario Campa
26/09/2024 - 12:05 am
Diez hipótesis sobre el legado de López Obrador
"En la memoria popular se contará durante generaciones que, contra todo pronóstico, sí se pudo".
- El legado de López Obrador no necesitará editoriales apologistas. AMLO fue capaz de señalar las cosas por su nombre y de usar encuadres propios. La comunicación con el soberano (el pueblo) fue continua y directa, sin necesidad de intermediarios en la prensa de alquiler ni de voceros correctores de plana a la Rubén Aguilar. Las conferencias mañaneras serán consultadas como fuente primaria y archivo histórico digital por investigadores sociales, periodistas y simpatizantes. Aunque sobrarán intentos revisionistas, la conciencia colectiva inmersa en un constante pugilismo de ideas y valores encontrará en los afectos los mejores anticuerpos contra la desmemoria y la manipulación mediática.
- La izquierda se posicionará como la mejor vía para la reducción de la pobreza. Tras el fallido experimento neoliberal de cuatro décadas, donde una promesa tras otra incumplió expectativas— el Pacto por México la última prueba—, los estimados del Coneval o del Banco Mundial son inobjetables: cerca de una decena de millones abandonaron la pobreza para engrosar la clase media global. Por más que Zedillo lo atribuya por mezquindad a la pandemia, la técnica empírica tumbará cualquier embate revisionista. Las cifras bienales a publicarse en 2025 acentuarán con alta probabilidad el declive y futuros presidentes tomarán la política laboral y salarial de López Obrador como caso de éxito.
- La derecha será obligada a simular simpatía hacia los programas sociales. Dijo Margaret Thatcher en tono triunfal que su mejor logro era Tony Blair, quien para arrebatar la hegemonía conservadora desterró al laborismo de sus raíces colectivistas para plantarlo en la familia del liberalismo económico. “Forzamos a nuestros oponentes a cambiar su mente”, como declaró la dama de hierro, podría ser demasiado audaz en el contexto nacional ante una derecha aún clasista, pero las derrotas electorales crearán cismas y postureos. Por su parte, la discusión en Morena será de otro calado y girará sobre los derroteros para la expansión de derechos y los mecanismos viables de financiamiento.
- Las grandes obras de infraestructura serán símbolos de culto (y odio). La oposición partidista falló en su diagnóstico del AIFA, que lleva paso para mover 7 millones de pasajeros al cierre del 2024 y que con las economías de escala y la entrada del tren suburbano podría alcanzar unos 15 millones en par de años. La refinería Olmeca será más difícil de evaluar por su distanciamiento del consumidor final aunque opere a capacidad máxima, mientras que el Tren Maya engloba una maduración regional más amplia que el transporte per se y demanda paciencia. El mando administrativo de las fuerzas armadas reducirá la amenaza privatizadora y el riesgo de sabotaje transexenal después de Sheinbaum. Sin embargo, la naturaleza icónica y afectiva de las obras las pondrá en una lupa asimétrica frente a cualquier otra obra pública o privada.
- La oposición partidista lucrará con la inseguridad, como prescribe el manual político. No importa que Calderón haya sembrado guerra, empoderado a García Luna o pagado telemontajes. Tampoco que López Obrador haya roto tendencias alcistas, revertido la tasa de homicidio heredada o paliado la percepción de inseguridad. La oposición seguirá sin ver la viga en el ojo propio, pero millones recordarán las demandas contra los fabricantes de armas, el fin del punitivismo radical, la desestigmatización de los jóvenes con presupuesto acompañante, la reversión de la privatización de las cárceles y la dignificación laboral de la Guardia Nacional. Si Sheinbaum pacifica al país o al menos entrega avances como en la Ciudad de México, López Obrador será recordado como el precursor de una hazaña nacional comparable a la colombiana. Pero la moneda gira hoy en el aire.
- Cobrar impuestos será más popular que antes. Aunque no existe una encuesta confiable ni añeja para medir la aceptación a los impuestos— siempre más populares cuando van a los ricos o se atan a fines concretos—, la popularidad presidencial obsequió un bono de legitimidad al gobierno y al Estado. La redistribución, la austeridad republicana centrada en la alta burocracia y no en pensiones o privatizaciones, el discurso anticorrupción y los litigios mediáticos contra grupos de poder siembran exigencia de justicia tributaria. Como prueba, la conversación fiscal giró desde una hegemonía regresiva (cobrar más impuestos a los pobres en relación a su ingreso) a una progresiva, donde “ampliar la base” o gravar los medicamentos abandonaron ya la discusión.
- La política exterior obradorista, lejos de ser prioridad de gobierno, ganará puntos en un futuro no distante. AMLO, zorro astuto al que la oposición subestimó a cada paso, eligió como rivales a figuras de baja aprobación y legitimidad, como Felipe VI (España), Dina Boluarte (Perú) y Javier Milei (Argentina), encaminadas a envejecer como leche en el estivo. En cambio, no es difícil imaginar el enaltecimiento natural de la solidaridad internacional durante la pandemia, las puertas abiertas a refugiados bolivianos perseguidos por golpistas, los votos de México en resoluciones de la ONU desalineados de Estados Unidos e Israel y las rayas rojas contra el poder blando del norte. El asentamiento de aguas pondrá a las partes en su debido sitio.
- El relevo generacional será paulatino pero visible hacia finales del sexenio entrante. Morena sabe que el envejecimiento del PRI fue causante de asfixia, pero también que las camarillas de yupis fueron sentencia de muerte. Las viejas legiones de activistas, líderes sociales, académicos marxistas y políticos formados en otros partidos renovaron en seis años la clase política sin ruptura total ni ingobernabilidad. La inexperiencia fue una condición de posibilidad que limitó a ratos una mayor movilidad de cuadros, pero desde abajo emerge una generación formada en el obradorismo desde la cuna. El tiempo penalizará cualquier quiebre de los postulados esenciales cuando las crisis aprieten y las nuevas generaciones de militantes ofrecerán cierta oxigenación desde el entreveramiento sostenido por el peso fundacional.
- El ideal democrático ganará sustancia. La democracia representativa radical y los gobiernos tecnócratas serán promesas estériles de cambio durante algún tiempo. Para la decena de millones de mexicanos fuera de la pobreza, la democracia tomará nuevos significados: que el hijo del humilde no esté condenado a heredar la pobreza parental, que el gobierno responda antes al interés del humillado que al del privilegiado, que los presidentes puedan ser revocados, que los jueces tengan contrapeso electoral, que las burocracias especializadas también rindan cuentas y que los asuntos públicos se discutan desde el primer café del día. AMLO logró que el sordo escuchara y que el mudo hablara: un milagro poético propio de cualquier democracia genuina.
- En la memoria popular se contará durante generaciones que, contra todo pronóstico, sí se pudo. López Obrador prometió al plebeyo luchar contra los potentados que defraudaron al país. Y cumplió: domó a las élites que el poder político nunca tocaba y los alimentó con tamales cuando esperaban caviar; recuperó el orgullo indígena, barrial, migrante, obrero y estudiantil; agregó al rico mosaico nacional colores en desuso; mostró una manera distinta de hacer nación, y resignificó el patriotismo al ensalzar la responsabilidad social diferenciada mediante actos como el pago de impuestos, la recuperación de la memoria histórica y la dignificación de las periferias humanas. Esa pequeña gran victoria empoderará a un tigre libre del cautiverio, desprendido ya de las cadenas de resignación del no se puede. Será la Historia la encargada de hermanar al obradorismo con el juarismo, maderismo, zapatismo y cardenismo. Y solo ella pondrá en su justa dimensión el tamaño de una gesta que desde hoy podemos vislumbrar en un porvenir que para la gran mayoría es hoy esperanzador.
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