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Mateo Crossa Niell

26/09/2021 - 12:03 am

Ciencia soberana, vacuna cubana

La isla cuenta ya con cinco vacunas: Soberana 02, Soberana 03 y Soberana Plus, Soberana 01 y Mambisa (las últimas dos aún en fase de ensayo clínico).

Vacuna cubana. Foto: AP

Los 110 mil kilómetros cuadrados de superficie que tiene la isla de Cuba representan sólo 0.5 por ciento del total de territorio de América Latina y el Caribe (ALC). Las 11.3 millones de personas que habitan la isla, representan únicamente 2.7 por ciento de la región. Aun así, a pesar de ser territorialmente y demográficamente pequeña en comparación con otros países latinoamericanos como México, y a pesar de estar bloqueada por la economía más grande del mundo que se encuentra a tan sólo 420 kilómetros de sus costas, es el único país latinoamericano que ha llevado por delante una agenda científica y tecnológica independiente y soberana, que hoy se refleja por medio de la creación propia de la vacuna contra el SARS-CoV-2 para inmunizar a su población completa y compartir su invención sin fines de lucro al resto del mundo.

La isla cuenta ya con cinco vacunas: Soberana 02, Soberana 03 y Soberana Plus, Soberana 01 y Mambisa (las últimas dos aún en fase de ensayo clínico). Ningún otro país de América Latina ha estado cerca de hacer semejante hazaña. Además, es el primer país del mundo en inocular contra este virus a niños y niñas desde los dos años de edad, luego de que la vacuna Soberana 2 fuera aprobada por Centro para el Control Estatal de Medicamentos (Cecmed) para su uso de emergencia para inmunizar a la población infantil.

Con la creación de sus propias vacunas, Cuba no sólo está enfrentando al virus que ha puesto en jaque a la humanidad entera, causando a la fecha 4.6 millones de muertes según cifras oficiales —aunque la OMS asegura que el número real es dos o tres veces mayor. Con esto, Cuba no sólo desafía a la agresividad prolongada del embargo económico que ha buscado ahorcar a la revolución por décadas, y que hoy se agudiza sin freno. No sólo afronta el poder monopólico de las grandes corporaciones farmacéuticas que han convertido el conocimiento público y la ciencia para la vida en bienes privados y extraordinariamente jugosos. El desarrollo soberano de vacunas cubanas también desafía la historia colonial y neocolonial que ha suprimido y violentado sistemáticamente el derecho que tienen países pobres del mundo para crear su propio conocimiento científico y tecnológico destinado al bienestar social y a la reproducción de la vida. Es decir, Cuba desafía la condición estructural en la que históricamente se encuentra sumergida América

Latina como exportador de recursos primarios e importador de lo que Eduardo Galeano describió como “tecnologías que sólo saben hablar inglés”.

La posibilidad que ha creado Cuba para desarrollar una vacuna que inmunice a toda su población, y que eventualmente sea de acceso para otros países pobres, no surgió de un día a otro. Han sido décadas de construcción de un modelo de desarrollo social y público que, a pesar de las dificultades internas y los candados impuestos que ahorcan su acceso al comercio internacional, se dirige en un sentido notoriamente diferente que el resto de América Latina. Las evidencias son contundentes: mientras el promedio del gasto público en salud como parte del PIB en la región latinoamericana es del 3.6 por ciento —muy por debajo del porcentaje de 6 por ciento recomendado por la Organización Panamericana de la Salud— en Cuba, esta cifra representa el 10.5 por ciento, lo cual equipara a este país bloqueado económicamente con casos como Alemania y Gran Bretaña (lamentablemente México es de los países de la región con una de las cifras más bajas de gasto público en salud, al haber alcanzado únicamente 2.5 por ciento del PIB en 2020).

Mientras que el resto de Latinoamérica se ha enfrentado a esta desgarradora crisis sanitaria prácticamente desarmado por décadas de privatizaciones y desinversión que han resquebrajado los sistemas de salud pública, Cuba se enfrenta a este escenario con un sistema de salud que, sin escapar contradicciones internas propias de una economía bloqueada, es digno de admirarse en cualquier país desarrollado del mundo: la industria biotecnológica de Cuba está compuesta por más de 30 institutos de investigación y empresas manufactureras del conglomerado estatal BioCubaFarma. La isla tiene 2.438 patentes registradas fuera de Cuba y sus productos se venden en más de 50 países, incluyendo vacunas, medicamento y equipo médico.

La experiencia de la isla en la producción de vacunas es larga. Cuba fue el primer país en erradicar la poliomielitis con Programa Nacional de Inmunización iniciado en1962. Desde entonces la inmunización y el combate a la mortalidad causada por enfermedades prevenibles por vacunas se convirtió en prioridad para la agenda estatal de salud pública. Desde aquel año se eliminaron por completo seis enfermedades inmunoprevenibles y cuatro formas graves de enfermedad con vacunas hechas prácticamente todas en la isla. La lista es larga, pero entre algunos casos destacados se puede mencionar la vacuna contra la Hepatitis B (Heberbiovac HB) y la vacuna contra las meningitis causadas por Haemophilus influenzae, ambas producidas hace más de 25 años por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB). Posteriormente, en 2008 se creó la vacuna terapéutica CIMAvax EGF para su uso en pacientes con cáncer de pulmón, mientras que en 2015 se creó la vacuna CIMAher para el tratamiento del cáncer de cabeza y cuello, esófago, páncreas y
glioma pediátrico.

Esto se ha logrado, no solo con la creación de conocimiento científico y tecnológico propio—lo cual implica una enorme inversión pública para la formación de mano de obra calificada— sino también por un sistema e infraestructura de distribución que alcanza todos los rincones de la isla, lo cual garantiza el más elevado nivel de cobertura de inmunización que tiene América Latina: mientras que en la región latinoamericana la cobertura de algunas vacunas —casi todas importadas—no alcanza ni el 50 por ciento de la población, en Cuba se alcanza entre 99 y 100 por ciento para casi todas las vacunas. Anualmente, se administran en promedio poco menos de 5 millones de dosis de vacunas simples o combinadas, que protegen contra 13 enfermedades (ver aquí para más información).

Este sistema de inmunización nacional se remonta a la creación de los policlínicos integrales creados en 1964, los cuales se extendieron a nivel nacional con miles de especialistas en Medicina General Integral, incorporando íntegramente a las comunidades dentro de la política de prevención e inmunización. La asistencia médica se ofrece a través de una red de 219 hospitales, 13 institutos de investigación, 498 policlínicos, 11 mil consultorios y un contingente de médicos de familia ubicados en las comunidades, centros laborales y centros educacionales. Esta articulada estructura de atención médica es sobre la cual opera el sistema de inmunización y distribución de vacunas, por lo cual no resulta difícil asumir como cierto el anuncio reciente del Vicedirector del Centro de Inmunología Molecular, Rolando Pérez Rodríguez, quien informó que para mediados de noviembre 92.6 por ciento de la población cubana, incluido niños y niñas, estará completamente inmunizada con las tres dosis (para esas fechas México habrá vacunado a sólo 42 por ciento de la población si sigue con el ritmo de vacunación que tiene hasta ahora)

La vida humana en el planeta tierra ha sido profundamente trastocada, develando la fragilidad sobre la cual penden las formaciones sociales nacionales luego de casi medio siglo de desarrollo económico que privilegia la economía de mercado y la ganancia corporativa. Basta destacar el caso de México que pasó de ser un referente global en la generación científica para la producción y distribución de vacunas, a convertirse en un apéndice subordinado a las cadenas de producción biotecnológica globales tuteladas por las grandes corporaciones —particularmente las estadounidenses.

En medio de esta tormenta, Cuba—la “Mayor de las Antillas”— nos enseña lo que significa priorizar el cuidado de la vida, a pesar de lo difícil e irreal que esto pueda parecer.

Mateo Crossa Niell
Profesor investigador del Instituto Mora. Doctor en Estudios Latinoamericanos y en Estudios del Desarrollo. Sus líneas de investigación giran en torno a la economía política, desarrollo y dependencia en América Latina, poniendo especial énfasis en la reestructuración productiva internacional y el mundo del trabajo.

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