Antonio María Calera-Grobet
26/05/2024 - 12:05 am
Votas así, nada más, es una mierda
¿A qué hemos venido? Que no signifique aniquilar: a lo que nos dé la reverenda-se nos hinche la gana. A construir-nos la vida (más incluso signifique ello a tumbos o de tajo irla deconstruyendo), y que como esto de la vida es algo que apenas empecemos por entender se nos escapará, debemos pasarla, al menos, con tal verdad: no matarás.
NOTA ACCESORIA
Andaré preguntando a algunos amigos, sin importarme sus orientaciones políticas, sobre su definición del concepto de “democracia”. Recibiré los textos de estos amigos, pienso que podré invitar a unos 20 o 30, y luego difundiré sus ideas, a la espera de que la mera fricción entre los pensamientos que se irradien por todos (qué maravilla es el derecho al disenso), el lector tome sentido de algo que considere importante y lo comparta con sus seres cercanos. A.C.G
Este texto va, si lo logra, por preguntar qué es la democracia. Cada lector, por supuesto, en absoluta libertad, ya decidirá si lo sigue o no hasta el final, si lo habrá de tomar su empeño como algo serio o un empeño estúpido. Lector y texto seguirán juntos o separados su camino, cambiarán de página y listo. Empecemos por el principio. Por uno de ellos. No se entienda esto ir hasta la Bigbang y Dios haya dicho eso de: “Hágase la luz”, lo primero es el verbo, vayamos a saber. Ya bastante tenemos con el poder simplemente existir como para andar yéndonos hasta ese inicio del Todo. Empecemos, pues, acordemos, por nuestro padre y nuestra madre. Ver que todas las maneras en que hemos sido, somos y seremos parten de ahí. Ellos, nuestros viejos ya cadáveres ( y uno “es” lo que se le antoje la gana pero también de donde nació, se hizo, enterró a sus muertos), supieron antes de tenernos, sufrieron antes de procreamos, algo de eso de estar vivos (muy lejos de esa frasecita clásica: “El ser humano nace, crece, se desarrolla, reproduce y muere”), algo supieron del arte o técnica de vivir.
Y apretemos. Porque la cosa es, ciertamente, más compleja que la consabida definición tan ruda, seca, realista acaso, pero también reduccionista, de lo que somos. La coda es más difícil. Juguemos: el ser humano si nace, aprende si puede y le ayudan a hablar, a leer, a cantar, y poco a poco se va dando cuenta (al ver a sus padres desnudos, al ver una carretera llegar al mar, enamorarse, ver el color de su sangre cuando sus amigos lo golpearon), que sí que la cosa del vivir es más dura: el mundo no es su cuarto, su casa, su barrio, no la cuadra o la ciudad, que ni su país o el mundo lo es todo, y ni el universo porque hay varios de ellos, el del arte, la poesía, el amor, por ejemplo.
Y bueno, ya sabemos la historia que sigue. Cada humano correrá su suerte. Walking around, hablará de cómo le fue en la feria, en la viña del señor, si hubo cuerno de la abundancia o pura postrimería. En su momento amará la vida algunas veces y en otras tantas querrá por todos los medios quitársela, y pasa que, algunos de ellos, a veces sin darse cuenta o quererlo, atreverse a hacerlo con todo lo que ello significa, traerán otros seres humanos al mundo (entre ellos, por supuesto, nosotros mismos), haciendo que esta bola de la humanidad no pare, siga rodando, ahora ya a la más alta velocidad.
Y luego, ¿entre tanto? Pues ya. Que pasará sus días creyendo a veces en la gente, otras en los dioses, verá y no verá la luz o la noche, verá más veces de lo que quisiera el cielo y el suelo mezclados, y si no lo mata un accidente o el cáncer, al final de sus días, haya hecho mucho o poco con lo que se le dio o podía, le aterrará el ver de cerca su fin o, por el contrario, no le tendrá nada de miedo a la muerte sino la forma pueda llegar.
Ahora bien, paremos un poco para pensar por dónde va este juego de “definirnos”, hacia dónde va este empeño, que pretende y de esta manera este texto. Y es que, a todas luces, en verdad, en cualquier tentativa de definición de lo humano o bien no cabe nada o podría caber todo, absolutamente todo lo que ha pensado y hecho la humanidad. Lástima o suerte que los Aleph viven en las páginas de Borges, un oráculo muerto. Sumemos a lo dicho esto. Que hay momentos en la vida de estos seres humanos no tan malos (los seres o los momentos como se quiera), en qué, por cierta suerte o trabajo, pareciera pudieran entender el misterio de su vida (y a pesar de eso de saberse lo mismo mortales que eternos, mundanos que sagrados), momentos en ellos de menos caos y más cosmos, donde logran apenas un atisbo de su cuerpo completo, momentos en que (ya sea que sientan que deben dejar de pensar en sus realizaciones personales, sus metas individuales para vigilar lo que es de todos, o bien justo al revés, piensen-pensemos en que una vez luego de haber hecho una familia, trabajado toda una vida por ello sea lo mejor nos dediquemos a ver por nosotros mismos, vivirnos en plenitud), tengan-tengamos la suerte de una pequeña sabiduría.
¿Y qué sabiduría pudiera ser esta? ¿Qué significaría esta suerte de revelación-epifanía? Si bien no lo sabemos ni sabremos nunca del todo, bien que podemos acordar en que le hemos llamado conciencia, paz felicidad, al menos plenitud, entereza, madurez, en el peor de las palabras quizá seguridad, estabilidad. Que cada quien le llame a esto como quiera, que vea en ella lo que quiera, pero siempre el trato de que es por esa sabiduría que nos sabemos seres sociales y a la sociedad nos debemos sea como sea, y por ellos que no estamos solos y nunca lo estuvimos sobre este planeta.
Apretemos. Ya entendido que “en vía de mientras”, “de paso por el mundo” esta llamada entre tantas otras maneras como sabiduría es la que nos ayuda a ver que no somos forma ni fondo sino que vamos pegados (es decir, que no somos sólo cuerpos sino mentes, almas o espíritus, lo que cada quien crea, y que además, por si fuera poco, seres que dependemos sólo de este presente para ver el pasado y jalarnos a un posible futuro), y que somos seres vivos rodeados de pura muerte, vaya que bien “sabemos” no deberíamos más que tener por credo-constitución-contrato-trato hecho, que no hemos venido aquí desde tanto tiempo a matar nada.
¿A qué hemos venido? Que no signifique aniquilar: a lo que nos dé la reverenda-se nos hinche la gana. A construir-nos la vida (más incluso signifique ello a tumbos o de tajo irla deconstruyendo), y que como esto de la vida es algo que apenas empecemos por entender se nos escapará, debemos pasarla, al menos, con tal verdad: no matarás. Sea lo que sea no lo matarás.
Estudiar una carrera, hacerse de una casa, formar una familia, formar una empresa, conseguir un trabajo, de nada sirve, nada vale, no son más que una suerte de espejismo sin que eso se traduzca en otro (incluso nosotros), para vivirlo y compartirlo. La vida en paz se gana o escurre, a cada minuto. Las obleas, el voto, los títulos nobiliarios, las membresías, los diplomas y trofeos, los reconocimientos en la pared son, así solos, desasidos de responsabilidad alguna, pende-lentejuelas para vivir la vida. La manera de ganárnosla, verdaderamente, día con día, es, lo sabemos o deberíamos saberlo ya, es ir por el otro. El otro es la mejor guía. Eso que llamamos democracia, ¿no es acaso esa sabiduría? Sí. La democracia es el otro, el amor al otro, y ese viaje es la gran manera de nuestra vida.
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