El horror de Chernobyl no es sólo el horror de la radiación nuclear, sino también el horror de la burocracia sin control. Cuando los funcionarios del gobierno se reúnen para decidir cómo manejar un desastre que aún no se dan cuenta que arruinará Pripyat durante generaciones, un burócrata viejo y sin nombre se presenta como si fuera a dar un sermón.
Por Matthew Gault; traducido por Álvaro García
Ciudad de México, 26 de mayo (VICE/SinEmbargo).– Desde la distancia, es hermoso. Un rayo de luz azul brota desde el núcleo de la Central Nuclear V.I. Lenin en Pripyat, Ucrania, hacia los cielos. La gente de los vecindarios circundantes, que despertaron por el sonido y el temblor de una explosión, abandonan sus hogares y se reúnen para observar el resplandor. A medida que la ceniza radiactiva cae sobre la multitud como la nieve, observan el infierno y hablan sobre lo que podría haber salido mal en la central nuclear local.
Es solo una de las muchas escenas desgarradoras de Chernobyl, una nueva miniserie que se transmite por HBO. La serie de cinco horas de duración aborda uno de los mayores desastres nucleares ocurridos en el planeta: la explosión de la central nuclear de Chernobyl el 26 de abril de 1986. Fue un desastre tan horrible y controvertido que los expertos aún no se ponen de acuerdo sobre cuánta gente murió, con estimaciones que van desde 4 mil a 985 mil personas.
Chernobyl es una historia de terror, una que toma prestados los tropos y los temas de la ficción de terror para contar la historia de una pesadilla nuclear agravada por la arrogancia humana y las mentiras burocráticas. Las historias de terror funcionan porque se aprovechan de los temores reales de la audiencia, y las plantas de energía nuclear son una realidad para miles de millones de personas. Más de 400 plantas producen energía y 60 de ellas se encuentran en Estados Unidos. Los expertos dicen que son más seguras, que otro Chernobyl no podría suceder. Pero nosotros nos preocupamos y continuamos a la espera.
La serie usa el lenguaje visual de una película de terror porque no encaja con ningún otro lenguaje visual. La explosión fue un desastre, pero Chernobyl no es una historia de desastres naturales porque las historias de desastres naturales tienen tramas que se encaminan al triunfo. “The Rock” puede escapar del edificio en llamas en Skyscraper, Ben Affleck sobrevive en Armageddon y Marion Cotillard encuentra una cura en Contagion. La comunidad, liderada por un héroe carismático, puede unirse y sobrevivir. No hay triunfos aquí. Solo personas malas que ignoran sus sentidos mientras se derrite la carne de sus huesos.
El protagonista de Chernobyl —Valery Legasov, un experto nuclear que ayudó a responder al desastre— se suicida en los primeros cinco minutos del primer episodio. Legasov es la persona más inteligente de la sala, la única que está dispuesta a hablar sobre la verdad, pero en la Unión Soviética de 1986, esto no importa. Chernobyl matará gente, lenta y dolorosamente.
La producción de HBO ofrece múltiples perspectivas a medida que se desarrollan los eventos. Se centra en los socorristas, los burócratas y la gente de Pripyat para contar su historia. Legasov es el dispositivo que encuadra la serie y el actor racional de la audiencia. El reparto es en su mayoría británico y los actores, desde Jared Harris hasta Paul Ritter, son excelentes.
Después del suicidio de Legasov en el segundo aniversario de la explosión, Chernobyl regresa al momento del desastre. Hay un estruendo y un destello en la central nuclear. En su interior, los ingenieros están aturdidos, pero Anatoly Dyatlov —el ingeniero jefe en servicio— se niega a creer lo que es aparente, que el núcleo de la planta explotó. “Estás equivocado”, le dice a un ingeniero asustado. “Nuestros núcleos del reactor no explotan”.
El horror de Chernobyl no es solo el horror de la radiación nuclear, sino también el horror de la burocracia sin control. Cuando los funcionarios del gobierno se reúnen para decidir cómo manejar un desastre que aún no se dan cuenta que arruinará Pripyat durante generaciones, un burócrata viejo y sin nombre se presenta como si fuera a dar un sermón. “Cerramos la ciudad”, dice, condenando a miles de personas. “Nadie puede marcharse. Cortamos las líneas telefónicas. Contenemos la propagación de desinformación. Así es como evitamos que la gente socave los frutos de su propio trabajo”.
Los primeros bomberos llegan al llamado. Les han dicho que solo tienen que apagar un incendio en el techo de la central nuclear. Mientras vierten agua sobre el furioso infierno, la cámara retrocede y los bomberos se cubren de un resplandor amarillo y enfermizo. Un hombre que recogió un trozo de grafito con guantes en las manos, lanza aullidos mientras la carne de sus manos hierve. Los colores oscuros, las reacciones lentas y espantosas de los cuerpos y la iluminación enfermiza provienen de los trucos que las películas de terror utilizan para inquietar al público.
“¿Cuál es el costo de las mentiras?”, le pregunta Legasov a la audiencia antes de su suicidio en los momentos iniciales de Chernobyl. “No es que las vayamos a confundir con la verdad. El verdadero peligro es que, si escuchamos suficientes mentiras, ya no reconocemos la verdad en absoluto. ¿Qué podemos hacer entonces? ¿Qué más queda, sino abandonar incluso la esperanza de la verdad y contentarnos con historias?”.
Chernobyl fue un desastre tan terrible y tan lleno de información errónea que la única historia que podemos contar es una de puro horror. Es una historia que importa ahora porque las plantas de energía nuclear todavía están aquí y podría haber más en el futuro. El cambio climático tendrá graves consecuencias para la forma en que vivimos, y las plantas de energía nuclear —por su bajo costo de carbono— representan una fuente de energía eficiente y posiblemente menos desastrosa para el medio ambiente. Pero la energía nuclear presenta sus propios horrores. Mal administrada, como lo fue en Chernobyl, puede matarnos con una feroz rapidez. La radiación es un asesino invisible, uno que puede derretir el cuerpo de adentro hacia afuera. Un horror que podríamos tener que aprovechar si queremos evitar un desastre climático.