Óscar de la Borbolla
26/02/2024 - 12:03 am
La indispensable sensación de eternidad
La mejor calidad de vida, curiosamente, ocurre cuando uno no se ocupa de la vida; cuando la vida se presenta cada mañana sin saludarnos y nosotros también, sin saludarla, nos dejamos ir en ella.
La mejor calidad de vida, curiosamente, ocurre cuando uno no se ocupa de la vida; cuando la vida se presenta cada mañana sin saludarnos y nosotros también, sin saludarla, nos dejamos ir en ella. Está tan viva que no vale la pena mencionarlo, pensarlo siquiera, pues uno no tiene tiempo más que para ocuparse. La agenda está retocada de pendientes y no importa si son o no importantes: nunca son importantes, aunque uno les atribuya un significado mayúsculo.
En esta etapa de la vida nos olvidamos de lo esencial: su brevedad, su fragilidad: aquello en que se sustenta: la muerte. Estar vivo es ser mortal. Pero, ¿a quién le preocupa ser mortal cuando la infinidad de peleas que hay que dar, de problemas que hay que resolver, de citas amorosas a las que uno quiere acudir, de deseos que uno busca satisfacer están ahí absorbiendo todas las fuerzas y la atención? ¿Quién va a reparar en el límite de la vida cuando los horizontes se amontonan y no dan tregua, jalando de nosotros hacia todas partes? Porque la cotidianidad es eso: asuntos imperiosos y sueños sucesivos que jamás terminan de colmarse. Sentirse vivo equivale a sentirse inmortal, porque el mañana donde todo es posible existe, precisamente, porque no se piensa en el mañana.
La clave de la mejor calidad de vida está, pues, en olvidar la esencia de la vida para poder vivir con esa experiencia de eternidad que sí es vida.
Pero esa calidad desaparece cuando la enfermedad, la vejez, la guerra, la inseguridad o la maldita suerte nos enfrentan al límite, cuando en la conciencia se levanta una pared que oculta los horizontes, cancela los deseos y muestra la vacuidad de todo lo que considerábamos importante. La calidad termina cuando la conciencia de muerte no es ya aquella experiencia juvenil intensísima, pero fugaz, que nos lanzaba al bálsamo de lo cotidiano, sino que se presenta como una permanente pared en la conciencia que nos obliga a pensar en el mañana, y ya sabemos que pensar en el mañana es cancelarlo.
Ahí comienza la angustiante cuenta regresiva para la que el único remedio es el olvido. Hoy el asunto vital es recuperar la desmemoria y, como siempre, no hay otro camino que recobrar el fanatismo de la ocupación: hartarse con las cosas, meterse en líos, tapizar la agenda, llenarse de planes a muy largo plazo, darle circularidad a los días, hasta que, como decía Renato Leduc, se reconquiste “La dicha inicua de perder el tiempo”.
Twitter: @oscardelaborbol
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