En la Suecia actual, tan obsesionada por la igualdad de género, Nicolaigarden es un lugar donde las niñas pueden ser príncipes y los niños pueden ser princesas. En Broadly de Vice hicieron un recorrido por esta escuela.
Por Mari Shibata, Broadly
Ciudad de México, 26 de febrero (SinEmbargo/ViceMedia).– Caminando por una estrecha calle adoquinada, a menos de un minuto del icónico Museo del Premio Nobel de la Paz de Estocolmo, llego frente al patio vallado de un colegio. A través de la valla veo asomar banderas de arcoíris, y conforme abro la puerta de entrada, veo niños empujando cochecitos y niñas jugando con tractores de juguete.
Me encuentro en Nicolaigarden, un centro de educación preescolar para niños donde las referencias a lo masculino y lo femenino son tabú. Todos los muebles están pintados de colores neutros y no se ve ninguna sala decorada “para niños” o “para niñas”. Los niños juegan con juguetes que no se dividen por géneros y eligen los juegos que despiertan su curiosidad en lugar de escoger cosas que se supone que deben elegir por ser niños o niñas. Hay un póster que ilustra muy bien el ambiente reinante, en él se ve a un niño rubio que lleva un vestido rosa. El texto en sueco que incluye se traduciría como “Que cada uno sea lo que quiera ser”.
Los profesores evitan referirse a los demás con pronombres masculinos o femeninos, y en lugar de ello utilizan el pronombre personal neutro “hen” —que significa “ellos” en sueco— como alternativa a los pronombres específicos de género “hon” y “han” (“ella” y “él”). También han abandonado las palabras “mamá” y “papá” y se refieren a ambos como “progenitor”, y utilizan la expresión “profesional de la salud” en lugar de “doctor” o “doctora”. En clase, los profesores mencionan a los niños de forma individual por sus nombres en lugar de usar “él” o “ella”, y usan la palabra “amigos” para referirse a los grupos de niños.
“Deseamos proporcionar un entorno en el que los niños se sientan cómodos independientemente del tipo de familia en que vivan, por eso introdujimos este tipo de lenguaje”, indica Frida Wilkstrom, coordinadora encargada de gestionar los aspectos operativos de Nicolaigarden. “No se trata solo de hacer sentir cómodos a quienes quizá no se sientan identificados con lo masculino o lo femenino, o que deseen evitar referirse a sí mismos como pertenecientes a un sexo o a otro. Cuando era niña, mi madre se convirtió en madre soltera tras la muerte de mi padre. Aquí creemos que no debería importar si una familia está formada por un solo progenitor, dos progenitores del mismo sexo o dos progenitores de sexos diferentes, ni si el niño es un hijo natural, adoptado o lo que sea”.
Siempre se ha considerado que ser profesor de guardería era cosa de mujeres, pero en Nicolaigarden la mitad de los 36 profesores que enseñan y cuidan a los niños de entre uno y cinco años son hombres. Y estos tampoco encajan con el estereotipo de hombre nórdico alto y rubio: una de las fotos del profesorado del centro que cuelgan en las paredes del pasillo muestra a un hombre Sikh, y también he visto a un musulmán con el cabello largo hasta el hombro hablando en sueco con unas niñas que jugaban con coches de juguete.
La igualdad de género está respaldada por la ley en el sistema educativo sueco, gracias en parte al primer programa académico nacional para la educación preescolar de 1998. Hacia 2012, el gobierno sueco había invertido 110 millones de coronas suecas (casi 13.1 millones de dólares) en fomentar la igualdad de género en los colegios. Nicolaigarden, una institución financiada con el dinero de los contribuyentes, se encuentra entre los ejemplos más radicales de los esfuerzos igualitarios del país por crear una verdadera igualdad entre sexos. Pero la ley no establece qué métodos exactos deben aplicarse para lograr dicha igualdad, de modo que centros como Nicolaigarden deben encontrar la respuesta por su cuenta.
“Para nosotros, el punto de partida fue que los profesores se grabaran entre sí para observar cómo reaccionaban las niñas y los niños entre ellos, niños y niñas que no siempre se ajustaban a los estereotipos de género”, explica Wilkstrom. “También investigamos el modo en que reaccionaban los niños ante patrones de conducta de algunos animales. Por ejemplo, cuando preguntábamos a niños de tres años de edad si creían que el pato que estaba al inicio de la fila seguido de su compañero y con una hilera de patitos caminando tras ellos era macho o hembra, las respuestas fueron 50/50”.
“Sin embargo, al hacerles la misma pregunta a los mismos niños dos años más tarde, la diferencia era abismal: la mayoría pensaban que el que iba primero era el macho y no la hembra”.
Los profesores se sometieron al proceso de revaluar los estereotipos de género anotándolos en un diagrama circular que se dividía en tres categorías: colores, emociones, y trabajos y hobbies.
“¿No sería genial que todo el mundo pudiera elegir lo que quiere hacer dentro de este círculo de oportunidades, en lugar de contar solo con la mitad de opciones?”, afirma Wilkstrom. “Tratamos de enseñar a los niños mediante ejercicios de lectura y canto, por ejemplo. Los estudiantes interpretan cuentos cambiando los personajes tradicionalmente masculinos por niñas y viceversa; las niñas leen la parte del príncipe y los niños pueden interpretar a la princesa”.
“El objetivo es ayudar a los niños a comprender que tienen acceso a las mismas oportunidades en la vida, independientemente de su género, empleando métodos de enseñanza que permiten que cada niño se desarrolle como individuo único”.
Algunas voces críticas creen que estas actividades y estos métodos de enseñanza han ido demasiado lejos, incluso para la igualitaria Suecia. Tanja Bergkvist, una madre y matemática en la Universidad de Uppsala que constantemente ataca la “locura sobre el género” que sacude Suecia en su blog, ha acusado a los profesores que adoptan este tipo de métodos de ser la “policía del género”.
“¿Deberíamos quizá separar a los niños de sus padres nada más nacer y llevarlos a centros de adoctrinamiento de género neutro donde nadie pueda tener contacto con ellos salvo expertos en género?, escribe en un artículo para el periódico sueco Svenska Dagbladet. “Diversos estudios muestran que los diferentes roles que adoptamos están genéticamente predeterminados, se trata de un hecho biológico que es resultado de miles de años de evolución, quizá para que lográramos sobrevivir”.
Gabriella Martinsson, que enseña en Egalia —una ramificación de Nicolaigarden que emplea las mismas estrategias educativas—, afirma que sus métodos no tienen como fin “despojar” de nada a los niños.
“Creo que algunas personas posiblemente teman que, si trabajamos con métodos de enseñanza basados en la igualdad de género, despojaremos a sus hijos de alguna cosa”, afirma. “Que podríamos por ejemplo despojar de algo asociado con lo masculino a un niño pequeño, que quizá no le dejaremos jugar al fútbol o con coches de juguete. O, del mismo modo, que podríamos despojar a las niñas de cosas asociadas con lo femenino. Pero esto no es así, no arrebatamos nada a nadie. No hacemos más que sumar. Así lo vemos nosotros”.
Wilkstrom también me explica que la escuela y sus profesores “no intentan adoctrinar a nadie” y que hacen esto “con el espíritu de la inclusión en mente”.
“Es importante que estos niños empiecen a cuestionarse lo que significa masculino y femenino antes de que la sociedad condicione sus ideas”, afirma apasionadamente. “¿Por qué se piensa que las mujeres que trabajan en empleos que según los estereotipos se consideran masculinos tienen más éxito que los hombres que trabajan en empleos tradicionalmente femeninos, como el de enfermero? ¿Por qué jamás se cuestiona a una mujer por llevar ropa azul pero si un hombre lleva ropa de color rosa en seguida suscita determinadas suposiciones?”.
“Si las niñas quieren ser la princesa y los niños el príncipe, pueden hacerlo sin problemas. Por eso nos gusta cruzar la frontera de este modo, porque nadie debería tener que tomar sus decisiones basándose en suposiciones”.