María Rivera
26/01/2022 - 12:03 am
La crítica
“Y no es que no existan, obviamente, mexicanos que gozaban de privilegios indebidos, que han sido afectados por este Gobierno. El problema es que esa denuncia se ha convertido en el caballito de batalla contra cualquier persona que se atreva a disentir”.
Déjeme reflexionar en voz alta, querido lector, sobre un asunto que nos concierne a todos. La polarización que sucede en el país y que ha ido tomando todos los espacios de discusión. Una polarización que, aunque no es nueva y mucho se ha escrito de ella, no deja de ser un estado tóxico de la vida pública del país. He escrito de este fenómeno varias veces en mi columna y parece ya un tema trillado. Lo cierto es que sus efectos perniciosos no solo siguen presentes sino que se han incrementado notablemente: cada vez es más difícil no sucumbir a la guerra de escupitajos, que eso es, en la que estamos sumergidos. La estridencia, la descalificación a priori, la incapacidad de escuchar y esgrimir algún tipo de argumento vuelve totalmente inútil cualquier intento de debate serio o al menos productivo.
Este clima obedece, como se ha señalado en múltiples ocasiones, a la forma de gobernar del Presidente, quien desde que llegó a Palacio Nacional deslegitimó a sus opositores y críticos, parte esencial de la vida democrática del país, y prefirió la denostación y el insulto, cuando no la distorsión y la mentira, para conservar su capital simbólico de opositor, la autoridad moral con la que llegó a la Presidencia. No en balde, todos los opositores están “moralmente derrotados”. No importa qué hagan o digan y si tienen razón o no, sino que son débiles moralmente, lo que no sobra decirlo, los descalifica automáticamente como ciudadanos dignos de ser escuchados o atendidos.
Esto, naturalmente, le da mucho espacio a su Gobierno, que necesita que ese banquillo esté ocupado permanentemente por otros, para salvarse de ser colocado allí, ante cualquier tropelía o injusticia que su Gobierno cometa.
No es de extrañar, pues, que la difamación y la calumnia campeen en el espacio público ya casi como un estado de ánimo, para deslegitimar cualquier crítica que se haga al Gobierno, en cualquier ámbito. Al menos en las redes sociales, y en medios electrónicos recién creados para hacer propaganda disfrazada de periodismo “independiente y crítico”, siendo trincheras del oficialismo. Cualquier persona que sea crítica y tenga cierta notoriedad, puede ser tildado de corrupto, o de exchayotero, ser acusado de estar financiado por oscuros intereses (los farmacéuticos, los refresqueros, los de la comida chatarra, los de grupos intelectuales y empresariales, y en general, de cualquier mafia) sin que medie ninguna prueba o hecho que sustente la acusación. Medios de propaganda descarada y carentes de toda ética campean en internet, plataformas que cualquiera puede abrir, y que no se rigen por ninguna regla básica del periodismo. Pasquines creados para llevar “abajo” ese discurso maniqueo y grosero contra quienes resulten críticos del régimen, deslegitimándolos, y presentándolos como meros truhanes, ladrones y corruptos, supuestamente depuestos por el actual Gobierno. No importa la naturaleza de la crítica, siempre son resentidos, perdedores de privilegios o empleados de grupos de interés.
Y no es que no existan, obviamente, mexicanos que gozaban de privilegios indebidos, que han sido afectados por este Gobierno. El problema es que esa denuncia se ha convertido en el caballito de batalla contra cualquier persona que se atreva a disentir. Así, comentaristas “revelarán” los oscuros orígenes de las críticas, que invariablemente señalan a los enemigos históricos del movimiento de López Obrador, la vieja “mafia en el poder”. Ya luego, el ejército de los seguidores del presidente se encargará del retuiteo indignado que se solaza en sus “descubrimientos”, alimenta y sostiene la narrativa impuesta desde el poder contra críticos.
Este fenómeno es el que ha padecido, ya desde hace tiempo, la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie, quien ha denunciado las fallas en la estrategia de salud del Gobierno para enfrentar la pandemia. Su activismo ciudadano le ha costado una campaña de difamación en redes, que no recuerdo yo haber visto antes, por su nivel de virulencia. En su caso, la campaña es aún más deshonrosa, porque no es una política, sino sencillamente una voz crítica, que en medio de la descomunal crisis sanitaria se alzó desinteresada y generosamente, para tratar de evitar más muertes, en un país que claramente ha errado en su forma de enfrentar la epidemia, donde más de medio millón de mexicanos han perdido la vida.
Su constante labor en los medios, su crítica certera, sus iniciativas para intentar paliar las deficiencias gubernamentales, han marcado la diferencia con el desastroso manejo del Gobierno y por ello ha sido sistemáticamente atacada y amedrentada, por decir la verdad.
Es increíble, deprimente, y hasta distópico, que el movimiento que alguna vez representó una esperanza para el país, haya terminado defendiendo a un Gobierno responsable de la muerte de cientos de miles de personas.
A mí, querido lector, que estuve en marchas y manifestaciones, codo con codo, con esa esperanza, no deja de escandalizarme hasta donde ha llegado su deshonor.
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