Estoy frente al papel en blanco. Es el papel en blanco el que me persigue.
Hace un momento leí por ahí que Lionel Messi vuelve a la selección argentina. Faltaba más. Como si pudiéramos tener al mejor jugador del mundo y no usarlo. Pienso: vengo de ahí, de ese país contradictorio, muchas veces malvado, racista, uno de esos lugares que se creen mucho, pero es en realidad una provincia, lejana en el mapa, inhabitable. Me suena esa palabra. Leo una columna del filósofo Diego Tatián y cita a Jorge Luis Borges: el nazismo como inhabitable. Él hace un paralelismo entre el nazismo y Cambiemos, el partido político que le ha dado el Gobierno a Mauricio Macri: “Nadie “en la soledad de su yo” puede querer la consolidación de la violencia ejercida en continuación, la destrucción social, económica, cultural, institucional y hasta psicológica en las que el macrismo ha precipitado a la Argentina.”
Vengo de una época en donde el mundo era de todos. Vivo en México, pero también habría podido vivir en China o escribiendo poesía en Praga. Pero vivo aquí y cada día que pasa soy tan feliz. ¿He encontrado mi lugar en el mundo? En los primeros tiempos hablaba por teléfono con mi ex marido y todos le decían que México era horrible. Él necesitaba algo así para justificar por qué su mujer se fue y no volvió más.
El otro día una amiga me decía las razones para vivir en tal o cual sitio. No quería Francia ni Chile (donde ella vive ahora) y mucho menos la Argentina de Macri. Quedó México y decíamos no, por los niños. Pero en realidad tratábamos de convencernos.
Siempre México es un poco la medida de la felicidad. Como esas cosas que te dicen al llegar: si aprendes a manejar aquí, sabrás manejar en cualquier lado. Claro que cuando digo México digo la ciudad. Somos casi todos extranjeros en este territorio que te abarca y expulsa en partes iguales.
Hay venezolanos en Buenos Aires, mexicanos en Argentina, brasileños por todos lados y cada uno de ellos dirá cosas terribles de su país. Como esa profesora de la UBA que vino aquí invitada por investigadoras de la UNAM y durante su charla se la pasó despotricando contra la línea de estudio de sus anfitrionas. “Es anacrónico”, decía con su voz nasal y tan argentina.
La otra vez una chica de Cuba me hablaba de su país. “Yo le agradezco a Fidel haber estudiado todo lo que estudié, pero la isla no es como se la imaginan”. Yo podría contarle que si hubiera podido hubiera estudiado todo lo posible, pero en estos países neoliberales el estudio no es para los pobres. Estudiamos como podemos, no cómo quisiéramos.
Estoy frente al papel en blanco. Soy “de una tierra hermosa de América del Sur”, canto para adentro. Pero vivo aquí, en América del Norte. Mucha gente no vive dónde nació. El mundo a veces parece nuestro.