Cuando iba en la prepa y en la universidad se organizaban planillas juveniles para ser de alguna manera el comité directivo estudiantil. Las planillas estaban encabezadas por una “reina” y detrás de ella había un grupo de trabajo, o pajes, no sé cómo deba llamarlos. En la realidad ya en prepa y carrera los alumnos no son tan menores, pero de verdad que algunos les hacía muchísima ilusión este juego. Es extraño pero distinto a lo que ha sido la historia machista de la humanidad, no había ni reyes ni príncipes. Esto no quita que tal vez en más de un caso había reinas que nada más ponían su cara sonriente y detrás de ellas alguien movía los hilos. El chiste de todo esto es que los grupos juntaban sus propios recursos con patrocinadores, o había quien llegaba a poner dinero de su bolsa con el afán de hacerse ganador en los comicios. Mandaban a hacer multitud de obsequios y artículos de campaña de la más hermosa manufactura: bolígrafos, carpetas, camisetas, termos, qué sé yo, muchísimas cosas. Cuando pasabas caminando cerca de ellos te daba un folder que contenía todas sus propuestas y tres pasos después lo tirabas al bote de la basura. Una semana después todos los basureros del campus y quizá de la ciudad se desbordaban con propuestas estudiantiles. Era un dispendio fastuoso y todos jugaban a la democracia, bueno más bien a la monarquía constitucional. Y ahora que en las calles veo a “batucadas” de jóvenes priistas y panistas repartidos por las calles repartiendo propaganda electoral, me viene la nostalgia de esos tiempos nada lejanos.
No sé quién haya visto la película Hotel Rwanda, pero si la ven entenderán de qué hablo (si no la han visto, véanla). En aquella guerra rwandesa iban turbas de jóvenes caminando por las calles asomándose por las ventanas de los coches buscando enemigos y lo hacían con armas y machetes en mano. Así cuando nos frenamos en algunos de semáforos de la ciudad, turbas de partidarios priistas o panistas rodean los coches y a mí eso me resulta bastante perturbador. Van haciendo escándalo con tambores y entonando cánticos de fútbol. Mejor les digo, no vean la película hasta que pasen las campañas, no vaya ser que la próxima vez que se detengan en un semáforo piensen que están a punto de ser asesinados.
¡Ah¡ La otra forma en la que estas campañas juegan con nuestra vida o tranquilidad es la siguiente: el otro día en una de las avenidas rápidas (los rápidos son los coches, cabe aclarar) y más transitadas de Querétaro, un grupo de estos jóvenes que presumo eran porristas de Peña Nieto por el color de sus gorras y banderas, desplegaban una manta con un mensaje apenas visible, que para aquel que fuera manejando a toda velocidad e intentara leerlo podría ser el prólogo de su epitafio.
Tengo un amigo que cada letrero, lona o pancarta que encuentra en las calles o los lugares por los que pasa, la descuelga y la guarda en la cajuela de su coche. Cree que son un amuleto, porque si a los políticos por más males que hagan “nunca les pasa nada”, entonces a él tampoco le pasará.