Ciudad de México, 25 de septiembre (SinEmbargo).- La Fórmula 1 se antojaba reñida desde el principio de temporada con una lista de pilotos baluartes comandando los asientos de los bólidos más llamativos del automovilismo. Con el calendario listo, las emociones empezaron para pronto ser capturadas por un alemán con una cabeza llena de sueños triunfantes. Sebastian Vetttel acaparó las miradas internacionales conforme iban avanzando los Grandes Premios alrededor del mundo.
Vettel hace recordar la estela dejada por Michael Schumacher, para muchos el mejor piloto de todos los tiempos con el permiso del brasileño Ayrton Senna. De pronto, un Red Bull volaba mientras los demás competidores corrían como siempre. El despunte provocó un dominio absoluto del “Baby Schumi”, como le llaman varios. Los que esperaban competencia se perdieron en la dictadura deportiva que armó Sebastian con sus manos en el volante.
Lejos de lamentarse la poca resistencia que Fernando Alonso o Lewis Hamilton representaban, los aficionados se quedaban cautivados por el andar del coche azul. Vettel iba y venía casi siempre con el horizonte como uno rival en frente. Mientras en Ferrari las luchas internas salían a la luz, en la escudería austriaca se armaba una familia basada en el esfuerzo colectivo todo entregado al talento sobrenatural de un tipo de 26 años, metódico y a la vez risueño. Las cámaras camptaron innumerables sonrisas de oreja a oreja en medio del vuelo de la champaña.
Las nueve victorias consecutivas es ya una marca inscrita en el libro de los records de la máxima categoría del automovilismo mundial. Mientras el cuarto título consecutivo del chico de Heppenheim se iba consolidando, el reto dejado por su ídolo Schumacher era el nuevo objetivo de un piloto insaciable. Sebastian aseguró el campeonato dos fechas antes del final pero en su cabeza seguía estando el espíritu que lo ha llevado a convertirse en uno de los mejores en la historia. Ganar 13 carreras en un año, pasó a ser una obsesión.
Equipararse a Michael Schumacher no es un asunto egocentrismo sino de orgullo. Sebastian idolatra al siete veces campeón de la F1 y emularlo sería consolidar el respeto. Un homenaje está a la vista ya con cuatro campeonatos en la bolsa bajo el legado de Red Bull. En el paddock gozan con el presente espectacular, con un chico que no entiende de limitaciones. Vettel quiere más, sin importar si la victoria está segura. Corre por naturaleza, conduce como un apasionado de esos que hacen todo ya en automático. Si desde la radio le piden mesura, el se hace de oídos sordos. Arriesgar ha sido su principal virtud.
Interlagos es el último circuito de la temporada. En suelo brasileño, la Fórmula 1 se despide. Sin el dato de una lucha por la corona, las crónicas se concentraron en el record que podría igualarse. Vettel llegó a sudámerica con 12 triunfos. En la grada estaba la expectativa junto al festival tradicional que se arma casi de manerda espontanea. Un alemán se dejó llevar, envolviéndose en el aliento de tantos. Al final cruzó la meta sin nadie a quien seguir. Fueron 13 victorias, emulando al gran Schumi. Incluso la lluvia, no quiso perderse del suceso histórico.