Ha sido a partir de la caída estrepitosa de la gestión del Presidente Peña Nieto y de la pérdida del poder (gubernaturas y alcaldías, principalmente) en las pasadas elecciones que el priismo nacional activó una estrategia de limpieza de imagen.
La fórmula que encontró para legitimar su profundo descrédito ha sido asesinar políticamente a los que fueron considerados en un momento, dicho esto por el propio Ejecutivo federal, el nuevo PRI.
En aquella famosa entrevista que se ha viralizado en las redes sociales, el propio Presidente nombra perfectamente a tres integrantes de esta nueva generación, todos ellos gobernadores: César Duarte (Chihuahua), Roberto Borge (Quintana Roo) y Javier Duarte (Veracruz).
De los tres mandatarios enriquecidos cínicamente al amparo del poder, el que viene a representar a este nuevo PRI referido por el Presidente es el hoy prófugo ex Gobernador Javier Duarte.
Duarte tuvo una gestión desastrosa. Lamentablemente el saqueo a las arcas del estado, la impunidad con la que operaban sus prestanombres y el cinismo de su círculo más cercano de colaboradores no fueron lo peor. Lo peor ha sido la cantidad de crímenes a periodistas (más de diez en los últimos cinco años) cometidos durante su sexenio, lo que convirtió a Veracruz en la entidad federativa más peligrosa para el ejercicio de esta profesión.
Lo peor ha sido, pues, el crimen contra la libertad de expresión y la protección que el gobierno federal le brindó durante todo este tiempo para que todo el clamor social y el periodismo valiente no lograran ensombrecer su administración ni, mucho menos, derrocarlo, como al final -por fortuna- sucedió.
Corrupción, impunidad y cinismo son los términos que definen a Javier Duarte y los que, por extensión, definen también a un PRI que de nuevo no tiene nada y que, por tanto, no parece que vaya a salir bien librado de la próxima elección presidencial, así se quieran colgar de partidos ingenuos (metástasis del mismo PRI) que les darán a ciegas sus plataformas políticas.