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Sandra Lorenzano

25/08/2019 - 12:03 am

Ahí está viendo pasar el tiempo. Contra la moral de la derrota

El cuerpo de las mujeres y el cuerpo del planeta (la Madre Tierra) se han convertido en espacios de dominación del tardocapitalismo desigual y excluyente; en espacios marcados por la “dueñidad”.

Nuestro “Ángel” de la Independencia que es en realidad una victoria alada, Nike, la diosa de la victoria. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro.

Ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo…. No, no hablo de la Puerta de Alcalá. Hablo de la mujer que nos mira desde la columna de la Independencia, en esta Ciudad de México desde la que escribo hoy. Nuestro “Ángel” de la Independencia que es en realidad una victoria alada, Nike, la diosa de la victoria. Una Ella a la cual nos referimos en masculino no sé bien por qué ni desde cuándo. Busco datos en internet, y me entero de todo el proceso de construcción: el nombramiento de Antonio Rivas Mercado (padre de Antonieta) como encargado del proyecto en 1900,  la designación del italiano Enrique Alciati para hacer las esculturas, la inauguración del monumento el 16 de septiembre de 1910 encabezada por Porfirio Díaz, la caída en el temblor de 1957, etcétera, etcétera, pero nada sobre cuándo empezamos a llamarla “Ángel”. Consultaré a mis amigos historiadores. Pero eso sí, no faltan en la red menciones de este tipo: “El 16 de agosto de 2019 a raíz de los actos vandálicos en la manifestación feminista en contra de la violencia de género, al monumento lo llenaron de grafitis…”.

¿Qué quieren que les diga? Ya se ha escrito tanto sobre lo sucedido el 16 de agosto que no creo que tenga sentido que yo agregue nada más sobre lo coyuntural. El tema básico aquí –y reforzado con la enorme cantidad de comentarios misóginos surgidos a partir de la marcha feminista– no es ya si la rabia y el enojo son parte legítima de la lucha. Para mí esta afirmación está fuera de duda. Y –lo siento, no puedo no decirlo– estoy más que harta de tanto lamento por grafitis y vidrios rotos de gente que jamás se ha lamentado ni siquiera ha mencionado los feminicidios, las violaciones y la violencia constante en contra de las mujeres.

Y aquí es donde creo que tenemos que detenernos y profundizar, para poder ir más allá de lo anecdótico.

Mientras escribo las líneas anteriores llegan las noticias del incendio de la Amazonia. El dolor, la furia, la desesperación ante las imágenes terribles del fuego –un poco antes habían sido las desgarradoras de Gran Canaria–, se topan con las burlas de Bolsonaro (“Solían llamarme ‘Capitán Motosierra’. Ahora soy Nerón prendiendo en llamas el Amazonas”), con los negociados tras la tala imparable de árboles, con la sobrexplotación de la tierra, con los más de setenta mil focos de incendio en Brasil en lo que va del año, 83 por ciento más que el año pasado (más de la mitad en la región amazónica), con el feroz ecocidio al que estamos sometiendo al planeta.

Mientras escribo las líneas anteriores llegan las noticias del incendio de la Amazonia. Imagen tomada de internet.

Se calcula que un 20 por ciento del oxígeno de la Tierra se produce sólo en la región que ocupa la selva amazónica. Los daños provocados por el fuego en estos días son incalculables.

¿Qué tiene que ver esto con la violencia de género?, se estarán preguntando ustedes. Mucho. Muchísimo. Ambas violencias son expresiones extremas del sistema político, económico y social que domina este siglo XXI: el capitalismo extractivista que fortalece un discurso misógino y homofóbico –a través de una “pedagogía de la crueldad”, como lo llama Rita Segato, una pensadora imprescindible en estos momentos– y a la vez favorece la violación sistemática del medio ambiente, donde posturas como la de Trump, por ejemplo, y su negación del cambio climático (de hecho anunció que no irá a la Cumbre de Acción Climática de las Naciones Unidas que se celebrará dentro de un mes en Nueva York), o la de las grandes industrias vinculadas a la minería, la agricultura y la ganadería, que buscan explotar la tierra a cualquier costo, son responsables del horror que estamos viviendo.

El cuerpo de las mujeres y el cuerpo del planeta (la Madre Tierra) se han convertido en espacios de dominación del tardocapitalismo desigual y excluyente; en espacios marcados por la “dueñidad”, según el término empleado por Segato. Si en 2010 “eran 288 las personas dueñas de la mitad de la riqueza del mundo. Hoy son sólo ocho personas; lo que asusta es el ritmo y la rapidez con la que cada vez menos personas son las dueñas del mundo”.[1]

“Territorio: nuestro cuerpo, nuestro espíritu” fue el lema que reunió hace apenas dos semanas a las mujeres indígenas de Brasil en una manifestación en contra de la políticas de Jair Bolsonaro que, entre otras cosas, recorta políticas sociales, criminaliza a los sectores más pobres y otorga privilegios a los grandes industriales del campo, sin dejar de invocar a dios en cada uno de sus discursos.

Mulheres indígenas. Foto: Especial.

Quizás valdría la pena decir algo que por obvio a veces no subrayamos lo suficiente: hay diversos feminismos y muchos de ellos incluso enfrentados. Para algunas mujeres, por ejemplo, la violencia de la marcha del 16 de agosto en la ciudad de México se contradice con “el hecho de ser mujer” (¿?); para otras, la rabia y el enojo pueden ser también motores políticos. Poco tienen que ver, por ejemplo, las feministas TERF (Feminismo Radical Trans Excluyente por sus siglas en inglés) con las que postulan la fuerza de la interseccionalidad, es decir las que señalan la importancia de considerar el género, la raza, la clase y la orientación sexual en el reconocimiento de los sistemas de opresión. Y no son los únicos modos de entender la lucha de las mujeres.

Claro que estos temas dan para escribir no uno sino muchos artículos más, pero por hoy cierro solamente con una idea que me parece clave: la necesidad de hacer énfasis en el pensamiento descolonial para seguir intentando entender (no digo “entendiendo”, digo “intentando entender”) esta realidad que arrasa con los cuerpos (el de la tierra, el de las mujeres, el de lxs indígenas, el de lxs afrodescendientes, el de lxs migrantes, el de lxs refugiadxs, el de lxs trans). Pensamiento que sostiene a los feminismos cuir (queer), anticapitalistas y contrahegemónicos: a los feminismos del sur. En este sentido se pone en evidencia la ficción de la “universalidad” de la lucha feminista que, en última instancia, y a pesar de todo lo avanzado, ha significado, como lo plantea Yuderkys Espinosa, “bienestar para unas –las mujeres de privilegios blanco burgueses– en detrimento de la gran mayoría racializada”[2].

¿Algo de eso se intuye también en las diferentes posiciones sobre la furia de la marcha del 16 de agosto? ¿Quiénes son estas chicas jóvenes, radicales y combativas? Muchas vienen de los sectores más precarizados de nuestra sociedad. La “brillantina” (glitter) que alguien le tiró al Jefe de la Policía de la Ciudad de México, la semana anterior a la marcha, en repudio a la presunta la violación una joven por policías era “bonita”, ¿verdad? Romper vidrios como repudio a la violencia en contra de las mujeres para muchas y muchos ya no es bonito, “no está bien”. ¿Cómo se canaliza el enojo? ¿Cómo se lucha a partir de la furia? ¿Cómo luchamos contra la violencia ecocida y feminicida? ¿Qué opina usted doña Victoria (alada)?

Ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo…

Por lo pronto la llamada “Marcha de las margaritas” que mujeres indígenas y campesinas brasileñas realizan en agosto desde el año 2000 en honor a la agricultoras muertas por la violencia misógina, se junta en estos días con los reclamos al Gobierno de Bolsonaro. Más de 20 mil mujeres reunidas en Brasilia claman contra el machismo, contra los feminicidios, contra la homofobia y, por supuesto, contra la políticas medioambientales del Presidente.

Hay tanto que aprender de todas ellas. Tal vez éste sea el mejor momento para recuperar, en medio del horror, la fuerza de la vida. Como dice la antropóloga cubana Aída Bueno Sarduy: “Estamos todo el día bailando, tocando música, festejando cuando el sistema nos hubiera querido amargados… no nos perdonan que no consiguieran imprimirnos la moral de la derrota”[3].

***

[1] “Rita Segato: ‘Fundamentalismo no es tener determinadas creencias, sino vincularlo con la política y trancar la historia”, escrito por Denisse Legrand para la sección Feminismos de La Diaria, 30 de julio de 2018 https://feminismos.ladiaria.com.uy/articulo/2018/7/rita-segato-fundamentalismo-no-es-tener-determinadas-creencias-sino-vincularlo-con-la-politica-y-trancar-la-historia/

[2] Yuderkys Espinosa Miñoso, “De por qué es necesario un feminismo descolonial: diferenciación, dominación co-constitutiva de la modernidad occidental y el fin de la política de identidad”, en Solar,  Año 12, Volumen 12, Número 1, Lima, diciembre de 2016.

[3] “Aída Bueno Sarduy: Las afrodescendientes no somos feministas de habitación propia, sino de barracón”, entrevista realizada por Sara Beltrame, en El Salto Diario, 12.02.2018

https://www.elsaltodiario.com/feminismos/aida-bueno-sarduy-antropologa-no-somos-feministas-de-habitacion-propia-sino-de-barracon#

 

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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