Ciudad de México, 25 de julio (SinEmbargo).– Era el último chorlito esquimal macho de la tierra. Una de las aves con la migración más larga entre todos los animales. Era solitario, pero no necesariamente porque lo quisiera. La mayor parte de su vida la había pasado solo viviendo entre otras especies de aves que anidan en la misma zona y, cada año, su instinto le hacía volar desde los cielos de Canadá hasta el sur de Argentina en busca de una hembra, pero en este tiempo nunca había visto si quiera a alguien de su especie.
De pronto, un día, ¡por fin una hembra lo encuentra! La última.
Juntos, volaron hacia el norte, compartieron alimentos, se acicalaron… Había que cortejar con calma y con cuidado, pues aún no estaban listos para el apareamiento.
Ya en las zonas de anidación, cuando la hembra por fin estaba dispuesta a aparearse, en una aparente distracción, la bala del arma de un granjero alcanzó a atinar a su cuerpo, y la mató.
El chorlito macho, solo de nuevo, como antes, como siempre, a su nido volvió. Sus instintos de chorlito, le decían que, un día, sin duda, alguna otra hembra iba a venir.
*
El Dr. Gerardo Ceballos tenía 11 años cuando leyó la historia: “a partir de ese momento quise estudiar animales para conservarlos. Nunca tuve duda de querer hacerlo”. Las aulas de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) fueron el espacio en que cursaría una licenciatura en biología y especialidad en ecología. Tan sólo el principio de una carrera brillante.
Han pasado 40 años y el ahora investigador, catedrático y ponente ha recibido alrededor de 32 premios nacionales e internacionales por sus trabajos en los ámbitos de la biología, ecología y conservación ambiental; ha escrito decenas de libros y publicado centenares de artículos en varias de las revistas científicas internacionales más prestigiosas; ha participado en proyectos de conservación de diversas especies y se ha pasado a ser incluso Miembro del Comité de Asesoría Científica y Tecnológica Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Al principio fue la UAM, pero a esta fecha los pasillos de las universidades de Arizona (EU), Tucson (EU) y Wales (Reino Unido) le han visto estudiar un doctorado y dos maestrías en ecología y biología evolutiva. Gerardo Ceballos es investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El reconocimiento Thompson – Reuters al ecólogo Mexicano con el artículo más citado en la década en 2009; el de revista Discovery por su texto incluido en los 100 descubrimientos más importantes del mismo año; el de National Geographic por uno de los 10 descubrimientos más importantes del 2012; un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Córdoba; y haber sido elegido miembro extranjero de la Academia de Ciencias y Artes de Estados Unidos, un reconocimiento que sólo otros 6 científicos mexicanos comparten.
Con estos entre sus premios, Ceballos prefiere decir que se siente orgulloso del Premio Nacional al Mérito Ecológico, de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) o del de Personas Ilustres del Bicentenario, del Estado de México. “Aunque, por supuesto, todos han sido muy estimulantes para mí”.
Con sus experiencias como investigador, contrario a lo que se pueda pensar de la calidad de la investigación en México, Ceballos sostiene que el país puede considerarse, de hecho, entre los diez países con más desarrollo en ciencias ambientales: “Puedo afirmarlo sin temor a equivocarme. Tenemos cosas muy positivas como el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) [y, particularmente en cuestiones medioambientales], la Comisión Nacional de Áreas Protegidas, la Conabio […] Y sí es cierto: falta más apoyo en la ciencia, y definir cuáles son los grandes temas de interés nacional para enfatizar y trabajar sobre ellos; pero tenemos cosas muy positivas y no debemos olvidarlas”.
Ahora bien, así como reconoce los aspectos positivos del ámbito de la academia en México, explica: “lo cierto es que existe un lamentable divorcio entre la comunidad científica y las políticas públicas, cosa que no le achaco sólo al gobierno, sino también a los científicos que no hacemos un esfuerzo para buscar mecanismos para que la ciencia que desarrollamos (que es la básica) se convierta en ciencia aplicada y después en políticas públicas que impacten en el país”.
“Sé que puede resultar un trabajo muy complicado, pero sin duda no lo es más que el de la mayoría de los mexicanos: la mayoría de los mexicanos vive en pobreza y encima no hacen lo que quieren”.
Para Ceballos, poder ejercer su carrera como biólogo es un privilegio. Y es que de acuerdo con el Observatorio laboral cerca de la mitad de las personas que estudiaron biología o bioquímica (49.1 por ciento) tienen un trabajo que no es acorde a sus estudios.
Sobre la cuestión, el doctor Comenta: “evidentemente algo no está funcionando, y creo que tiene que ver con dos cosas: primero, que ejercer como biólogo requiere de una maestría o un doctorado: ser biólogo es más demandante que sólo ser licenciado. Y por otro lado, evidentemente existe una enorme necesidad de que nuestra carrera sea entendida a nivel social de manera correcta: muchos podrían tener trabajos decorosos en ecología, en biología y todas las ramas de las ciencias ambientales pero no los tienen porque la sociedad todavía no entiende el valor de las cuestiones biológicas para el desarrollo de un país”.
Pero… ¿y por qué habría de importarnos?
Recientemente, Ceballos lideró una investigación que, a un mes de su publicación en la revista Science, ha sido vista por más de 50 millones de personas en el mundo. Dicho artículo, advierte de una sexta fase de extinción masiva en el planeta que, por más increíble que parezca, pone en riesgo a la misma raza humana.
“Honestamente no suelo fijarme en las cosas más ingratas de mi profesión –confiesa– pero debo admitir que ésta es una cuestión que, como nunca, me ha preocupado; sobre todo cuando hablamos de Cambio Climático. La magnitud del impacto que tiene y tendrá en la civilización es enorme, pero lamentablemente no se entiende”.
Sabido de la cuestión, el ecólogo explica que las investigaciones científicas relacionadas a las Ciencias Ambientales deben coordinarse con los Gobiernos para llevar a cabo políticas públicas sólidas capaces de revertir el enorme impacto que diversas actividades humanas tienen sobre los ecosistemas y que, sin duda, nos afecta de forma seria.
“Se trata de que los gobiernos, con la cooperación de especialistas, logren tener enfoques más claros y fríos de las cuestiones que son realizables para el desarrollo de una nación. Los gobiernos [del mundo] deben incluir entre sus aspectos primordiales –además de el político, social y económico– al ecológico o ambiental […] y no tomar decisiones unilaterales que contemplen sólo alguno de los aspectos puesto que, evidentemente, esto no funciona”.
Se trata de una buena planeación de políticas públicas con base científica. Ahí radica la importancia del trabajo de un biólogo: en la medida en que quiere, puede (y se le permite) aportar sus conocimientos para un desarrollo sano y armónico para la sociedad.
*Nota: La historia de la entrada de este texto es una sinópsis de “El último chorlito”, de Fred Bodswoth (1954)